Lo que NO espero en Adviento, según la sabiduría de Mateo.

Hay que saber lo que no esperamos, ni deseamos, para estar seguros en el caminar de nuestra vida.  En esto, tenemos que ser claros ahora que se nos avecina un nuevo año, tanto civil como religioso. 
  
Lo que no esperamos es que alguien aparezca en el desierto.  Lugar desolado, como las arenas del norte.  A pleno sol y en la soledad absoluta.  Allí no existe agua.  Es sequedad absoluta.  Muerte segura, si no vamos con provisiones.  En el desierto, lo único factible es que vayamos a luchar con nosotros mismos para sobrevivir.  Quizá por eso, en el simbolismo bíblico, siempre significó la lucha con nuestros propios demonios.  Ese desierto, es lo que menos queremos esperar, porque es nuestro pan de cada día.

Tampoco esperamos ver en ese desierto, aparecer a alguien vestido con piel de un animal.  Atada su cintura con una correa de cuero.  Solo, el hecho de imaginarlo, me asusta  y me hace sentir un lunático, si mi esperanza se vería colmada, al buscar a alguien con ese aspecto en el desierto.  Menos aún, si sé que se alimenta con insectos y miel de cualquier parte.  Entendería que no hay más alimento en un lugar como ése.  Pero, eso no es lo que ardientemente busco.  Al contrario, con una persona de esas características, si lo encuentro de casualidad, surge el sentimiento de salir corriendo de allí o tomar otro rumbo, porque cualquier cosa se espera, menos algo agradable para mi vida en una situación así.  Eso no espero para un nuevo tiempo.  Definitivamente no.  A no ser que, ya esté tan trastornado mentalmente, como para esperar ver eso.

Mucho menos espero, que en ese lugar y esa persona, me hable de confesar mis pecados para salvarme de la ira de Dios.  Así las cosas, sería un totalmente enajenado mental si esperara, con toda mi alma, ese tipo de prédica en aquel lugar y con ese personaje.  Si me siento una persona normal, psíquicamente estable, no iría a que ese personaje agarre mi cabeza y la sumerja en el agua, decirle todos mis pecados y salir del agua, creyendo que esté salvado del castigo divino de Dios.   Hasta me causa risa, el solo hecho de imaginarlo, como ha sucedido el otro día en mi ejercicio de contemplación. 


Llegados a este punto, tengo clarísimo que mi Esperanza, en este Adviento, es totalmente diferente.  Por eso, me agrada mucho la sabiduría de Mateo (3, 1-12): dejarnos bien claro qué NO  debo esperar en este nuevo comienzo, civil y religioso.


Entonces, la inevitable pregunta: ¿Qué espero?  Reflejarme en la sonrisa de Antonio, André, Noelia.  Los tres, tienen poco tiempo de haber nacido.  Espero abrazarlos y besarlos con ternura.  Que me guarden en su recuerdo y su alma, desde el comienzo de sus vidas.  ¡Feliz segundo domingo de Adviento!  Un abrazo, en esa dinámica de ternura.  

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