Psicología de la corrupción vs Fernando

La corrupción llegó a tal extremo que Fernando a sus diez años gritó con tal fuerza, que hasta hoy resuena desde Cusco para toda Latinoamérica.  ¿Por qué gritó Fernando?

El terrible shock post traumático, que produce la crueldad de cualquier abusador, inicia su proceso de recuperación en la víctima, a través de la capacidad humana de expulsar con fuerza los mecanismos reprimidos de la opresión, a través de la palabra.  Cuando ésta no se puede ni balbucear, entonces se grita.  Principio gestáltico, para que las emociones sean exteriorizadas a través del cuerpo. Llanto, dolor, rabia, impotencia, son los sentimientos que irrumpen desde lo más hondo de cualquier víctima, en el momento de descargar todo su trauma.  Pero, ¿Por qué gritó Fernando?

 El abusador suele emplear una serie de mecanismos sistemáticos, para ocultar los sentimientos de odio hacia una raza o persona cualquiera, cuando no han satisfecho su egocentrismo como “dueño” que se cree de su víctima.  Es decir, el abusador o abusadora, se cree con derecho sobre otra persona, para disponer libremente de ella y cubrir sus necesidades, según percibe le corresponden por ser quien es.  Por “naturaleza”.  Entonces, por un mecanismo empático, es consciente que la crueldad que aplica, escapa a que su cuerpo mismo lo soporte.  La culpabilidad que comienza a percibir, al aplicar su dominio sobre otro, lo lleva a inventar leyes que le permitan justificar sus actos.  De tal manera que traslada esa culpabilidad a su propia víctima.  Así la víctima de un abusador se percibe culpable en su totalidad y no saldará de allí, hasta que su cuerpo deje de tolerarlo, a través de la acción de pronunciar su propia palabra.  Por eso, las leyes buscan acallar a la víctima, para sostener la culpabilidad del abusador. Sabiendo esto, ¿Por qué gritó Fernando?

Entonces, el abusador busca razones para justificarse.  Se ampara en la ley como un mecanismo vital para que nadie pueda desnudar sus motivaciones y sentirse superior sobre cualquier otro ser humano, quien le debe toda clase de atenciones.  Por ello, el abusador ya no castiga a su víctima manifestando el odio que le tiene, sino cubriendo su culpa malsana, a través de repetir, una y otra vez, a quien recibe el castigo, que a “desobedecido” la ley, las reglas o las normas que ha impuesto.  Cuando la víctima intenta salir de ese círculo vicioso, prodigando gustos a su abusador, va tomando el control emocional en la situación, entonces el abusador manipula la ley propinando castigos sutiles, aduciendo que la ley no contempla dichas actitudes.  Por ejemplo, se autoproclama “dueño” de su víctima, porque la norma no dice quien debe castigar y prevenir un mal comportamiento.  Si la norma dijera explícitamente que el abusador no es dueño de nadie, entonces dejaría de castigar a su víctima.  Este paradigma mental del abusador, hace que manipule la ley, una y otra vez, cuando siente que se le escapa de las manos el control de su víctima. Ninguna respuesta de agrado de su víctima le aplacará la furia del castigo que le propina.

Fernando gritó, a sus diez años, por todas esas razones psicológicas.  Su trauma fue tal, que no cabía en ese pequeño cuerpo.  Gritó porque las leyes habían sido manipuladas de tal manera por los abusadores, que las víctimas tenían que acatar la ley del reparto.  Es decir, que se repartan el cuerpo, de sus víctimas, para el beneficio personal y lucrativo del sistema que habían inventado.  Así la víctima, o pueblo, era culpable por su desobediencia.  Gritó también por la ley de la mita.  Un sistema del abusador para obligar a sus víctimas a explotarlas en trabajos que eran necesarios, para satisfacer su nivel de vida, a precios irrisorios.  No importa si la víctima muere en el proceso de cumplimiento de la ley.  Eso no le interesa al abusador, porque finalmente no se siente culpable.  La ley es la culpable.  Por eso, el abusador siempre buscará su participación política, para manipular la ley. Suele hacerlo, amparado en una psicología de la religiosidad funcional, para que la culpa sea proyectada sobre su víctima, en una experiencia psicológica de pseudotrascendencia. Por eso gritó Fernando, pero ¿a sus diez años entendió todo esto?

Irrumpe en mi memoria, de manera impresionante, la ley del empleo juvenil en Perú, intentando regularse, una y otra vez.  Aún está en espera latente.  La ley mordaza.  La ley de alimentos.  La ley de elección del Consejo Nacional de la Magistratura. La ley que regula los aportes económicos en campañas de elecciones.  Así las cosas ahora, entonces, ¿Quién fue Fernando y en qué circunstancia gritó?

Fernando fue el último hijo de una familia.  Estaba en Cusco, cuando presenció los golpes que los abusadores dieron a su madre, antes de cortarle la lengua, al igual que a sus hermanos mayores.  Su familia entera había luchado contra el sistema corrupto de sus abusadores, pero no habían calculado la traición de la psicología de la religiosidad funcional, que los llevó a su captura.  A su padre, lo sacaron del convento de la Compañía de Jesús y lo trasladaron a la plaza de armas.  Lo ataron de pies y manos, intentando jalarlo con cuatro caballos en direcciones opuestas.  Al no lograr asesinarlo de esa manera, procedieron a descuartizarlo.  Cuando Fernando vio esta última escena dio un grito, como mecanismo psicológico de apoyo, para acallar las voces torturadoras de su impotencia. Posteriormente, quisieron llevarlo al África, para no sentirse culpables de tal abuso.  Pero terminó en la cuna de sus propios abusadores.  Encarcelado.  Su cuerpo, su presencia, fue el aguijón psicológico de la culpabilidad que no aguantaría el abusador, hasta que lo liberó para morir deambulando por el país desconocido de su abusador. 

Por eso, la próxima vez que se convoque a una marcha contra la corrupción, vamos a gritar en las calles, junto a Fernando, para que la historia jamás se repita y liberarnos de este shock post traumático, que lo tenemos como una sombra en la vida de cada uno de los peruanos, por unos políticos (abusadores) que intentan repetir lo peor de nuestra historia. 

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Charles, W. (2015). La rebelión de Túpac Amaru. Lima: Instituto de Estudios Peruanos (IEP).

QUIROZ, A. W. (2016). Historia de la corrupción en el Perú. Lima: IEP-idl.

SELIGMAN, M. E. (2000). Indefensión. Barcelona: DEBATE.

SELIGMAN, M. E. (2011). La vida que florece. Barcelona: Ediciones B.

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