Psicología del cuerpo en plena #Cuarentena
Murió la tía Meche, hermana de mi padre, Judith, prima
hermana y el tío Gary. Ninguno por
coronavirus. No pudimos ver los cuerpos ni abrazar a la familia. Solo escuchamos las voces para darnos el
pésame y sentir su hondo sufrimiento.
Algunos conocidos más han muerto recientemente. Por la televisión y redes sociales hemos visto los cuerpos de
muchos muertos, esperando su turno para ser cremados o enterrados. Hasta hoy, dos mil quinientos veintitrés
muertos en Perú, producto del coronavirus.
Los cuerpos sin vida son tan cercanos.
Los duelos muy lejanos. Está
cambiando mucho la psicología del duelo. Cuerpos depositados en frigoríficos. Imágenes macabras de los cuerpos, nuestros
cuerpos. “Estamos en guerra”, nos han
dicho, contra un enemigo que no vemos su cuerpo, pero se penetra en el nuestro
hasta doblegarnos. A tal punto, que nuestro país, ocupa el primer lugar del
mundo en contagiados por cada millón de habitantes. Cuerpos contagiados. Cuerpos infectados. Excluidos por la cuarentena, para no infectar
a los cuerpos sanos. ¿Hubo algo parecido
en la historia, para lograr entender esta situación?
Las guerras por invasión de territorios fueron masacres
espantosas, de cuerpos tirados en campos de batalla. Pero, jamás una “guerra” tan global como la
que vivimos. Nunca antes se había dado
una orden explícita que guardemos nuestros cuerpos en las casas, por tanto
tiempo. Las órdenes de los gobiernos,
sobre nuestros cuerpos, fueron siempre camufladas, implícitas. Como aquella invasión de campesinos a los pueblos, finales del S. XIII. Cuando se
estaba generando la revolución industrial.
Eran tantos los cuerpos de campesinos que invadían el entorno de los
terratenientes, para mendigar un pan o pedir trabajo, que comenzó a asustar a las élites. Pocos siglos después, inventaron los centros
de reclusión, para recuperar a estos cuerpos orates, mendigos falsos, ociosos,
apestosos, como les denominaban.
Construyeron los hospitales Reales, con dinero de la corte del Rey. Los cuerpos reclutados, para convertirlos en “personas
buenas”. Les rapaban la cabeza, como
señal en su cuerpo, cuando cumplían determinado tiempo. Allí aprendían a obedecer con latigazos sobre
sus cuerpos, le enseñaban manualidades, para que trabajen cuando salgan. Así nacieron los hospitales, fábricas, colegios,
cárceles, que hoy conocemos. La
ingeniería y arquitectura se unió para tal fin.
Controlar y vigilar los cuerpos.
Las ciudades se estructuraron de igual forma, alrededor de la plaza de
armas, la casa del gobernador, la policía, la iglesia. Todo a la vista para ver bien el
comportamiento de los cuerpos. Nadie se
ha quejado, con excepciones, por ser vigilados y castigados en los colegios,
fábricas, cárceles o sometidos en hospitales a la vista de todos: cuerpos semidesnudos
o desnudos totales, en salones grandes, para que los vea el médico, enfermeras
y todo el equipo. Algo así, como los
hospitales del Estado y de Essalud, ahora.
Cuerpos expuestos en todos los casos. Los cuerpos sanos están fuera de
esas estructuras. La era industrial se
caracterizó por esa psicología de tratar a los cuerpos: enfermos y sanos. ¿Cuándo se hizo más individual el tratamiento
a los cuerpos?
