Ciudades y psicología de la indigencia humana.

Las ciudades tienen un origen basado en la psicología de la indigencia humana, plagada de humillación y violencia.  Con  esta falla de origen aún caminamos buscando nuevos rumbos y enfrentando desafíos por una mejor calidad de vida.  ¿Cómo explicar el origen de las ciudades que nos ayuden a vivir mejor hoy?

Cuando se pensaba en riqueza, en la mentalidad y comportamiento de aquella Edad Media, la imagen que venía al cerebro humano era grandes extensiones de terrenos dedicados a la agricultura, para los señores que gobernaban: Los dueños de la tierra. Entonces hablar de dinero y poder, se asociaba inmediatamente a tierra y terrateniente (hacendado).  El resto, vivían en sus casas esparcidas por el campo: su-jetos de explotación al servicio de las tierras de su dueño.  Esta forma de vida en el campo duró siglos.  Los “peones”, trabajadores de las tierras, hacían alianzas afectivas, para tratar de minimizar el sufrimiento de su explotación y miseria, a través de relaciones de parentesco que equilibre sus emociones y afectos. ¿Cómo lo hacían? A través del “compadrazgo”.  Los roles de padrinazgo.  Por el fenómeno psicológico de acomodación y adaptación, creaba letargo en el pensamiento y comportamiento, acostumbrándose a vivir en un mismo lugar toda la vida trabajando la tierra para el señor terrateniente.  Tanto así, que la mano de  obra de los “ancianos y ancianas” ya no servía y morían muy temprano, dejando generaciones infantiles y jóvenes al servicio  del pastoreo y la agricultura. Comenzaba a sobre poblarse el entorno.  ¿Qué efectos psicológicos originó este proceso de miseria humana?

Nació la dinastía de poder a través de una nueva forma de gobierno: los Reyes y su Corte.  Este cambio de paradigma, forma de pensamiento de sus gobernantes, despertó otra manera de ver el mundo.  Asociado con la religión dio un giro enorme en el pensamiento y comportamiento humano.  Los Reyes y su Corte, se agruparon para controlar y vigilar. Comenzaban a aparecer los primeros inventos: la máquina de la imprenta, los molinos para procesar harinas, el combustible para las lámparas, la mezcla de las culturas árabes y occidentales con sus grandes telares, entre otras expresiones pre-industriales cambió la manera de ver el mundo.  Así se produjo el encuentro entre Europa y América.  Las ciudades comenzaban a nacer entorno a los pequeños grupos del Rey y su Corte.  No había trabajo para todos: ni en el campo, ni en el entorno de la Corte.  Vivían de la “caridad” de los ricos.  Fingían enfermedades para ser su-jetos de limosnas.  Se instalaban en las calles, en las puertas de los templos para inspirar lástima. Los pobres, para la Corte Real, apestaban.  Era gente sucia.  Sospechosa de actos delictivos. Promiscuos.  Deshechos humanos.  Sólo podían ser explotados y para eso servían.  Gente mentirosa, vivían del engaño.  Ociosos. Son contrarios a las normas de la religión. Ignorantes y analfabetos.  Toda esta percepción perdura hasta nuestros días, como un mecanismo psicológico de exclusión y marginación.  ¿Cambió, en algún momento de la historia, este paradigma mental acerca de los pobres? 

Claro que sí.  En América, influenciada por la Europa española, tuvo una repercusión de hondura psicológica en el conflicto del choque de culturas.  No porque los españoles se encontraran con otras culturas americanas, sino por el mecanismo de defensa que traían consigo, después de ocho siglos de ser dominados por una cultura árabe, con religión incluida. Además, de tener un Rey, para vergüenza histórica de España, que no hablaba español. La religión católica, jugó un papel importante en la reconquista de España de los “moros”, después de tantos siglos.  Aún España no se recupera de esa disonancia cognitiva de ensalzar la cultura árabe en sus estructuras y el sentimiento de “rechazo” a la religión de los “moros”.  Con ese mecanismo de defensa, llegaron a América, identificando a sus pobladores con los “moros”, a los que había que adiestrar, domesticar, doblegar, explotar y, si se resistían, desaparecerlos. Muchos religiosos católicos, se dieron cuenta de este mecanismo de defensa ambiguo, nefasto en la psicología de la España dolida.  Por eso, se solidarizaron, a través de la psicología de la empatía, con los pobres marginados y excluidos, en el nacimiento de las ciudades.  Comenzaron a vestirse como los pobres.  De ahí, los famosos hábitos religiosos que usaban, para identificarse con los pobres, con una sola vestimenta.  Pedían limosna, como los pobres, para vivir.  Predicaban que los pobres eran amados por Dios.  Por eso, surgieron figuras famosas como Domingo de Guzmán, dedicado a la peregrinación, como los mendicantes, y a la predicación.  Igual Francisco de Asís, asumiendo la pobreza total, para hacer un llamado a la Iglesia sobre su opulencia, como un insulto a los pobres y a Dios mismo.  Pedro Nolasco, en su afán por salvar a los esclavos de la muerte por sus explotadores.  Juan Ciudad (Juan de Dios), recogiendo a los pobres para llevarlos a su hospital.  El paradigma acerca de los pobres cambió. Se convirtieron, en la percepción de muchos, como los “pobres buenos”, queridos por Dios y a los que había que ayudarles, para salvar “el alma”.  En esa misma sintonía en América, recordamos a Bartolomé de las Casas.  ¿Qué cambios psicológicos, acerca de los pobres, trajo consigo esta nueva manera percibirlos?

