La ternura en crisis, desde una pareja amalgamada.

Cuando Julio llegó al consultorio, una carga de culpabilidad ocupaba el trono de su personalidad.  Había “acariciado el muslo, de la pierna derecha, de su cuñada de quince años”, mientras le enseñaba sobre un programa en la computadora.  Ese acontecimiento, fue el detonante para iniciar un tratamiento psicoterapéutico, que despertó una serie de eventos disruptivos en la vida de pareja y de la familia.  

Abordar la conciencia de los acontecimientos, para introducirlos en su Yo, como elemento que pueda equilibrar su bienestar personal y de pareja, es la primera tarea que surgió en la relación terapeuta-paciente. Así tenemos la ausencia de iniciativa para acariciar a su esposa, sin tener la intención de penetrarla.  Aunque tuviera el profundo deseo de abrazarla, tocarla y besarla.  Sin embargo, en cuanto ella iniciaba una caricia, él no “aguantaba” las ganas de tener sexo. 

Durante tres años de iniciación, en un grupo de religiosidad funcional, pudo evitar cualquier contacto sexo-genital, con alguna mujer. Este evento, ha hecho que el elemento moralista de su personalidad, esté por encima de los otros.  Así, en las primeras sesiones, irrumpe en su recuerdo dos acontecimientos importantes en su niñez y juventud, respecto al tema de contacto sexual.  El primero fue de tipo homosexual, cuando tenía más o  menos diez años.  Jugando con su vecino, llego a desear ser penetrado por él.  Situación que solo culminó en rozamientos desnudos, sin penetración.  Nunca más pudo ver a su vecino, que era tres años mayor que él.  El segundo acontecimiento, más relevante aún, es con una tía mucho mayor que él, que le seducía y tenían sexo.  Aunque intentaba evitarlo, no podía, por los vinculos familiares y por la línea de autoridad que ésta ejercia sobre él.  Jamás había tomado conciencia, de esta situación, como un proceso de violación sexual.  

Años más tarde, después de haber tenido relaciones sexules con algunas mujeres, por la práctica de su grupo religioso, tuvo que someterse a siete años de abstinencia, para "controlar" su impuslo sexual "perverso", según la religiosidad funcional, del grupo en el que participaba. 

Desde aquella época, al rozarse con cualquier mujer, en la vía pública, sentía una excitación sexual que lo ponía en alerta superyoica.  Esto le generaba conflictos internos, que disipaba con el deporte, según manifiesta.  Paralelamente, estaba perdiendo el deseo para con su esposa.  Es así, como ocurrieron los hechos con su cuñada.    

Durante las sesiones de su historia psicosexual, surgieron todos estos recuerdos, que fueron traídos al nivel del Yo, en su personalidad.  Era la ternura, el pilar más vulnerable en su relación de pareja.  Al estar involucrados en una psicología de religiosidad funcional, que fomenta el estilo amalgamado en la relación, se veía en serios conflictos al haber tenido dicha conducta con su cuñada.  Por eso, su esposa, le acompañaba a las sesiones, pero no entraba a la terapia.  Cuestión que ayudó mucho, para tomar conciencia de las fijaciones psicosexuales en su historia personal de vida.

Al descubrir su fijación, en los procesos de maduración en la etapa sociosexual, se tenía claro el problema.  Desde esa conciencia, se inicia la nueva etapa para una terapia de pareja. ¿Sexo? -Bien.  ¿Proyecto en común? -totalmente controlado.  ¿Vida social?  -Sin mayores inconvenientes.  ¿Ternura? -En realidad, no le gusta que su esposa lo acaricie mucho.  Menos él tener la iniciativa de acariciarla. 

El planteo terapéutico, fue un juego de roles, a través de la iniciativa de caricias, sin penetración.  El objetivo, superar la fijación del descubrimiento sensual en el cuerpo del objeto de amor deseado.  En la primera sesión, fue Julio quien daba la iniciativa y ella tenía que responder, en ese mismo nivel.  Por supuesto, que estaban conociendo una nueva manera de expresarse sexualmente, sobre todo, en la capacidad de comunicación no verbal, a través de las caricias.  Para él, fue tremendo descubrir el orgasmo de su mujer, libre de cualquier atadura religiosa.  Para ella, la satisfacción de sentirse acariciada por él, hasta el clímax.  A partir de las siguientes sesiones, cuando ya podían hacer el amor a la par de las caricias bilaterales guiadas por ellos mismos, sobre el cuerpo del otro, fue otra manera de resolver el vacío existencial, de la fijación empática de la ternura, con el componente erótico de la fijación del deseo. 


Actualmente, manifiesta que ya puede rozar con mujeres, sin sentir el umbral erótico-pasional elevado, como antes.  Los abrazos hacia su mujer son cada vez más espontáneos y su vida sexo genital con mayor gozo.  La equidistancia, practicada a través de las caricias unilaterales y bilaterales, ha sido una buena técnica psicoterapéutica, para revitalizar el pilar de la ternura, entre ellxs.  ¡ Nos vemos dentro de dos meses Julio !


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