La madre; entre la economía y la psicología
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Pintura de Ziño, Piura 2025. |
Hoy, Adam Smith sigue siendo una figura
central en la enseñanza económica. Pero su madre quedó fuera del relato. En su
tratado, no hay una sola línea que reconozca el trabajo que permitió que ese
libro existiera. No hay cifras que reflejen la energía que ella entregó.
Esa omisión no es solo una injusticia
histórica. Es una falla profunda en la forma en que entendemos el mundo. Y esa
falla nos está saliendo cara. Por eso escribo esto en nombre de todas esas
madres invisibles. Y lo hago, sobre todo, pensando en Teresa, mi madre.
El modelo económico mundial que hoy domina se
construyó sobre una ausencia. Una ausencia profunda, que se volvió herida en
las relaciones entre los seres humanos. Teresa, mi madre, entiende la economía
de otra forma. Su manera de vivirla es radicalmente distinta: se basa en el
cuidado, en la cercanía, en la igualdad entre todos. Y, paradójicamente, es así
como la sentimos todos, en lo más íntimo, aunque el sistema la ignore.
La economía moderna, sin embargo, eligió otro
camino. Desde su punto de partida —ese análisis fundacional de Adam Smith— dejó
fuera lo esencial: el sustento humano invisible, el trabajo no reconocido, el
cuidado que hace posible la vida
Así, en 1525, Alemania fue testigo de la
masacre de cien mil campesinos que se atrevieron a resistir el cercamiento. Y
años más tarde, Carlos I de España —también emperador de Alemania— condecoró a
Hernán Cortés tras la matanza de cien mil indígenas en la capital azteca,
Tenochtitlán
Crímenes que nunca habrían tenido el
consentimiento de la madre de Smith. Ni de Teresa, mi madre. Ni de ninguna
mujer que haya entendido que la vida vale más que el poder.
Para llenar ese vacío profundo —ese silencio
que atraviesa la historia de la economía—, se buscó refugio en la religión y en
la psicología. Fue un intento de dar sentido a lo insoportable, de justificar
lo injustificable. Y ese intento se apoyó, en parte, en una lectura
distorsionada del pensamiento de Descartes.
Según él, los seres humanos existimos a partir
de dos dimensiones: la mente y el cuerpo. La mente —la res cogitans—
debía gobernar, mientras que el cuerpo —la res extensa— era visto como
lo inferior, lo que debía ser dominado
Con esa justificación en la mano, se legitimó
la servidumbre, la esclavitud, y la explotación de millones de vidas. No
importaba cuántas personas fueran quebradas, agotadas o eliminadas en el
proceso, si con ello se impulsaba el crecimiento económico. La recompensa no
estaba en la tierra, sino en la promesa de descanso eterno… cuando el alma,
liberada del cuerpo maldito, alcanzara el cielo.
Algunas doctrinas religiosas aún repiten esa
promesa. Y la psicología, por su parte, la reformuló con otro nombre:
resiliencia. Aprender a soportar la adversidad, adaptarse al dolor, seguir
adelante. Seguir produciendo
Los economistas incluso inventaron una medida
para ese sacrificio: el Producto Bruto Interno -PBI-
La economía moderna nos repite una y otra vez que
a mayor PBI, mejores condiciones de vida
Ahí está el caso de Estados Unidos, el país
con el Producto Bruto Interno más alto del mundo. Y, sin embargo, su esperanza
de vida es menor que la de Costa Rica, un país con menos de la mitad de ese PBI
Si viviera hoy, la madre de Adam Smith —como
tantas otras madres en el mundo— no dudaría en sacudir a esos economistas que
siguen ciegos ante una realidad tan injusta. Porque no se trata sólo de
producir más. Se trata de vivir mejor. De vivir con dignidad
Y mientras tanto, en Perú, la presidenta se
planta frente a las cámaras, lee sin pestañear un discurso en el que proclama
que su país es una "estrella de América Latina" por tener el mejor
PBI. Lo dice con frialdad, en medio del recuerdo aún fresco de más de cien
personas asesinadas durante su gobierno. Lo dice cerca del Día de la Madre, sin
que se le mueva un músculo del rostro. No sólo por la dureza del alma. También
por las cirugías que la han endurecido por fuera.
Pero hay cosas que ni el maquillaje ni los
datos pueden ocultar: la vida no se mide en cifras, sino en cuántas personas
pueden vivir sin miedo, sin hambre, con amor y justicia.
Al final, la forma de pensar de la madre de
Adam Smith, de mi madre, y de todas las madres del mundo, es también la forma
más profunda y genuina de pensar de la humanidad: cuidarnos unos a otros, sin
excluir a nadie, ni siquiera al cosmos que nos sostiene
Esa debería ser la verdadera guía para la
economía y la psicología. No más PBI como medida del progreso. No más
crecimiento vacío. Es hora de regresar al útero materno de la tierra, de volver
a ese lugar donde las relaciones se tejen con ternura, respeto y equilibrio.
Porque otro mañana es posible. Uno donde vivir
bien importe más que producir más
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