Adrenalina vs Psicología del placer sexual


Pienso en ti Roberto.  Mientras narro tu experiencia a mis colegas.  Recuerdo lo que tardaste al contarme tus dolores de estómagos fingidos, cuando estabas niño, que hasta te llevaron al hospital.  Las veces que lloraste en casa para que tu madre no te enviara al Colegio.  Tu padre, no podía entender lo que pasaba.  Nadie entendía tu dolor, angustia y miedo.  No puedo dejar de ver, en mi recuerdo, la forma como te molestaba ese niño alto, mayor que tú, en el colegio. Te basureaba, humillaba hasta hacerte sentir lo peor del mundo.   Nadie estaba para ayudarte.  Ni los profesores, ni tus padres.  Algunos de tus amigos se reían y a otros no les interesaba el tema.  Imaginaste miles de maneras para entrar y salir del colegio sin que te molestara.  Miro tu dolor y sufrimiento, mientras estoy narrando a mis colegas, el último de tus acontecimientos ansiosos, del cual tu cerebro ha completado su algoritmo, proceso fantasioso de tu sistema cerebral para solucionar ese problema.  Porque, el sistema nervioso no funciona de otra manera, si no es con cálculos, procesos internos de conexiones neuronales, para sobrevivir.  Pero, ¿Cuál es esa experiencia tuya, que estoy narrando a mis colegas?


Les estoy contando que a tus 23 años, ya eres informático.  Trabajas.  Tienes autonomía.  Ya no eres aquel niño, que no hace falta decirles a ellos.  Tu niñez es solo una conversación conmigo mismo para imaginarte, estimado Roberto, porque lo que estoy narrando es lo que te acaba de suceder ya de adulto, hace algunos días, cuando tus pupilas se dilataron al extremo, aquella madrugada que despertaste asustado.  Tu cuarto estaba totalmente oscuro. No podías respirar, porque tenías un nudo en tu garganta.  Sentías que te ahogabas.  Los latidos de tu corazón estaban muy fuertes y rápidos.  Sentías que el corazón estaba a punto de explotar.  Tuviste que bajar a la sala, para hacer los ejercicios de respiración.  Nuestros colegas y yo, le denominamos ansiedad o crisis de pánico.  Sensación de muerte.  Causada, por aquel comportamiento “malo”, que dices tener.  Te puedo imaginar desesperado.  Porque, tu cerebro de alguna manera tiene que mantenerte con vida, aunque tenga que exagerar o inventar cualquier acontecimientos, con tal de lograr la sobrevivencia.  Toda esa sensación, te hizo recordar el dolor y sufrimiento de tus años escolares espantosos, que ya habíamos trabajado juntos, estimado Roberto.  Pero, ¿qué es esa cosa mala que dices que has hecho?, es la pregunta que hacían los colegas.  Aquello que tardaste en narrar, porque te sentías culpable y con un autoconcepto de alguien “sucio”, “cochino”, propio de la religiosidad funcional de pecado.
                                                                                                                                                                (fotografía de gekaskr, localizador 25707191)
Esa noche, Roberto, habías llegado cansado a tu casa, para cenar, bañarte y acostarte.  Estabas feliz.  Muy feliz, porque después de tu trabajo, como a las diez de la noche, habías quedado con tus amigos a jugar fulbito en las canchas cercanas a tu casa.  Ganaste dos partidos, con apuestas incluidas.  Dos partidos, que habían mantenido tu adrenalina en total funcionamiento, de tal manera que tu cerebro, responda al instante las jugadas de tus rivales. Gracias a esa sustancia, tu cerebro, puede leer lo que intenta hacer tu competencia.  Es la forma más primitiva que tiene nuestro cerebro para actuar.  Gracias a esa sustancia podemos hacer lo inimaginable, como ganar los dos partidos y salir airoso de una competencia o de cualquier experiencia de peligro.  La adrenalina nos mantiene en alerta constante, en esas circunstancias.  Pero, por esa razón no es que te levantaste con esa sensación de pánico.  Por supuesto, que no.  Eso no es una cosa mala, como tú la llamaste, Roberto.  ¿Qué pasó después?

