Psicoterapia grupal: teología y capitalismo de la vigilancia

 Abrimos los ojazos cuando un amigo del grupo manifestó abiertamente que no viene al caso de hablar de la divinidad en términos de "pobreza o riqueza", porque ya es un lenguaje arcaico, aburrido y superado[1].  La sorpresa fue tal que a todos nos quedó claro que estaba desacreditando el tema que nos convoca: Teología y el capitalismo de la vigilancia. ¿Cómo sucedió esto? 

Hace mucho ruido el tema de abordar la teología desde la reflexión de la pobreza, sin más.  Eso fue en el siglo pasado. Hoy estamos en otra perspectiva.  Además, es absurda porque se presenta al pensamiento teológico católico como si fuera el único que aborda las cuestiones de la divinidad.  Este absurdo teológico, de encapsular la teología en una religión, se siente opresivo desde su arranque…

Así las cosas, irrumpe la emoción de desasosiego y comenzar a sentirnos que estamos en modo “patinar sobre hielo”.  Percibo a todos en el grupo, apagando su cámara como queriendo ocultar los rostros y que no lean la emoción de estar de acuerdo o en desacuerdo.  Intentando que las lecturas emocionales de nuestros rostros no restrinjan el diálogo que comenzaba a abrirse paso por las reflexiones aburridas de la divinidad sin ningún eco en nuestra cotidianidad.  Entonces, irrumpe la cuestión de la ética, para decirnos que la práctica teológica en la vida de los creyentes queda desautorizada totalmente si no va acompañada por un comportamiento ético insustituible.  ¿Qué fue lo que se dijo al respecto?

Por mucho tiempo pensar en la divinidad ha estado lejos del comportamiento ético.  Es decir, los escándalos del exceso de dinero en todas las religiones y la opresión sobre sus fieles, hace que pierda autoridad para dar directrices de vida.  Incluyendo los abusos sexuales de manera sistemática.  Si la reflexión acerca de la divinidad no ayuda a aborrecer ese tipo de comportamiento, con las consecuencias que se tendría que asumir, entonces la teología en cualquier religión, para hablar de Dios, queda totalmente fuera de lugar, desautorizada en toda su magnitud sin capacidad de predicar “La verdad” …

En ese momento surge el sentimiento de “defensa”, apologética le llaman.  ¿Qué es eso? Defender la doctrina, como si las normas y decretos eclesiales o religiosos fuera Dios mismo.  Irrumpe, ante la cara atónita de todos los presentes la idea que la pensamos, pero no la decimos, por miedo a herir los sentimientos religiosos de los otros. ¿Qué es lo que surge? La teología del neoliberalismo: cada uno tiene que valorar lo que es bueno y malo.  Vivir en su propia conciencia el “amor de Dios”.  Entonces, la cuestión del comportamiento religioso se va a lo más íntimo de la persona, por encima de las atrocidades que pueda cometer la institución religiosa a la que se pertenezca.  El Yo absoluto del deseo, se impone creando una “espiritualidad” narcisista impecablemente violenta.  La famosa frase de sentir en lo más profundo de la persona la felicidad individual de "amar a Dios sobre todas las cosas".  Todos optan por el silencio, con cámaras apagadas en la terapia, para escuchar lo que se está diciendo:

Me preocupa que a las personas ya no les interese ir a la misa o cultos.  No hablan de Dios. Ni siquiera se confiesan.  No sabemos qué decirles para que practiquen la comunión, las reuniones dominicales en la parroquia o centros de oración, vivan en pareja sin casarse …

Se inunda el grupo de un silencio sepulcral.  Como si el sentimiento de duelo se instalara, en el pequeño grupo de discusión, ante el funeral de una religión que ya pasó a la historia con ese pensamiento sacramentalista.  La emoción de tomar aire para seguir viviendo y no decir lo que todos pensamos, pero que es imposible pronunciar.   Y no es que los “sacramentos sean malos” sino el acompañamiento histórico que éstos han realizado en acciones abusivas, opresivas y de muerte impuesta sobre su feligresía, donde la ciudadanía perdió toda posibilidad de expresión democrática y libre, entre sus prácticas. Así lo sentí en el grupo general de debate, cuando se sentenció el marco sobre el cual tendría que ser una respuesta teológica al capitalismo de la vigilancia:

Hasta que los rostros de los nuevos pobres: la comunidad LGTBIQ+, las trabajadoras sexuales, los migrantes… no se asuman como parte de la reflexión para hablar de la divinidad, no tiene sentido la teología que se encapsula en una religión endiosando su propio pensamiento como único criterio.  Ese tipo de divinidad que resulte de allí es una farsa.  Una mentira disfrazada con palabras bonitas, para ocultar la responsabilidad que se tiene frente a la miseria de América Latina, como si esa pobreza miserable fuera buena y deseable.  

La indignación por la pobreza extrema de millones de personas no puede dar lugar a una reflexión de la divinidad que siga ocultándose en normas que apoyan a un sistema político que promueve el individualismo y pone el placer (felicidad) como único criterio de descubrir el “amor de Dios” en el fondo de cada persona, sin importar el “otro”, la comunidad que nos enrostra con la realidad.  Surge un sentimiento de detestar este tipo de comportamiento, que nace de esa reflexión individualista, hedonista.  ¿Cómo se entiende esa expresión y sentimiento?

Quizá estemos hablando de la institución religiosa como la jerarquía eclesial: Sacerdotes y demás.  Porque, los que son religiosos en comunidades masculinas y femeninas pertenecen a los laicos.  Es decir, a gente común y corriente que no pertenecen a esa jerarquía…

Nos miramos, ocultos en la medianía virtual de los aparatos electrónicos que nos dan esa posibilidad, ante esa aseveración.  Así como se ha ocultado, bajo diferentes formas, esa manera de entender la institución religiosa, introyectada en cada feligrés para desaparecer todo rastro de abuso en su interior.  Sacerdotes, religiosos, laicos y ateos usan el mismo esquema, ocultando sus abusos.  Sin embargo, queda el aire psicológico de haber pensado la divinidad desde lo más sagrado de la humanidad: lo laico (democrático), que por mucho tiempo se ha entendido como pecado.  Tal vez, sin decirlo, siento que esa es la esperanza, la fuerza de cambiar la religiosidad hacia una práctica ética de desear lo mejor para todas las personas y detestar el consumismo de la divinidad como algo muy personal, egocéntrico, patológicamente narcisista.  No somos clientes de la divinidad, ni de religión alguna.  Estamos hechos para explorar una religiosidad que rompa los límites impuestos por las religiones y nos dejemos llevar hacia expresiones de cooperación por mejorar las condiciones materiales, espirituales, sociales, fomentando las mismas oportunidades para todos.  Eso que llamamos psicología de lo humano.    

 

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[1] Reuniones grupales de una Escuela denominada: Escuela de discipulado y humanización.  Se intenta reunirnos de diferentes creencias y espiritualidades, para decodificar todos los presupuestos teóricos que hasta el momento rigen nuestra vida y proponer otros que sean coherentes a nuestro tiempo.

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