Psicología del triángulo del amor, en tiempos del Covid-19
A sus setenta años, en plena #EmergenciaNacional
nos encontramos. El tiempo se detiene,
Mamá Diana. Toda una dama que mantiene
lo feliz que fue en su pasado. Esa historia de amor que ha irrumpido en nuestra
conversación, es lo que me impresiona:
Mi madre, hermana y yo tuvimos que salir de mi tierra. Mi padre había fallecido cuando yo tenía cinco años. Toda la vida vi a mi madre sola con nosotras dos. Hasta que una tarde, cuando nos dijo que teníamos que viajar a la casa de su hermano. Era un tío sacerdote, que vivía muy lejos de la sierra. Eran tiempos difíciles. Así tuvimos que salir de mi tierra. Ya estaba grande para enfrentar la vida. Nos presentamos en la casa del tío. En ese lugar, conocí al “hombre de mi vida”, mientras me preparaba en los estudios para ser profesora. Nos enamoramos en secreto de mi tío, porque se conocían. Secreto para mi madre y hermana. Nadie tenía que enterarse.
En su mirada se refleja gozo de
esta historia. Su cuerpo reacciona
acomodando la silla, que tiene frente a la computadora, donde nos estamos
viendo. La distancia social impuesta, la
hemos vencido a través del encuentro virtual con mamá Diana. En ese momento de silencio, viene a mi
recuerdo también, la historia de Maribel.
¿Qué pasó con Maribel?
Cuando era niña, mi padre vio que un amigo me abrazó. Ese día me habló serio: “Por qué te dejas tocar. Por qué te dejas tocar.” A partir de ese momento, mi mundo solo fueron mujeres. Yo miraba por la ventana, cómo jugaban mis hermanos y sus amigos. Me quedaba siempre con mi abuela. Una mujer muy dulce, enfática en las actitudes de una mujer. Así pasó mi vida, hasta que en la adolescencia, conocí a Fernando. No sé cómo explicarte eso del check list, con él…
Mamá Diana continúa con su relato,
mientras estaba distraído en el recuerdo de Maribel, conectado con las historias
afectivas. En esto tiene razón la
psicología, que para entender el amor tenemos que medirlo en el triángulo de la
pasión, intimidad y compromiso. Al
parecer, estas historias, en el recuerdo están llenas de pasión e
intimidad. La pasión por el gozo que
expresan los ojos cuando narran sus historias.
Como si sintieran el abrazo, el beso de la primera vez con la persona
que aman. La intimidad, en esa capacidad
de abrirse a contar su historia, para escucharla, decirla, proclamarla, hasta
sentir que ellas me están leyendo mi propia historia de amor, como terapeuta. Así
irrumpen el encierro que vivimos. De pronto aparece una foto en pantalla, y
mamá Diana, quiere presentarme oficialmente al “hombre de su vida”:
Allí estaba en la graduación de nuestra hija mayor. Estábamos muy felices. Él es. El de camisa blanca, parado entre nosotras. Nunca pudimos vivir juntos, pero venía frecuentemente. Cada encuentro con nuestros hijos, les aconsejaba y repetía: “no tengo nada que dejarles. Mi única herencia serán los estudios que les pueda dar…” Jugaba con ellos. Cuando estábamos solos, él y yo, me hablaba de cosas profundas. A pesar de no vivir juntos, siempre fuimos fieles el uno y el otro. Al comienzo sufrí mucho por eso. Pero nos amábamos y superamos el otro compromiso que tenía. Nunca he dudado de su amor hacia mí, hacia mis hijos. Era muy especial…
¿Por qué no vivieron juntos? ¿Qué pasó con el otro compromiso? ¿Hacia dónde iba mamá Diana con esa
presentación del “hombre de su vida”?
Entonces me acordé de papá Jacinto, que a sus casi cien años, tuvo que
contarme la historia de cuánto extrañaba a Cecilia su primera esposa. Muy parecidas ambas historias. Papá Jacinto, había asumido el compromiso
psicológico del triángulo con radicalidad.
Es decir, no hablo del matrimonio, sino con la decisión de amar a
Cecilia, como el único eje de su vida.
