Una pedagoga, un teólogo y psicólogo ante la Covid-19, Perú

Una pedagoga terca en la apuesta por formar comunidad, en medio de un sistema educativo, que por arte de magia, de la noche a la mañana, quiere solucionar siglos de una pedagogía tradicional carente de todo sentido, a través de una estrategia de enseñanza virtual.  Un teólogo atrevido que intenta fundamentar sobre el pensamiento y experiencia de la divinidad, en medio del sufrimiento inocente de millones de personas creyentes y no creyentes.  Un psicólogo que intenta ayudar, locamente enceguecido, a las personas afrontar la realidad dura e incomprensible del miedo, angustia y sentimiento de la enfermedad, hambre y miseria.  Los tres en medio de una pandemia y crisis económica en Perú, que está dejando a la fecha 155,671 infectados; 4,371 fallecidos y miles de desempleados. ¿Qué dicen, desde su experiencia, estos tres profesionales y de qué apuros nos pueden sacar?

Cuando habla la pedagoga, se percibe su firme convicción que todos pueden dar un salto atrás en sus vidas,  para rebotar y sobrepasar cualquier dificultad en sus vidas, a través del aprendizaje.  Ella iba todas las semanas al hospital del Niño con su esposo, donde su pedagogía se convirtió en la escucha permanente de los niños en el fin de sus días, por enfermedades que no tienen cura por lo avanzada que su enfermedad podía estar.  Hoy, en plena pandemia, nos alerta que todo lo podemos superar aprendiendo a “lenguajear”.  Es el arte de relacionarnos a través de lo más humano que tenemos: el lenguaje, en todas sus formas.  Entrenamiento frustrado en el sistema educativo, que como una cárcel del pensamiento nos ha impedido escuchar, o, criticar y enseñado a balbucear palabras de “otros” expertos y no decir nuestra propia palabra.  Entonces, interrumpe el teólogo y comienza su discurso. ¿Qué nos propone?

El teólogo trasmite su fuerte convicción racional y espiritual desmarcándose de todo fundamento tradicional, perdiendo el miedo a pronunciar con seriedad la limitación de los argumentos injustificables de un modo del pensamiento humano sobre la divinidad en crisis como las que vivimos.  Vive en un pueblo, casi olvidado por la indiferencia, del altiplano.  Explica que la fe parte de la experiencia de superar los límites impuestos por nosotros mismos y por los demás, desde allí rompe con el esquema tradicional de definirla en términos de creer en lo que no vemos, porque nadie en la historia ha vivido tal experiencia, a no ser que se trate de un desequilibrio mental. Por lo tanto, la capacidad humana de estar en constante negociación, consigo mismo o la comunidad que llevamos dentro, a través del diálogo constantemente evolutivo, eso es la fe.  Gemido de  un pueblo agricultor que escucha su pala contra el suelo y los largos silencios del campo.  Finalmente, la experiencia de transformación personal y comunitaria, que agrada al ser humano en un placer indescriptible que denomina “más allá”, producto de su relación con la divinidad.  Entonces, el psicólogo despierta ante el argumento de la pedagoga y el teólogo, para precisar su experiencia ¿Qué nos puede decir, después que los psicólogos y psiquiatras se escondieron ante el impacto socio-económico del coronavirus en sus tareas tradicionales de atenciones personalizadas o simplemente el silencio?

La carga emocional de cualquier ser humano, frente a situaciones que generan miedo y trastocan la sensación de seguridad de la rutina diaria quita toda motivación para proyectar la existencia, porque se pierde el control interno de una situación archiconocida como una pandemia, pero inesperada.   Así como, poner parte de la seguridad personal en el control externo, en las autoridades o los demás, ante la situación aparentemente desconocida que apareció de la noche a la mañana.  Su práctica psicológica la experimenta en una región del norte del país, que ocupa el tercer lugar en cantidad de infectados y muertos por la pandemia.  Una región golpeada por la corrupción de sus autoridades y eternas emergencias en desastres naturales.  En sus consultas psicoterapéuticas no cobra por consultas, por rechazar al neoliberalismo, en lo que considera una autoexplotación inmoral de su profesión, por eso deja a voluntad de sus pacientes la retribución económica, sin que esto repercuta en el proceso terapéutico.  Por ello, la psicología, según su práctica y teoría, ante situaciones como las que vivimos, merece un abordaje desde el equilibrio entre rescatar el control interno de cada persona. No se trata de abordar psicológicamente las crisis de pánico, ansiedad o depresión, desde los lineamientos tradicionales, sino en potenciar todo lo positivo de cada persona para reconocer el miedo, la incapacidad de pensar, descubrir la parálisis mental y física que se está experimentando.  Luego, elaborar un plan psicológico que desestructure esos pensamientos automáticos negativos del miedo y enfrentar con: la risa, coraje, fuerza, convicciones, pasión, empatía y razonamiento cualquier adversidad por muy traumática que sea.  El equilibrio entre el control interno y externo, de cualquier situación.  Pero, ¿Cómo se ponen de acuerdo la pedagogía, teología y psicología, en estos tres profesionales, para que sirva de algo lo que conversan?

Los tres se miran a través de la pantalla.  Se ríen de sí mismos.  Discrepa abiertamente el uno del otro.  Inevitablemente muestran el cariño mutuo, aunque aparentemente se digan “zamba canuta”, algo que la inteligencia humana puede captar si los viera conversar.  Gracias a ese cariño, que traen de aquellos a quienes sirven, pueden decir lo que no queremos escuchar por el miedo y la precariedad de nuestra existencia para sobrevivir en estos tiempos.  Entonces es cuando los tres dicen, casi al mismo tiempo: No podemos hablar de aprendizaje si no hay comunidad, convivencia.  Una educación que no hable de las experiencias de miedo, crisis económica y sobrevivencia, no puede surgir aprendizaje alguno que nos haga salir de esta situación, hasta por demás corrupta. Lo virtual carece de esos aditivos como, hasta el momento lo tiene el sistema educativo desde la era republicana, en la forma presencial.  Esta comunidad, que todos lo llevamos como deseo de estar con los “otros”, lo que conocemos como relación humana, es la experiencia de fe, que no puede ser cultivada en rezos solitarios y absurdos, que no transforman la realidad, trasgrediendo los límites de una falsa tradición religiosa al servicio del individualismo nefasto, en una alucinada divinidad intolerante que castiga y premia a sus seguidores. Una comunidad basada en la libertad de expresar las emociones de rabia y afecto, frente a los que nos impide pensar y accionar en lo que depende de nosotros mismos, para liberarnos de autoculpabilidad de seguir infectándonos o estar muriendo de forma masiva.  Y lo que no depende de nosotros, una crisis impuesta del miedo, a través de un sistema económico que se intenta justificar por la pandemia, para no luchar contra lo que supuestamente “no vemos”.  Los tres: pedagoga, teólogo y psicólogo, intentando rescatar la resiliencia comunitaria, desde lo más vulnerable del ser humano, para crear lazos que nos vuelvan a vincular en la solidaridad, espiritualidad y emociones, y jamás claudicar en el derecho a cambiar el rumbo de las cosas que obliguen a bajar la cabeza y sumirnos en la parálisis de transformar esta sociedad injusta, hasta lo indecible.  ¡Manos a la obra!  


Ahora viene la intervención de los economistas. Por ello,  te esperamos en el foro de una escuela, próximamente en la red, mientras #YoMeQuedoEnCasa 
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