"Bajar a los infiernos"; camino espiritual


Ante el cuerpo sin vida, en el ataúd y frente a la tumba, ya no hay nada qué decir.  Es el fracaso total.  ¡Ya no está con nosotros!  Esa experiencia la he vivido hace un año, con la muerte de mi hermano Franklin.  ¿Cómo entender el final de los tiempos?  ¿Queda algo de mi hermano?  ¿Qué quiere decir vida eterna para nosotros, que los quisimos tanto? ¿Cómo celebrar la Pascua de Resurrección, sin que esa experiencia se convierta en ciencia ficción o en relatos productos de alucinaciones mentales?

Intentaremos dar respuesta, a estas interrogantes, desde tres aspectos: 1. El final de los tiempos y la experiencia radical de fracaso; bajar a los infiernos.  2. Los criterios del final de los tiempos, desde los fracasados de la historia y 3. La promesa de Resurrección y Vida eterna: éxito vs fracaso.

  1. EL FINAL DE LOS TIEMPOS Y LA EXPERIENCIA DEL FRACASO; Bajar a los infiernos.

Estoy frente a un grupo de mujeres, con las que también estuve el año pasado.  Poco tiempo después de la muerte de mi hermano y la catástrofe de la inundación de mi pueblo.  Ambas tragedias marcaron la reflexión, aquella vez, sobre el sueño de José, a partir de las dudas del embarazo de María: Una experiencia de fracaso para José, contrastada con la realidad de su pueblo y las mujeres de su entorno. 

Allí surgió como un clamor de muchas mujeres de nuestro pueblo, que sufrieron la inundación en la Campiña de Narihualá, su desesperanza aprendida (SELIGMAN, 2000), por ser analfabetas.  La catástrofe climática no fue más que la punta del iceberg de la tragedia.  En realidad, el problema era más profundo y doloroso: el olvido de muchos compatriotas, el desprecio y postergación por diferentes Gobiernos de turno.  Aquellos hermanos y hermanas, nuestros, habían salido como de sus tumbas, a revelarnos en nuestros rostros que existían.  Allí estaban, enrostrándonos, diciendo con su presencia que todo discurso político es una farsa.  Que en el Perú aún rondaba el analfabetismo, de manera especial en las mujeres.  Entonces, nos dimos cuenta que el profundo sueño de José fue pensar en esta realidad de humillación y postergación, de manera especial con las mujeres.  Al despertar de ese sueño tomó una decisión, que cambiaría la historia.  En ese momento de la reflexión, no imaginé las consecuencias.  Era sólo un grito del fracaso descubierto, en “carne viva”.  El mismo dolor que sentía del fracaso de ya no ver más a mi hermano.

Hicimos todo lo posible esa fatídica noche, para que mi hermano no terminara en la muerte.  Hicimos lo mejor que pudimos en casa.  Así como, nuestro país, había hecho todo lo posible para que su economía salga adelante y combatir la pobreza, que nos destrozaba por todos lados.  Pero ni los esfuerzos por salvar a mi hermano ni los esfuerzos por sacar adelante el país, evitaron el fracaso.  Porque la muerte de un ser querido y la imagen de las mujeres de la Campiña de Narihualá, nos dijeron que todo el discurso sobre el éxito económico, que nos había comentado los gobiernos de turno, es un reverendo fracaso. La muerte de Jesús también lo fue, con la diferencia que nos retó a sobrevivir a ese fracaso (CHITTISTER, 2000, pág. 137), frente al fin de la vida.  Eso se explica mejor "descendiendo" a los infiernos.

Jesús hizo todo lo posible por sacar adelante su religión y a su pueblo, de la situación de opresión en la que se encontraban.  Nada de eso sirvió.  Igual lo mataron y lo enterraron.  Dicen que sellaron su tumba.  Sus seguidores tuvieron que esconderse.  Al Cristo, o el Mesías, lo mataron de la peor manera: en medio de dos delincuentes.  No logró que se amaran todos.  Ni los sacó a todos de la opresión de Roma.  Junto con el asesinato de Jesús, enterraron todas las ilusiones de su pueblo. El fracaso es real, pero también soportable.  Muerto y sepultado.  Descendió a los infiernos. Sellaron su tumba. El Credo nos está diciendo que el fracaso es un camino por el que hay que pasar y que no es el final de los tiempos.  Ahora que sabemos que el infierno no es un lugar físico, que nos espera a los malos, entonces podemos entender que bajar a los infiernos, por el fracaso total, solo es un paso cotidiano en nuestra vida.  Habría que preguntarnos hoy más que nunca: ¿A qué fracasos he sobrevivido?