Porque el amor, en la dimensión de compromiso, es amar a una persona con
la que se ha decidido estar en una relación permanente. El anillo nupcial o matrimonio es otra
dimensión social, que los psicólogos no abordamos. Mi mente volaba también con
papá Jacinto:
Mi padre me botó de la casa, por haberme enamorado de la hija del peón. Yo era bastardo, por eso, para mí, no valía la opinión de mi padre. Aunque me había criado como el empleado de mis medios hermanos, ya era tiempo de irme de su casa. Me escapé con Cecilia. Sufrimos mucho. Pero por el apellido de mi padre, conseguí trabajo como empleado en una mina. Aprendí mucho. En ese rubro trabajé toda mi vida. Cecita me dio unas hijas muy lindas. Hasta que le diagnosticaron cáncer. Nadie pudo hacer nada. Mis hijas estaban grandes, cuando me dejó. No la puedo olvidar, cuando escuchábamos juntos la música del grupo “los indios trabajaras”. He traído el disco para escucharlo. Me volví a casar, escuchando la música de fondo. Pero no puedo olvidar a mi Cecita. Tengo miedo a morir, porque su ausencia siempre fue un vacío en mi vida. Estoy peleado con la muerte, le tengo miedo…
Otra vez mamá Diana interrumpe
esta historia conectada en mi recuerdo de terapeuta. Para decirme toda la verdad
del “hombre de su vida”. Tiene un
semblante reluciente en su rostro. Como
si me fuera a dar una noticia, tipo los mensajes del Presidente a medio día.
Así como tenía el rostro Maribel, cuando me contó la experiencia de aquel
adolescente con el que vivió sus fantasías amorosas. ¿Qué me dijo Maribel del
adolescente Fernando?
Fernando me agarraba de la mano, cuando caminábamos. Me hablaba cosas bonitas. Era todo un caballero para su edad. Mis amigas me dijeron, que si ya me agarró la mano, me iba a decir para ser su enamorada. Todos los días yo estaba preparada para ese momento. Soñaba con darle un beso. Me imaginaba que me abrazaba y nos besábamos. Fernando se acercaba a mí siempre y paraba todo el rato conmigo. Éramos la admiración de todas mis amigas. Yo le soñé mil veces. Pero ¿sabes? Nunca me dijo nada, ni me besó jamás. Siempre estaba esperando el momento que nunca llegó, así como me quedé mirando por la ventana desde niña…
Toda la fantasía de adolescente
en Maribel, aquellos imaginarios de besos, abrazos e incluso sexo, propios de
nuestra vida, cada 7 minutos, es la viva expresión que estamos aquí para el
amor. No importa con quién sea esa
fantasía, pero viene a nuestro cerebro sin llamarlo. Es la
misma fantasía que me cuenta mamá Diana y papá Jacinto. Sus ojos tienen la pasión e intimidad,
plagada de una historia de amor llena de compromiso. La misma pasión e
intimidad vivida por Maribel, en su adolescencia. Es que la fantasía amorosa es el sostén de
este triángulo, que nos hace vivir, despertar con una sonrisa en los labios,
ganas de contar el relato erótico, cuando estamos mucho tiempo en casa, sin
poder salir. En tiempos de cuarentena
Estas historias que marcan nuestra existencia, como un fuego que puede
vencer hasta el peor virus, cuando se ha vivido intensamente una relación de
amor, en alguna etapa de nuestra vida.
Pero, ¿Qué quería decirme mamá Diana?
“El hombre de mi vida” murió en un accidente. Fue lo más doloroso de mi vida. Mi cuerpo tardó en recuperarse. Sentía que el mundo se venía abajo. Para mí, él siempre había estado con nosotros en todo momento. Pero yo lo amé así como era él. Nos amamos así.
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Del pintor Juan Rodolfo Ávila |
Sus ojos se vuelven tiernos. Siento mucha solemnidad en su relato, en
medio de una pandemia mortal. Entonces
la energía erótica del amor que guardan nuestro cuerpos, se erizan y se ponen
de pie, como mamá Diana, para darme una lección de honor al amor y culminar
esta historia, abrazando la foto y el recuerdo en su memoria, en el triángulo
psicológico del amor: pasión, intimidad y compromiso, para culminar afirmando:
Él fue sacerdote.#YoMeQuedoEnCasa
#EmergenciaNacional
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