Psicología de la reminiscencia: ¡amasar la vida!
Salgo apresurado de la universidad
hoy domingo. Después de
haber hablado sobre la teoría de la manera cómo funciona nuestro cerebro para
elaborar juicios morales. Llego
hambriento a casa. Me caliento el “frito”
que dejé en la mañana. Allí me esperas
para almorzar juntos, con una sentencia:
Quiero hacer una torta de naranja. Es el aniversario de tus abuelos. Después de la siesta me ayudas…
Sabes que no me puedo negar,
porque en el fondo me gustan las tortas que preparas. No puedo hacer mi siesta completamente,
porque estoy pendiente de tus pasos, anunciando que llega el momento. Mientras tanto, pienso en Rosa Dominga, la
sonrisa que hubiera puesto al imaginarme preparando una torta contigo. Pienso en ella porque hoy ya no está más
con nosotros.
Estas tortas las hacía en la noche, porque tenía que esperar a que ustedes se duerman. Nunca me dejaban hacer algo tranquilamente. Me pedían cosas o tenía que arreglar pleitos de churres. A tu padre le gustaban mis tortas…
Me dices esto, mientras amasas la
mantequilla, azúcar y huevos, que voy poniendo poco a poco. En los lapsos libres de tiempo, rayo la
cáscara de naranja y exprimo el jugo.
Sostienes el molde con tu mano izquierda, y con la derecha amasas. Me indicas que le eche un poco de anís najar,
el que traje de Arequipa. En ese
momento, me acuerdo de Rosa Dominga. Los
almuerzos y lonches. Llegaba sola a sus
88 años. Tenía un estilo muy
femenino. Sonreía cuando me hablaba de
su experiencia en Lima de las trabajadoras sexuales en las de la calles. Las que estaban libres de toda opresión
masculina. Porque las encerradas en prostíbulos eran un objeto más del sistema.
Miraba el rostro de Rosa Dominga, cuando me hablaba de la experiencia de
alguna de esas mujeres con nombre propio, como Lucía, que mantenía a sus tres
hijos, cuando la abandonó su marido. Se
emocionaba cuando me hablaba de la organización que lograron formar, para ser
respetadas. Todo esto viene a mi
memoria, mientras sigues amasando.
No eches mucho anís… ahora pon más azúcar. A ti te gustaba meter los dedos en la masa cruda. Seguro estás pensando hacerlo en cualquier momento. Vamos a sacar dos tortas. Una para comer mañana temprano y otra para el aniversario de los abuelos. Cuando tu padre llegaba del trabajo, las tortas ya estaban comenzadas por ustedes. Tenía que apartarle siempre una tajada, por si acaso…
Te ríes mientras amasas y me
cuentas esta historia. Pienso en los
siete hijos que fuimos para ti. No te dejamos
respirar ni un minuto contigo misma. En
tu sonrisa descubro miles de imágenes que vienen a tu memoria. No quiero contarte de mi amiga Rosa Dominga,
para no malograr la torta. Siempre dices
que la masa absorbe todo lo que uno vive alrededor, porque en tu sabiduría
aseguras que comenzamos a existir cuando lo creamos a través de nuestro
hacer. Así es tu vida y así fue la vida
de Rosa Dominga, también. La diferencia
es que ella no tuvo hijos, por opción.
Tampoco vivió con varón alguno.
Si supieras cómo se reía cuando le dije que tú me habías dado seis
hermanos.
Mira la masa cómo cae. ¡Está lista! La pondremos en estos dos moldes. El pequeño lo comemos mañana en el desayuno. No te quites el delantal, porque falta lavar todo y te salpicará. Ayúdame a ponerlos en el horno. Antes hacía todo sola. Hoy sería imposible si no me ayudas…
Es en este momento, cuando veo
que la teoría de la desvicunlación en el adulto mayor, no es más que un mal
recuerdo de intelectuales, necios a cruzar la barrera de la humanidad rica en
crear vínculos hasta el final de nuestros días.
Entonces comprendo que me estás invitando a amasar la vida
constantemente. Diferentes ingredientes,
con los límites del baile de tus manos, para ir dando consistencia. Rompiendo ataduras asfixiantes de temores y
aprensiones ante la perspectiva de los estragos de la edad. Vendas de tantos engaños y mitos que rodean a
esta etapa de tu vida. En eso, Rosa
Dominga y tú se parecen tanto ahora más que ayer. Aunque hayas tenido siete hijos, un marido y
ella ningún hijo y menos un marido, tienen la seguridad que los vínculos se
ejercen con autonomía y batallas por el cariño vivido y celebrado. Poco a poco.
Como la masa que se está horneando a fuego lento.
¡Ahora sí, toma una foto!
Teresa, te presento a Rosa
Dominga. Hoy se marchó para
siempre. No hay mejor manera de celebrar
la vida y la muerte, que un trozo de torta de tus manos, en memoria de los que
quisimos. Me quito el delantal, oliendo
a mujer en este atardecer de la vida, en aquella psicoterapia que rompe con todos los elementos básicos que la suponen.
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ALEIXANDRE, D. (2007). Las puertas de la tarde.
Envejecer con esplendor. Santander: Sal Térrae.
FERICGLA, J. M. (2002). ENVEJECER,
Una antropología de la ancianidad. Barcelona: Herder.
MATURANA ROMESÍN, Humberto
– PÖRKSEN, Bernhard. (2008). Del ser al hacer. Los orígenes de la biología
del conocer. Buenos Aires: GRANICA.
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