 2. LOS CRITERIOS DEL FINAL DE LOS TIEMPOS, DESDE LOS FRACASADOS DE LA HISTORIA.

Me equivoqué cuando pensé que todo mi mundo se venía abajo con la muerte de mi hermano.  Me equivoqué cuando dije que las mujeres, víctimas de la catástrofe natural y política, de la Campiña de Narithualá, nadie les enseñaría a leer y a escribir.  Me equivoqué, cuando decía en voz alta el sueño de José: que nunca las mujeres, con quienes compartía la reflexión, se pondrían de pie para ir en busca de las otras mujeres y enseñarles a leer y a escribir.  Me equivoqué totalmente.  La última palabra no la tiene el fracaso.  La última palabra la tienen los fracasados frente a nosotros.  Por ello, las bienaventuranzas (Mt. 5, 3-12), como una exigencia ética.

Hoy no solo podemos hablar de Derechos Humanos. También podemos hablar de la declaración de una ética mundial (KÜN, 2018). ¿Qué propone esa declaración de una ética mundial?  Propone una cuádruple responsabilidad: 1. Responsabilidad por una cultura de la no violencia y el respeto a toda forma de vida. 2. Responsabilidad por una cultura de la solidaridad y un orden económico justo. 3. Responsabilidad por una cultura de la tolerancia y la vida veraz. 4. Responsabilidad por una cultura de la igualdad y la colaboración entre el varón y la mujer (KÜNG, 2011, pág. 71).  La pregunta que surge, inmediatamente es: ¿Son los mismos criterios de la escatología en Mateo 25, 31-46 sobre el juicio final?  La respuesta es un SÍ, en mayúsculas.

 Estamos en la época en que las relaciones entre nosotros, es de suma importancia.  Lo hemos aprendido, después de tantos fracasos como la red de corrupción en la que estamos vinculados todos los peruanos.  La humanidad de cada uno de nosotros se mide en la forma cómo tratamos a los demás. A eso se le denomina ética. Para los cristianos, es un "deber" amarnos entre nosotros.  Jesús citó a sus discípulos en Galilea, después del fracaso de su muerte, para mostrarles su proyecto de vida. ¿Por qué Galilea?  Porque allí se podía vivir la humildad, la sencillez, la humanidad con los más pobres y la cercanía con los que sufren (CASTILLO, 2005, pág. 44), es un criterio no sólo evangélico, sino también es un proyecto ético que tiene que ver con el amor entre todos.  A los peruanos, nos hubiera citado en la Campiña de Narihualá después del desastre natural.  Hoy nos citaría en formar grupos políticos, desde las zonas pobres, libres de la contaminación del poder de la corrupción.  Los fracasados de la historia: los hambrientos, sedientos, desnudos, enfermos, inmigrantes y encarcelados, son los que medirán nuestra ética, frente a Cristo.  De esto trata la escatología como sentido último de la vida.  Debemos preguntarnos: ¿Cuáles han sido mis experiencias de dar de comer al hambriento, beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al inmigrante, visitar al enfermo y/o encarcelado?

 3. LA PROMESA DE LA RESURRECCIÓN Y VIDA ETERNA: ÉXITO VS FRACASO.

El sexismo, aquella visión que nos divide entre sexos a los seres humanos como varón y mujer, propone al sexo como único criterio la clasificación humana.  Al varón se le ha designado como el fuerte, racional y el que lleva el control.  Todos actuamos de ese modo estereotipado (JOHNSON, 2003, pág. 119). Así las cosas, entonces Jesús-varón tendría que haber sido fuerte, racional y tener el control.  Pero, la realidad que cuentan los Evangelios es otra: si Jesús hubiera sido fuerte, no lo hubieran golpeado, masacrado y asesinado.  Si hubiera sido racional totalmente, jamás se hubiera dejado vencer por el amor a Juan, María Magdalena, el leproso, el endemoniado, el ciego de nacimiento, la hemorroísa, ni hubiera llorado por su amigo lázaro y un largo etcétera.  Si hubiera tenido el control de todo, los romanos no lo hubieran apresado. Judas no lo hubiera traicionado. Pedro no lo habría negado. Los Escribas y Fariseos le hubieran hecho caso. Pero, nada de eso ocurrió.  El estereotipo de varón judío no funcionó con Jesús, ni con los criterios que tenemos de varón hoy.  Lo propio hubiera sido que contrajera matrimonio y domine a una mujer.  Que tenga hijos para que demostrara su fuerza varonil y el control sobre la familia.  Hubiera sido un guerrero con un grupo de seguidores que se enfrentó al poder opresivo de Roma.  Jesús no calzó en ese estereotipo.  Por eso, terminó como terminó: torturado, muerto y sepultado, para alegría de su raza y para tranquilidad de los opresores, por ser un varón raro que se mostró débil, irracional y sin capacidad de control.  Totalmente vulnerable desde que nació hasta que lo mataron.

