Catacaos: desátenlo y déjenlo andar.

A seis días del desborde del río Piura, es imposible escribir estas líneas sin haber pisado el terreno de Catacaos.  Especialmente Cura Mori, Narihualá o Pedregal.  Desde estos lugares, los rostros de compatriotas nos revelan el pronóstico de salud de todo nuestro país.  Somos muchos los que nos hemos sumado para aliviar el sufrimiento de los damnificados.  Grandes cadenas de amigos de otras regiones y países, se han hecho presente con donativos, para actuar rápidamente.  Familias enteras que se han quedado sin nada, literalmente.  El pueblo ha respondido con asistencia inmediata.  Durante estos días, una peregrinación inmensa de piuranos, que querían llegar al lugar para asistir a las víctimas.  Jamás se habia visto tanto dolor en los rostros de los paisanos.  Es imposible no llorar.

Se llora la muerte, que nos deja paralizados.  Duele ver la desnudez de una ciudad que escondía a todo un pueblo, que tan solo con la crecida de un río, pudo salir del anonimato.  Se deja al descubierto toda una generación paralela a la ciudad, que forman parte de la cadena productiva agrícola, pero que no conocíamos.  De pronto, aparecen con los rostros no del impacto de una catástrofe, sino con el mismo rostro producto de la indeferencia de muchos años.  Una experiencia que el mundo entero conoce desde el siglo XIV, en el proceso de evolución de las sociedades del campo a la ciudad.  La naturaleza se ha encargado de desnudar la distancia entre unos y otros.  Irrupen los pobres, con la misma fuerza de la debilidad total, con lo único que poseen: su alta vulnerabilidad.  Por eso, lloramos.  Nos lamentamos.  Porque, en realidad es nuestra propia miseria, la que todo el pueblo piurano, del bajo Piura y la sierra, nos están enrostrando.

Es el momento para cambiar esta historia.  Es ahora o nunca, cuando tenemos que gritar frente a la "tumba" el nombre de los desaparecidos, de los que han muerto y de los que están desprotegidos aún en la mismísima calle, en la que los ha dejado este desastre.  No son gente, así nomás.  Son personas, con nombre propio: Armando (Campiña de Narihualá), Carmen (Monte Sullón), Faustino (Pedregal), Esperanza (Cura Morí) y una letanía de nombres, que el pueblo piurano ha gritado para que salgan literalmente de sus tumbas.  Y el pueblo, ha salido.  Se ha presentado.  Ante la mirada atónita del Perú y el Mundo entero.  Los medios de comunicación se han encargado de presentar una y mil veces, los rostros. ¿Cómo los han presentado?  "con los pies y las manos atadas y la cara envuelta en un trapo".  Tal cual.  Las circunstacias externas, hicieron que no tuvieran reacción.  Han salido como de una tumba.  Esa imagen nos ha producido dolor a muchos.  Nos ha conmovido hasta lo más hondo.  Hemos corrido a asistir con alimentos, agua, techo, ropa.  Han quedado de pie fente a nosotros.

El siguiente paso es obedecer la orden de "desatarlo y dejarlo andar".  Así ha querido la naturaleza darnos la gran lección para los creyentes en esta Semana Santa, pronta a iniciarse.  Justo, en el lugar emblemático de estos rituales religiosos: Catacaos.  La segunda fase de ayuda, en el desastre que nos ha tocado vivir, es buscar la autonomía de estos hermanos nuestros, víctimas de la histórica indiferencia.  No podremos celebrar ningún ritual religioso, propio de la Semana Santa que se viene, sin habernos acercado a la tumba para sacar, con sus nombres propios, a cada uno de nuestros hermanos daminisficados, de la muerte impuesta.  Creyentes o no, los cuerpos atados de nuestros paisanos y paisanas, dejan al descubierto que el rumbo de la historia necesita otra ruta.  No solo la ruta de la solidaridad, sino también de la exigencia ética ciudadana, sin exclusiones, con igualdad de oportunidades. Donde la religión no sea solo un pretexto para manterner en la tumba a tantos hermanos nuestros.  Puesto que,  dando de comer, sin que se muevan, ni digan una palabra es mucho más cómodo para la conciencia de quienes hemos ocasionado este desastre, desde el poder político y religioso de la ciudad.

El desafio recien comienza.  La ayuda que claman las víctimas no es de darles el pan en la mano, sino que, juntos comamos y bebamos, para que nadie se quede otra vez fuera de la mesa.  Que las lágrimas que han brotado espontáneamente, al ver este cuadro desolador, sea el fiel reflejo, para el mundo entero que tenga que decir: "¡Mira cómo lo quería!".  Porque si no queremos a los rostros de nuestro pueblo y no los incorporamos a nuestra estilo de vida, jamás podremos evitar desastres como el que estamos viviendo. ¿Qué desastre estamos viviendo?  La indiferencia y una religión que solo se queda en el discurso barato y solapadamente ateo, por muchos rituales que expresemos en los próximos días.  Lo que sucede en el bajo Piura y en la sierra del Norte de nuestro país, será la mejor oportunidad de volver a creer en la ética, bajo la espiritualidad de los creyentes en la Resurrección.  Nuestra tarea, ahora, consiste en quitar las ataduras y dejar andar. ¿Cómo?  Apoyando en la búsqueda de la autonomía de quienes lo perdieron todo.  Devolverles, en abundancia, lo que le hemos ido quitando a lo largo de la historia, para comenzar de nuevo.  Eso es Resurrección, para los creyentes.  Y, para cualquier ser humano, es una exigencia ética el seguirnos apoyando y terminar con esta angustia, rumbo a la reconstrucción de la Región Piura, bajo otra mirada.  ¡Juntos lo lograremos! #UnaSolaFuerza


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