El exilio en el propio cuerpo.

Mientras me habla, veo sus ojos fijos en los míos.   Esperando una respuesta a una situación interna, que ni él mismo entiende.  En mi recuerdo afloran los relatos del sur del Perú.  Pero al que tengo frente a mí, es mi paisano campesino del nor andino.  En ese instante él se convierte en mi terapeuta, refrescando mi memoria.  

- ¿Por qué estás aquí?

- Siento que el corazón se me sale, cada vez que cojo la pala.  No puedo respirar, me ahogo.  Me hormiguea todo el cuerpo. El doctor dice que no tengo nada.  Por eso, me ha mandado acá.

- ¿Desde cuándo estás así?

- Hace tiempo.  Pero antes me venía de vez en cuando.  Ahora es más seguido.  Me da miedo.  No me deja trabajar.

- ¿Alguna vez has tenido mucho miedo?  ¿Te han asustado?

- Hace tiempo, por los años 90, llegaron corriendo los vecinos a mi chacra.  Diciendo que la policía y el ejército estaban entrando a mi casa.  Corrí a ver a mi familia.  Todos estaban afuera, en la calle.  Frente a mi casa.  Ellos habían entrado para revisar todo.  Cuando salieron, dijeron: "no hay nada, pueden entrar...".  Cuando nos dimos cuenta, nos habían robado toda nuestra plata del cuarto.  Entonces, nos fuimos con mi primo, más tarde, a la comisaría para decirles que nos devuelvan la plata.  Ahí nos agarraron y nos metieron adentro.  Nos tumbaron al suelo y nos patean, diciendo: "¿Dónde se han ido los terrucos?".  Nosotros decíamos: "no sabemos nada mi comandante".  Nos pegaban más fuerte, en la barriga, en los hombros.  Nos voltearon, con la cara en el suelo.  Nos chancaban los pulmones.  Desde esa vez, no deja de sangrar la nariz.  Siempre me viene sangre de la nada.  Nos soltaron en la noche.  Mejor ya no dijimos nada de la plata.  De repente ahí me dañaron los pulmones...

***
Cuando las huellas de la guerra interna, se han convertido en vivencia de exilio en el propio cuerpo, entonces se comprende, que los sufrimientos por sobrevivir, son más poderosos que ponerse a pensar, y liquidar, la causa de esas situaciones.  Es fácil concluir que existen sentencias que no han sido dictaminadas con tiempos límites, en esta historia: vivir encarcelados en nuestro propio cuerpo, sin saber lo que nos pasa: palpitaciones cardiacas, respiración agitada con sensación de ahogo y hormigueo por todo el cuerpo.  Son las cerraduras de las que aún no hemos liberado a nuestro pueblo.

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