Psicología de la amistad virtual, en tiempos de la Covid-19


Miriam me mandó un mensaje para contarme que Eli había fallecido del cáncer que padecía.  Solo atiné a quedarme en silencio un momento.  Recordé la bondad de Eli.   Entonces, no pude más y llamé a Miriam.  Me contestó sollozando, irrumpiendo en llanto mientras avanzaba la conversación. Puedo afirmar sus sentimientos porque la amistad no es virtual todo el tiempo.
Tú la conociste tanto como yo.  Cuando alguien de Arequipa iba a Lima al hospital de Neoplásicas, ella no solo iba a verlos al hospital, sino que también se quedaba con el enfermo y enviaba al acompañante a quedarse en su casa para descansar.  Elli se quedaba con el paciente toda la noche.  Era un ser excepcional.  Siento que me quedo sin fuerzas para seguir adelante.  No solo ayudaba con recursos económicos sino que donaba su tiempo, ternura, espacio. Su esposo entendió su forma de ser, algunos años antes que esto suceda.  Me duele tanto…
No podía decirle que también estaba muriendo, en aquella llamada.  Pero la abracé, mientras escuchaba por el auricular, como toda la vida lo habíamos hecho mutuamente, en momentos difíciles desde la universidad.  No puedo decirle que la muerte es un regalo y premio del que no estamos acostumbrados.  Nuestro cerebro también la desea, si desterramos el  mito  y la sobrevaloración que se le otorga a la vida, haciéndonos sufrir tanto.  En el fondo yo también lloraba su partida y el dolor que sentía mi amiga del alma.  Ella me escribió un whatsapp, dos horas después, para decirme que ya estaba más tranquila y que también agradecía la gran amistad que tenemos.  Recordé las veces que habían compartido noticias similares con el dolor de tantos y tantas.  Las veces que ayudamos a algunas personas, como si el impulso de la amistad nos volcaba a servir a los demás.A contarnos nuestros problemas personales.  Las partidas de sus hijos a otros lugares lejanos y mis sueños por trabajar desde abajo con los empobrecidos.  El hígado que llevaba en la mochila a la universidad, para salir luego a buscar a mis amigos del programa de TBC a quienes llegamos a querer con toda el alma.  La muerte siempre estuvo tan cercana a nosotros y hoy nos duele tanto como ayer.  ¿Por qué?    
Mientras tanto, permanecía preocupado por la salud del padre de Percy, otro amigo mío.  Nos conocimos en el centro de idiomas de la universidad.  Igual sellamos la vida en la entrega incondicional a los vulnerables.  Él era dirigente estudiantil en su facultad, donde también estudiaba Liz, su enamorada.  Nos impregnamos tanto, que los vínculos se tradujeron en la formación de una red de amigos y amigas, en un voluntariado universitario.  Algunos años han pasado, pero ahora hablamos por teléfono sobre la salud de su padre.  Su madre ha dejado la casa libre para que lo atienda, porque se ha infectado de la Covid-19:
Estoy viendo la marca en la puerta, donde tiré una patada, en mi adolescencia.  Estaba borracho, discutiendo con mi padre.  Siento que me desborda la situación amigo mío.  Esta casa me trae recuerdos de mucha soledad.  Mis padres trabajaban y mi hermano absorto en sus estudios. Es la misma soledad que siento ahora y tengo miedo de contagiarme y trasmitir el virus a Liz, mis hijos y mi madre, si voy al departamento.  Hasta he aprendido a inyectar alrededor del ombligo, de mi padre. Su saturación estaba bien, pero ha comenzado a bajar.  Lo traeremos aquí, para atenderlo. Siento que las paredes de mi vieja casa me increpan. ¿Quizá estoy exagerando?..
Recordé cuando nos abrazamos porque me decía llorando que sus padres se separaban y no podía hacer nada.  Luego las atenciones a Domingo camino a Tuctumpaya, donde estaban las familias que visitábamos con los voluntarios cada fin de semana.  Las heridas de Benito y la acogida de “mamá Epifania” que también padecía TBC.  Aquél día cuando se casó con Liz, tan elegantes con sus ponchos andinos.  El momento en que quisieron sellar nuestra amistad haciéndome padrino de su primer hijo.  Aquí estaba mi amigo, en la casa de su adolescencia enfrentando a sus recuerdos rebeldes de la adolescencia, para limpiar esas reminiscencias y atender a su papá del coronavirus.  El oxígeno estaba en camino y la presencia de su hermano médico para hacerse cargo de otro desafío de la vulnerabilidad. 

Y es que la amistad se traduce en abrazo a través de la escucha, sintiendo el dolor de las pérdidas, en tiempos tan inciertos como los que vivimos.  En recuerdos que alimenten esta maldita desesperanza ante la incertidumbre.  Compartir la rabia contenida por la miseria de quienes debieron cuidarnos como país y no lo hicieron jamás. La amistad es llanto por alegrarnos que estamos aquí para volver a vernos y sentir el calor humano.  Pero también en la espera a la muerte que se ha hecho tan amiga nuestra y que se apunta con nosotros por una mejor calidad de vínculos en la amistad que llenen de ternura y fuerza, para luchar por un mundo mejor.  Si la psicología no nos ayuda en esta rebeldía de la amistad, entonces no solo el virus nos infecta mortalmente, sino también la terquedad de acumular risas para el face, instagram o twitter con el vacío total que conllevan, como la lejanía que experimentamos con los amig@s de siempre en esta pandemia.  Que la vida y la muerte no tengan la última palabra sobre la amistad, en las pantallas de lo virtual. 

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