Cuando se perdió el
control, poco a poco. Entonces se
inventaron formas más sutiles de controlar el cuerpo. Las leyes, por ejemplo, han ido mejorando en
esa dirección. Un documento de identidad
para cada ciudadano. Para cada
cuerpo. La historia clínica, educativa,
los matrimonios formales, son pruebas de cuerpos individuales controlados,
sanos: certificado de salud, antecedentes penales, matrimonio, para garantizar
salubridad de los cuerpos. Hasta que
vino la sífilis y se trajo abajo toda capacidad de combatir los cuerpos
infectados. No se recluyó a nadie y
menos a los cuerpos prostituidos para evitar la enfermedad. Nada de eso ocurrió. El causante siempre fue el “extraño”,
extranjero”, todo lo “ex”. Entrado el
siglo XIX, el cuerpo ante la sífilis fue sometido a experimentos, especialmente
con personas de raza negra, en Estados Unidos. Siempre el racismo es una
construcción psicológica para prevenir contagios de los cuerpos “sanos”. La sífilis se combatió con el descubrimiento de los antibióticos Las mujeres y niños, son cuerpos enfermos
fáciles de rehabilitar, en aquella época.
Por eso la explotación de cuerpos infantiles en Inglaterra y toda Europa
es una historia negra. Los cuerpos de las mujeres fueron recluidos, a través de
matrimonios pactados, al espacio privado del hogar. Por ello el ideal de cuerpo femenino es la
siempre: obediente, silenciosa, abnegada, delicada y, por supuesto, “piernas
bien cerradas al sentarse”. Los
confesionarios se pusieron de moda, para domar individualmente a estos
cuerpos. Junto a estos eventos, fue
naciendo a lectura individual, algo revolucionario para los cuerpos. El control de los cuerpos se
individualizó. Por eso nació la psicología,
para corregir las patologías que surgían de estos encierros individualizados.
¿Qué tiene que ver con la experiencia de la cuarentena que estamos viviendo
hoy?
Somos una generación que nuestros cuerpos necesitan un
abrazo, un beso, para despertar hormonas de tranquilidad y felicidad, como la
oxitocina. ¿Qué significa esto? Que gracias
a esta hormona podemos sentir seguridad ante el “otro extraño”: una madre con
un hijo, para lactarlo, por ejemplo. Así como, en el orgasmo de la actividad
sexual. Junto a esta hormona se activan
varias sustancias en el cerebro como las endorfinas, que nos da tranquilidad y
paz, en el abrazo sincero, afectuoso al cuerpo, relaciones humanas básicas. Nos da una sensación de bienestar, felicidad
y tranquilidad. La psicología de la
convivencia, entre todos, sin violencia a los cuerpos. Por el coronavirus, no podemos tocarnos,
abrazarnos, besarnos, juntar nuestros cuerpos.
Nuestros cuerpos están confinados, precisamente para evitar ese contacto. Se ha vuelto peligroso el contacto con otros
cuerpos. ¿Qué podemos hacer, para
recuperar la tranquilidad?
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El cuerpo se ha convertido en una frontera, individualizada,
que no permite contacto alguno. Esta
tensión psicológica, no quita el deseo del cuerpo de un abrazo, beso, de la
afectividad y sexualidad. Intentamos
convertir los cuerpos en una experiencia virtual: el trabajo, los encuentros
amistosos, amorosos y demás. Estamos
entrenando nuestra visión y oídos a otras formas de contacto con los cuerpos,
para activar las hormonas y neurotransmisores, que nos devuelvan la
tranquilidad, confianza y felicidad. Sin
embargo, están mediatizadas por la tecnología que controla cada movimiento de
los cuerpos, para llevarlos al propósito final de esta guerra: el consumo voraz
que necesita nuestra economía para reactivarse, a través del cuerpo virtual, después
de esta pandemia. Ojalá que esta cuarentena, nos ayude a pensar cómo escapar de
estos medios de control: celular, equipos electrónicos, que no permita
idiotizar nuestros cuerpos sustituyendo los abrazos, besos, caricias físicas
con el consumo desmedido, controlado por los grupos de poder de siempre. Quizá tengamos que aprender del espectro
autista, a una manera de relacionar nuestros cuerpos, con el respeto mutuo y
cariñoso del silencio acogedor, de la palabra expresada: te quiero, te amo,
tengo cólera, ternura, de la mirada cariñosa y sensual. Ya no más suposiciones, sino palabra dicha,
explícitamente, sobre nuestros cuerpos, que active nuevamente la confianza y
podamos utilizar la tecnología fuera del control por el abuso del consumo.
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