Bioética; desde la psicología de don Mario

¿Por qué entre las numerosas razones que condicionan la conducta, las razones éticas cuentan tan poco? Fue la pregunta que vino a mi mente, cuando terminé la primera sesión con usted, estimado Don Mario.  Por supuesto, el cuestionamiento lo formuló la profesora Camps (2011).  Estuve allí, con usted a sus 79 años, para aprender lo único válido que tiene la vida, con tanto camino recorrido.  La ética tendría que dar aliento esperanzador a su sufrimiento, transformado en una ley.   ¿Por qué una ley podría darle esperanza?
Fermina, mi madre está presente, en estos momentos de dolor insoportables.  Vine de Ayabaca, buscando nuevos rumbos.  La panadería “tres estrellas”, en el centro de la ciudad, fue testiga de mi entrega al trabajo y el inicio de mi fama.  Me permitió traer a mi madre, para vivir conmigo, aunque no se acostumbraba.  “No te cases Mario, mira que conoces a Fermina.  Ella está bien aquí en Ayabaca…” Así me decían los vecinos, cuando la traía.  Ella fue todo lo que tenía desde que vi este mundo.  Un día regresé al cuarto que alquilaba y ella no estaba, se había ido.  En ese momento comencé a luchar por mi pueblo, por mi país, cuando la encontré en otro lugar de la ciudad.
La nueva ley de salud, dejada por el Gobierno de Fujimori, solo contiene un aspecto de bioética, inspirado en la declaración de Helsinki.  Por eso, el consentimiento informado se nombra de manera ambigua y rápida.  No hay más que pueda aportar en beneficio del paciente.  Su fuerte inspiración estaba hecha para que las Empresas Prestadoras de Salud (EPS), puedan operar al ritmo del libre mercado.  Incluso ser ellas mismas sus propios supervisores de calidad de servicios prestados a la población.  Con ello, sobrevino un costo altísimo de medicamentos.  Jamás una ley como esa, puede representar la bioética, en beneficio de la salud de los pacientes.  Esa ley, ha tenido algunas modificaciones, que jamás se me había ocurrido revisarlas, hasta que le conocí a Ud., don Mario.  Aquellas dos sesiones psicoterapéuticas, fueron suficientes, para ayudarme a luchar con usted.  ¿Cuál es la modificación de esa ley de salud que nos interesa?
Quiero morir.  Acabar con este dolor.  Se sufre mucho.  Siento desesperación.  No sé lo que tengo…
No podía decirle don Mario el diagnóstico, a pesar de saberlo: Una metástasis generalizado de células cancerígenas, que se había convertido en su última batalla y lección de vida.  La familia tenía que decirlo, pero el sufrimiento hondo de los hijos e hijas, era tan hondo como su dolor, don Mario.  Yo no era el indicado para decirlo.  Solo me quedaba sostener su realidad de dolor y sufrimiento.  Como aquellos años, cuando tuvo que buscar a doña Fermina que dejó la habitación que alquilaban en el centro de la ciudad, para irse a vivir en una casa propia.  Una invasión en los alrededores de Piura.  Allí la encontró.  Sería la penúltima vez que su mamá, le enseñaba a desinstalarse de la comodidad de no luchar por salir adelante, junto al pueblo.  Por eso, su carácter fuerte, una personalidad tenaz, forjada en la vida dura y agreste de una cultura machista, que puede darse el lujo de abandonar a la mujer y al hijo, sin más, como usted lo vivió y no imitó, por una cuestión ética.  Es el mejor retrato de orfandad que hasta hoy vivimos en el Perú.  Doña Fermina estaba junto a otros paisanos, en lo que sería el distrito 26 de Octubre, años más tarde.  En ese mismo lugar, donde estábamos los dos, en las sesiones de psicoterapia.  En su distrito, donde tantos años fue dirigente para sacarlo adelante.  Aunque esos recuerdos de luchas incansables, junto a la panadería que fundó, para sostener a los suyos, ayudaron a sacar fuerzas para enfrentarse al dolor, indecible, de su última batalla, se mezclaba con el sentimiento, hecho gemido, de la familia que no podía aceptar su partida definitiva.  Necesitaba esa ley, que le ampare para dar un paso adelante.  En esa búsqueda ética, de esperanza, me empeñaba en sostener en esta terapia de apoyo. No podía más,  Nunca olvidaré ese gesto final entre los dos. Aún lo tengo en mi memoria.
Ayúdame a terminar con este dolor.  Por favor.  El médico se niega a escucharme, porque piensa que irá a la cárcel.  Tampoco mis hijos están de acuerdo.  Sólo pedir que eviten este dolor hasta el fin de mi vida, que para eso está la medicina.  No para alargar el sufrimiento hasta tiempos interminables, como un infierno de sufrimientos indecibles.  Ya no quiero vivir así.
Cuando escuchaba estas palabras, a través de la familia, sabía que hablaba en nombre de su pueblo, de su historia.  La ética es eso.  Ni la familia, enclaustrada en los sentimientos encontrados de la situación, ni los médicos que no entienden la finitud de la vida, podían entender el gemido ético, ante el dolor vivido y sentido.  Donde las emociones encaminan a la ética, para hacerlas leyes, en favor de las personas, como usted don Mario: Ley de salud 26842, artículo 4. Es la voz de la ética y las emociones, aplicadas en normas, de todos los que sufren en carne propia los dolores de la salud vulnerable en su última fase. Por eso, nos abrazamos fuerte el 20 de marzo de 2019, porque el resto de tiempo que le quedaba, era una batalla lista para enfrentar, al lado de la memoria de doña Fermina y la familia que usted forjó en Piura, con el mismo rigor de la historia de su pueblo, nuestro pueblo, que sigue necesitando de la ética, como herramienta de lucha, en favor de los más vulnerables.  Esa mañana, salimos los dos de su habitación al comedor, donde estaba la familia. Nuestra despedida fue una tarea ética imperativa, a través de una pregunta, que solo se comprende desde asimilar que la vida es una constante desinstalación, en contextos de nuestra lucha por el pueblo, aún con el dolor que muchas veces impide caminar:
¿Hay algo para invitarle?
¡Gracias don Mario!
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CAMPS, V. (2011). El gobierno de las emociones. Barcelona: Herder.


MORA, F. (2011). ¿Se puede retrasar el envejecimiento del cerebro? 12 claves. Madrid: Alianza Editorial.

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