Que los “pobres buenos” merecían la caridad.  Serían objeto de la ayuda humanitaria.  Los “pobres malos”, a la horca. El nuevo paradigma, percibía al pobre bueno como gente trabajadora.  Fiel a su amo.  Prudente. Puro.  Su pobreza era bendita por Dios.  Respetuosa.  Como su pobreza lo acercaba a Dios, no importaba su sufrimiento, porque ellos eran los preferidos de la divinidad.  Obedientes y fieles a los mandatos de la Iglesia y de la estructura política de los Reyes, duques y toda la Corte Real.  Gran parte de esta percepción se mantiene hasta nuestros días.  Ser pobre y rebelde, en América, es similar a ser terrorista, como los árabes.  ¿Cómo ayudó la estructura religiosa y civil, desde esta perspectiva psicológica de ver al pobre?

Construyeron grandes estructuras, donde encerraron a los “pobres malos”.  Aquellos que engañaban a la gente con enfermedades fingidas, para pedir limosna.  Así nacieron los hospitales y las cárceles.  Al reclutarlos, los curaban con latigazos, para sacarles el “demonio” que llevaban dentro.  La medicina estaba convencida que así era posible la sanación y la religión oficial apoyaba.  Le enseñaban diferentes labores, para que se defendieran con un trabajo, porque se pensaba que lo habían curado de la “ociosidad”.  El objetivo: limpiar las calles de las ciudades de los “pobres malos” y quedarse con los “pobres buenos”.  Se les rapaba la cabeza, como signo de estar rehabilitado.  Al salir de esos grandes nosocomios, todos sabían los antecedentes.  Una manera de ejercer el control y la vigilancia.  La relación psicológica de amo-esclavo, patrón-peón, no había cambiado en absoluto, en el nacimiento de las ciudades y sigue manifestándose como anomalía ética, que perdura hasta nuestros días.  ¿Podríamos extrapolar esta experiencia psicológica, con algún acontecimiento actual?  Claro que sí.

Las grandes migraciones entre países y continentes, está transformando nuestro entorno;  214 millones de inmigrantes, a nivel mundial, solo hasta el 2009.  Si no hacemos un trabajo psicológico de nuestros paradigmas mentales, acerca de este comportamiento humano y abordamos la psicología del conflicto cultural, seguiremos repitiendo un patrón que nos conduce a la extinción de la humanidad, por falta de salud mental: síndrome de Burnout, espectro autista, depresión, ansiedad, son los nuevos nombres de las patologías psicológicas y psiquiátricas, que surgen por un error de percepción en su historia.  El reto es dejar nuestra ignorancia y comenzarnos a percibir, psicológicamente, como seres humanos cuyo fundamento psíquico y ético es que somos indigentes totales.   ¿Lo lograremos?
Albergue Chucuito-Puno. Archivo personal

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CHRISTOPHE, P. (1988). La historia de la pobreza. Navarra: Verbo Divino.
GONZÁLEZ CREMONA, J. M. (1998). La vida y época de Carlos I. Barcelona: Planeta S.A.
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PELAYO, M. (1976). Historia de España. Cap. III. Madrid: Biblioteca de autores cristianos.
WITHOL DE WENDEN, C. (2013). El fenómeno migratorio en el siglo XXI. Migrantes, refugiados y relaciones internacionales. México D.F.: Fondo de Cultura Económica.

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