Salud mental desde Puno para el Perú.
El consejo estudiantil organizó el encuentro en medio de la pandemia, para entender el futuro que les esperaba. Cuando crecía el número de participantes, también crecía el miedo a no responder mediatizados por la virtualidad que no domino completamente. Aparecían sus rostros, uno tras otro, como cuando veía la serie “Hechizada” que con un movimiento de nariz aparecía en cualquier lugar. Cuando dije eso, me acordé de los males que llevo encima producto de mi nariz, precisamente. Pero ¿Por qué escoger un taller como la felicidad en plena crisis sanitaria y económica del país?
La presión que sentimos por salir bien en los estudios, la pérdida de familiares y las limitaciones de no hacer todo lo que habíamos pensado años atrás. Todo ello son factores que nos impide ser felices. Muchas veces por más esfuerzo que hagamos todo se viene abajo de un momento a otro, luego surge la culpa que nos agobia…
Mientras hablaban, Patricia y yo, recordábamos dos dimensiones
psicológicas que afloran en este tiempo.
La primera es sobre la desesperanza aprendida (SELIGMAN, 2000), aquel
experimento que realizamos cuando daba mis primeros pininos en la ciencia de la
psicología, demostrando cómo uno aprendía a desampararse, en el curso de
psicología experimental. Nunca imaginé
estar completamente equivocado. La
segunda dimensión es la percepción que a todos nos pasa cuando creemos que las
situaciones personales dependen de cada uno, locus de control interno le
llamamos. O cuando percibimos que todo
lo que nos pasa es por culpa de la familia, amigos, autoridades políticas,
locus de control externo le decimos en psicología. El equilibrio del interno y externo es el
mejor indicador para no caer en la desesperanza
Estaba haciendo las diez actividades que me gustan: salir a caminar sola al lago Titicaca. Estudiar en la madrugada, cuando todo es silencio. Llamar a mis amigos para salir en algún momento. Hablar con alguien en la madrugada, cuando no tenga sueño y saber que me contestará… De pronto me di cuenta de que había más de diez actividades…
Actividades simples de la vida que nos causan placer, porque
nos gusta mucho hacerlo. Y cuando las
hacemos nos entregamos a ello, como si fuera la único que tuviéramos en la
vida, aunque dure tres minutos.
Finalmente, encontramos sentido en lo que se hace de esa manera. Patricia y yo, sabíamos que les diríamos que
escojan tres de la lista de diez actividades. Se respiraba un clima de
satisfacción y algunas se reían frente al reto, como si estuvieran viendo el
final esperado de una gran serie de suspenso.
¿Qué dijeron?
Me sentí alegre poniendo las cosas que me gustan hacer. Detallar cómo hacerlo. Fijarme en la ropa que usaría mientras hago la actividad… Estaba pensando en aquellas situaciones cotidianas, sencillas que podemos hacer en medio de esta pandemia… Emocionada por hacer al detalle algo que me gusta y cómo mi mente va imaginando lo que quiero hacer esta semana…
Nada más claro para darse cuenta de que cuando surgen esos
sentimientos, al planificar tareas cotidianas, sencillas que nos producen
placer, entrega y sentido, es el equilibrio entre el locus de control interno y
externo de nuestras vidas y podemos pensar lento
He cerrado mis ojos para verme en cinco años. Me he visto y allá quiero llegar contra viento y marea… He ingresado a dos carreras y aunque el estrés me agobia algunas veces, soy feliz… Salí hace tiempo de los estudios básicos y el verlas ahora siento una felicidad indescriptible…
Nos despedimos con una tarea detalladas de compromisos que
nos apasionan en medio de una realidad adversa que somos capaces de enfrentar.
¡Gracias Puno!
Lago Titicaca. Archivo personal |
KAHNEMAN, D. (2019). Pensar rápido, pensar
despacio. Barcelona: DEBOLSILLO.
SELIGMAN, M. E. (2000). Indefensión aprendida.
Barcelona: DEBATE.
SELIGMAN, M. E. (2018). El circuito de la
esperanza. El viaje de un psicólogo de la desesperanza al optimismo.
Barcelona: B.
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