Desde los esquemas del sexismo, Jesús-varón, no encaja, ni encajará jamás.  Su vida fue un total fracaso.  La muerte misma de Jesús, es el mejor reflejo del éxito de ese sexismo estereotipado.  Murió sin mujer ni hijos.  Soltero.  Débil total.   Para muchos de nosotros, esto es un fracaso de varón.  También lo fue para sus seguidores, por eso huyeron y se escondieron.  Porque el fracaso da miedo.  Deprime hasta la sensación de provocar un suicidio o desear morir en el momento.  Pero son las mujeres, que estaban acostumbradas al fracaso, las que sostuvieron, y sostienen, a los varones, seguidores de aquel Jesús, que no encajó en esos estereotipos.  Aquellas mujeres que no sabían cómo explicar que el hijo que llevaban en las entrañas no era de “su” hombre, como el caso de María.  Aquellas que las querían linchar por acusarlas de adulterio y no al varón adúltero.  Aquellas, que para sobrevivir solo les quedaba el camino de la prostitución, para lavar los pies de sus clientes varones.  Aquellas viudas, que si se les moría el hijo varón, quedaban totalmente desprotegidas y se veían obligadas a mendigar: “Mujer he ahí a tu hijo”.  Son esas mujeres, las que sostienen al grupo de seguidores de aquel Jesús, que no encajó en los estereotipos del varón, según el sexismo.  Son las fracasadas y supuestamente débiles, las que sostendrán el éxito del varón Jesús.

Porque la muerte de Jesús no tendría sentido, sin mirar la forma cómo vivió.  Su forma de vivir y estar entre nosotros, no fue otra que relacionarse entre los débiles y fracasados de la historia, para hacerse fuerte allí, donde nadie apuesta por nada.  Si la condición de varón, era subyugar a una mujer, entonces no podría haberse unido en pareja.  Si a los hijos, tenía que entrenarlos en un esquema que le exigía el sexismo, entonces para Jesús fue mejor no tenerlos, porque predicaba otro tipo de Reino.  Si para ejercer el control había que poner normas y vivir como tal, imponerse sobre todo, entonces, él tuvo que dejarse matar, para explicar que las normas son una vergüenza cuando se ejercen para asesinar a los débiles y vulnerables.  Es lo que vimos cuando hubo la inundación del río en Piura.  Es lo que estamos viendo, cuando las leyes las inventan los mismos ladrones y delincuentes que despojan nuestro país, como nuestro Congreso y los Presidentes que han pasado por el Perú.  Las normas son una vergüenza cuando matan al inocente o al más pobre.  O cuando hacen de la vida de los pobres un eterno estilo de vida en la miseria: hambrientos, sedientos, enfermos, encarcelados.

Pero las mujeres del tiempo de Jesús, nos dijeron que ese Jesús-varón, que no encajaba en los estereotipos de aquel tiempo, como el nuestro, no está en la tumba.  La muerte no es lo último.  Que el fracaso es un camino por el que hay que pasar, pero no nos puede vencer ni paralizar: ¡Vayamos a Galilea, que allí lo veremos!  Porque sigue viva la fuerza de los débiles, como él nos lo enseñó. Que la vida tiene una finalidad y una cualidad que no termina en la tumba (CHITTISTER, 2000, pág. 205). ¡Resucitó! Que la vida tiene ilimitadas posibilidades, porque se transforma constantemente.  Los fracasos no nos definen, sino la capacidad que tenemos para sobreponernos cada día y salir adelante.  La vida eterna es vivir el día a día, sin dejarnos vencer por ningún estereotipo que quiera encasillarnos en el silencio de nuestros sufrimientos y nuestros fracasos.  Quizá eso sea el tiempo de Dios, en su propio ritmo.  La vida, aquella que resucita, va más allá de nuestra imaginación, porque la tumba siempre estará vacía, si estoy con los de Galilea: “Vengan benditos de mi padre, a heredar el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo” (Mt. 25,34).  Porque ese reino, es la experiencia de amor que recibimos día a día, cuando vivimos experiencias como las profesoras que van a la Campiña de Narihualá para que aprendan a leer y escribir otras mujeres, o como cuando dejamos todos nuestros proyectos personales, para vivir aquellos proyectos y sueños de los que nos precedieron, tan solo por el amor que les tenemos.  Eso es vida eterna, eso es el Cielo o el éxito de nuestra existencia, en el tiempo de nuestra espiritualidad pascual.

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CASTILLO, J. M. (2005). La ética de Cristo. Bilbao: Desclée De Brower.

CHITTISTER, J. (2000). En busca de la fe . Santander: Sal Terrae .

JOHNSON, E. A. (2003). La Cristología hoy. Olas de renovación en el acceso a Jesús. Santander: Sal Terrae.

KÜN, H. (19 de marzo de 2018). Weltethos.org. Obtenido de Weltethos.org: http://www.weltethos.org/

KÜNG, H. (2011). Lo que yo creo. Madird: Trotta.

SELIGMAN, M. E. (2000). Indefensión aprendida. Barcelona: DEBATE.

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