"Vivir Abajo"; lectura de mi psicología


Mientras voy entrando en la lectura de esta novela, encuentro un espejo de mí mismo en las páginas que me van insistiendo en mi autoconcepto y la percepción de la realidad, porque la pregunta psicológica que mueven las piezas de los personajes es: “¿Quién está mal de la cabeza?”, e inmediatamente nos da dos alternativas: “¿El que camina indistintamente por cualquier parte o el que infinitamente re-camina sus propias huellas, una y otra vez?”.  Cada personaje, busca dar respuesta.  Siento que al mismo tiempo, yo voy dando una respuesta en cada historia hablando de mi mismo.  En algunos personajes, que hacen de espejo psicoterapéutico, la respuesta es la primera alternativa y, en otros, la segunda.  Pero, no me puedo quedar con algunas veces sí y otras no.  Tengo que definirme en los personajes, yo mismo, y desbaratar la hipocresía de las máscaras que utilizo.  Porque, finalmente, la locura es “algo que está debajo y desde abajo nos va sacando la máscara”.   ¿Quiénes son los personajes que nos ayudan a develar la interrogante de mi autoconcepto?

Hildegardo.  Los vínculos fraternales, en la espera de un hermano que nunca llega.  El nuevo vínculo de amistad con alguien desconocido, como George.  Representa la infamia de la contemplación en medio del conflicto, por la ausencia de alguien querido.  El error de la vida lo llevó a una violencia desalmada, que ni él mismo entendía.  Allí estaba esperando, Hildegardo, el momento para abrazar y perdonarse a sí mismo.  Decidido a la nada, porque todo depende del movimiento del mar, que le devuelva la esperanza de esos vínculos de fraternidad.  Cuando, al final del relato, resulta que la historia es al revés, entonces me pregunto si vale la pena esperar toda una vida aquellas fantasías de cariño, ternura y reconciliación conmigo mismo o tirarse al mar en busca de ellos.  George ignora este proceso interno, porque también lo vive.  A Rita también le sucede lo mismo.  Con los sucesos de Hildegardo, a partir de conocer a George, nos quitamos la primera máscara, para encontrarnos cara a cara, con nuestra realidad.  Lo que le pasa a Hildegardo, tenemos que leerlo para descifrar el espejo de nuestra propia vida, hasta las lágrimas.

Raymunda Walsh.  Es el espejo más cruel de nuestros traumas internos.  De nuestra locura inenarrable, por el extremo de los hechos.  Ella envuelve la peor de las experiencias del cuerpo humano.  Porque ella personifica la eternización de nuestros traumas, “que sólo se cura cuando eres capaz de contarlo, de convertirlo en una historia y contárselo a alguien…”  Esa es la ruta de la psicoterapia.  Ella lleva un niño en su vientre, producto de violaciones salvajes, como tortura en medio de una guerra interna.   Tiene que escoger.  Discernir.  Tomar una decisión.  Abortar y vivir con el estigma de la violada y encima asesina de una futura persona.  Tener al bebé y dar de lactar a su “propia violación”, todos los días de su vida, volviendo al camino tortuoso de aquel momento, en la imagen de sus violadores.  Darlo en adopción y convertirse en la violada y “mala madre”, que regala a un bebé a desconocidos, cargando con una culpabilidad por el resto de su vida, siendo ella misma la víctima.  Mientras vamos recorriendo la decisión de Raymanda, veo mi vida que me define como lo que soy.  Porque tengo que decidir con ella.  Entonces, mirar desde abajo me convierte en Raymunda y tomar postura ante mis traumas.  Solo al llegar al final de la lectura, puedo entender a Raymunda y a mí mismo, convencido que el sufrimiento nos hace tomar caminos al azar, donde no hay otra explicación en base al pasado, sino al destino inevitable del azar en mis genes y los contextos.  Algo que en psicología llamamos algoritmos cerebrales.  La decisión de Raymunda es la mía también.

El protagonista de la película imaginaria.  Aquel que quería verse muerto en vida.  Pareciera incoherente, pero a veces me ocurre estar en ese nivel.  La cirugía de quitar todo lo que estorba de mi cuerpo, para ver lo que soy yo, después que la carne que llevo se corrompe con la falta de respiración y palpitación cardiaca. Lugar de la tumba. Un deseo obsesivo de este personaje.  Pero, es mi obsesión, por querer saborear el más allá de una vida que imagino para ver lo que hay debajo de esta piel.  Lo único que sostiene nuestra figura: el esqueleto.  Lo que dura más del cuerpo, en la tumba de los que no tienen vida.  El esfuerzo por mirar más allá de mi muerte, lo que tengo, lo que soy.  Este pensamiento obtuso que no me deja disfrutar de lo único válido, por lo que vale la pena contar mi historia personal: las sensaciones de felicidad de mi piel que me comunican desde el interior con lo exterior y viceversa.  La insistencia de este personaje, de ver su esqueleto en vida, no es más que mi fantasía desacoplada de la realidad, que no deja de tener lógica, en nuestras incoherencias diarias: quitar toda posibilidad de sensaciones de felicidad, para quedarnos con lo más perverso de nosotros mismos: lo inmóvil, la falta de decisiones, la vulnerabilidad que sostiene nuestra piel, la pose espantosa de nuestro ser, por donde toda la dureza es como lo único válido.  Sin cerebro.  Sin vísceras.  Sin nervios.  A secas.  Soy ese fósil desfigurado, fuera de toda máscara, en una fiesta de huesos con apariencia humana.  Pero ¿qué ocurre con este protagonista de la película?  Lo mismo que nosotros, cuando optamos por ver abajo, sin importar lo que envuelve los contextos.   Donde todo se entiende como cuando hablamos como si nadie “supiera que existimos”.  Por eso, el final de esta novela, responde a mi propia psicología en la que George, el loco, termina siendo, de manera desafiante yo mismo.  Tuve que leer varias veces el final, no para entenderla, sino para sacar mi rostro del relato, ante el asombroso fin de esta novela; la historia salvaje de mi mismo: alegría, gozo, tristeza, pero no indiferencia.

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FAVERÓN PATRIAU, G. (2018). Vivir Abajo. Lima: PEISA.


Comentarios

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    1. Es muy buena. Te la recomiendo Jaime. Gracias por leer el blog. Un abrazo.

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