Como en otras noches, cuando ya estabas acostado, recibiste la llamada de ella.  Te emociona mucho recibir o hacer esa llamada.  Porque con ella experimentas placer, por lo que se narran y disfrutan, a través del diálogo erótico.  Ella comienza a tener sexo por el auricular.  Ambos se excitan hasta el placer total.  Ella, con las palabras que le vas diciendo acerca de su cuerpo y las caricias que vas imaginando que le das.  Los besos sobre su cuerpo.  Tú, con las fotos que te envía de su cuerpo semidesnudo al comienzo y luego totalmente desnuda.  Las fotos que se envían mutuamente son con un tono altamente erótico.  Esa noche, ella te pide que se envíen vídeos.  Algo que no había sucedido antes.  A ella tú la has entrenado para que borre esa información de su celular (móvil).  Pero, nunca se habían enviado vídeos.  Le dijiste, en medio del placer que les inundaba, que borrara bien el vídeo de su cuerpo desnudo, consumida por el placer que se otorgan en esa experiencia de placer absoluto.  Tú solo enviaste fotos, para evidenciar ese grato momento.  Tu cerebro, estimado Roberto, estaba dando señales de felicidad.  La adrenalina, pasó a un segundo plano.  Ahora otras sustancias habían invadido todo el algoritmo cerebral del placer.  Sentías euforia, júbilo y aturdimiento.  Esos sentimientos, que solo los puede dar un cerebro que produce norepinefrina, dopamina y feniletilamina.  Son nombres raros de esas sustancias, pero que ocasionan la pasión de disfrutar de la sexualidad o de cualquier experiencia pasional.  Hace que esa experiencia bella se vuelva un vicio.  Es lo mismo que sucede con la experiencia del consumo de drogas.  En tu caso, Roberto, es la experiencia sexual.  Pero, ¿Por qué después de dormir con ese sentimiento de placer, te despertaste con un ataque de pánico? En ese instante, les dije a mis colegas, que aquella mujer de tu edad, era tu prima.  Por eso, sentías esa experiencia bella, como una “cosa mala”.  Pero, no solo por eso, fue tu ataque de ansiedad. Así me lo dijeron mis colegas.  Entonces, ¿Por qué?

Mis colegas comenzaron a explicarme, uno a uno, aportando sus conocimientos, para lograr entenderte Roberto.  Me dijeron que cuando entraste a un proceso de reposo, la adrenalina aún continuaba en tu cerebro, porque tarda horas en desaparecer.  Y tenía que culminar el algoritmo para resolver la tarea que había surgido, durante tu momento de placer: que ella borre el vídeo, para que no lo vea tu tío.  Porque si se entera toda la familia, podía quedar al descubierto todo tu comportamiento sexual. Pues, la imagen que tiene la familia de ti es admirable.  La adrenalina se encargó de completar esta inquietud, tratando de asegurar tu supervivencia, inventando que ella no había borrado bien el vídeo.  Que necesitabas llamar urgente.  Todos sabrían lo fea persona que eres.  La alerta inundó tu cerebro.  Una cuestión de vida o muerte.  Todo el sistema caliente cerebral comenzó a funcionar a mil.  Por ello, tuvimos que recomendar volver hacer los ejercicios de respiración para oxigenar el cerebro.  Relajarte.  Porque tu cerebro tiene algoritmos de supervivencia marcados en tu historia por el bullying y sabe cómo defenderse.  Asociado al sentimiento de culpa, entrabas en una desesperación inenarrable.  

Cuando escucho eso de mis colegas, pienso en tu sonrisa Roberto.  En todo este recorrido terapéutico que nos ha tocado vivir.  Y, aunque esta relación es profesional, no dejo de pensar en la amistad que puede nacer entre mis colegas y tú, por compartir juntos lo que tu vida nos va enseñando para enfrentar nuestra humanidad más saludablemente.  Un abrazo, con gratitud. 

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