Psicología Comunitaria; wasiymanta lluqsimuspa ñuqam pasarqani. #CoronaVirus
En la PUCP me preguntaron sobre mi lugar de nacimiento, en el examen de admisión de 1985. Chulucanas les dije. Sonrieron y re-preguntaron ¿Dónde queda eso? -Es la provincia de Morropón, en Piura, les dije-. Me di cuenta que era un inmigrante anónimo de una ciudad desconocida, en la gran ciudad de Lima y que eso marcaría mi vida en los próximos años en la Capital, como que así fue. No ingresé. Había recibido un knock out de entrada.
Un millón
quinientos dos mil peruanos migraron de nuestros pueblos hacia la capital del
Perú, en la década de los 80. ¿Por qué migraron? Porque en provincias no había ninguna
posibilidad de futuro. La costa del Perú
aún tenía una imagen de “prestigio”. No había terroristas como en la sierra. Las noticias de los asesinatos por los
terroristas y militares eran lejanas. El Gobierno se encargó de esa tarea. Mucho más en la capital del Perú. Había vuelto
la democracia y a Lima se le miraba como la cumbre del desarrollo urbano. ¿Con quién me encontré en Lima?
Grimaldo, amigo mío. Me quedé sorprendido dónde vivía, la primera vez que fui hacer un trabajo de la universidad con él. Estaba en Jesús María. Su casa tenía muchas oficinas y la mayoría del piso de madera muy brilloso, con jardines impresionantes. Después de un rato, me dijo que era las oficinas que cuidaba. Se le permitió tener una habitación al fondo, cerca de una cocina muy elegante. Cusqueño. Llegó a la capital huyendo porque lo acusaron de terrorista. Su enamorada, Lala, afroamericana, muy simpática. En aquella época era empleada del hogar. Igual conocí a mi gran amigo Luis Alberto, de Barrios Altos. Sus padres llegaron del Cusco. Tuvo que huir a Estados Unidos como ilegal, por eso abandonó la universidad. Nos peleamos en el 2014, cuando nos volvimos a encontrar. Era el mismo físicamente, pero un perfecto desconocido para mí. No sé si hablaba español, quechua o inglés. Fue otro knock out, en mi vida.
Desde la década
de los 80 han pasado varias generaciones.
Muchas de ellas tuvieron que vencer el aprendizaje del desamparo. Es decir, verse defraudados con el viejo
cuento: “El que trabaja triunfa en la vida o el que madruga Dios le ayuda” Todos eran trabajadores y madrugadores hasta
más no poder. Sin embargo, no
mejoraron. Las invasiones jamás se
convirtieron en grandes urbanizaciones reconocidas en la ciudad. Al contrario, pasaron a formar parte del
imaginario social, como lugares de delincuentes, serranos, terroristas, zonas
rojas. Trajeron las costumbres de las
comidas en común, para ayudarnos. Así
nacieron los comedores populares. Ese
fue un espacio social y político de reconocimiento social. Un lugar ganado con muchas desconfianzas,
hasta que lo desaparecieron totalmente. Trajeron la costumbre de las
ferias. En la ciudad no la podían
hacer. Así que independientemente,
comenzaron a vender en las esquinas, cada dos o tres cuadras. Nacieron los ambulantes. ¿Qué más vi en la ciudad de Lima en aquellos
años?
En los comedores populares conocí a Juanita y Jimy. Me gustaba ir los fines de semana. Hasta que una vez que volvía, en el bus me di cuenta que en la chuspa había propaganda terrorista que alguien la sembró en algún momento. Mis pies comenzaron a temblar. El regreso a casa se me hizo eterno. Tenía miedo que un policía me encontrara y dijera que soy terrorista. Cuando llegué a casa, la quemé en solemne silencio y un miedo indescriptible. Luis Alberto me enseñó a vender papel higiénico en el parque Universitario. Estaba tan lleno de ambulantes como las avenidas Abancay y Graú. No se podía caminar en las veredas. Caminábamos entre los autos y buses.
Años más tarde,
nos enteramos por una tesis doctoral fuera del Perú, que gracias a la actividad
informal del Perú, nuestro país había podido superar el hambre y la miseria.
Había sostenido al Perú. Así como
los migrantes al extranjero. Y en estos
últimos años, que nos hemos enterado que los presidentes: Alán García, Alberto
Fujimori, Alejandro Toledo, Pedro Pablo Kutzsynski, se dedicaron a robar de
todos los ingresos que tenía el Perú. A Fernando Belaúnde Terry no lo nombró
como ladrón, sino a su partido como el responsable de la mayor parte de muertos
en el Perú, durante su mandato. ¿Por qué?
Por su indiferencia y desprecio hacia las comunidades indígenas. Racismo del cual aún no se ha liberado la
nación peruana. Hoy, el Presidente del
Congreso, que pertenece al mismo partido político, tiene la responsabilidad
histórica de reivindicar esta imagen con una buena gestión. Aprendimos a desampararnos por todos
lados. Por mucho esfuerzo de trabajo,
estudios técnicos o universitarios que se realice, no poder salir de esa
situación, se asume que jamás se podrá salir de esa situación haga lo que se
haga. Tres generaciones pueden haber
pasado desde aquella época, hasta llegar al COVID-19. ¿Qué tiene que ver esta
historia personal con la actual emergencia nacional?
Cuando vi a los ciudadanos del sur, tratando de salir de lima de regreso a sus lugares de origen, sabía que allí no estaría Grimaldo, Lala, Luis Alberto, Juanita, Jimy. Sabía que quizá sus abuelos habían muerto en la gran ciudad. Sus padres también. Los que vuelven son los hijos, primos, sobrinos. Sentí un dolor muy hondo en esta psicología de la reminiscencia. ¿Hubo alguna esperanza en esa migración inversa?
Claro que
sí. Habían aprendido a vencer el
desamparo. Sabían que al salir juntos,
nada los podría detener en este gran retorno.
Formaban un solo cuerpo todos juntos a pie. Es la única manera de ser visibles. Desde las casas muchos los observaron por las
ventanas. Nos decían con ese gesto, que
mientras estemos aislados y solos, somos sujetos del desamparo y del
ninguneo. Juntos eso jamás sucede. Les intentaron reprimir, pero eso fue
imposible. Les pusieron buses y tuvieron
que llevarles a los lugares de Grimaldo, Lala, Luis Alberto, Juanita, Jimy y
otros muchos que he conocido a lo largo de estos años. Ellos son testigos de la ciudad pujante. En medio del virus mortal, que utilizaron
como pretexto, volvieron a la Tierra Madre.
¿Virus como pretexto? Claro que
sí. Porque así como la economía mundial está
usando como pretexto el virus, “causante” de la crisis económica, así ellos la
han utilizado para decirnos, en un solo cuerpo comunitario, que la única manera
de vencer los miedos es comunitariamente, en todos los aspectos. Así como la vida, la muerte no es individual,
es comunitaria. Vive uno, vivimos todos.
Muere uno morimos todos. Otra vez la historia
la escriben los excluidos, los pobres de mi país. El bienestar vendrá de allí, no de otro
lado. Si #YoMeQuedoEnCasa, entonces
tengo que volver a casa y no a otro lugar.
Ubicar mi casa, en entrar en razón para la economía y para la
estabilidad emocional. Pero eso, solo se
encuentra de manera comunitaria. De
ninguna manera de una falsa responsabilidad personal, como se intenta
imponernos. Con una sonrisa profunda,
aún con dolor por mis recuerdos, puedo ver que el desamparo se desaprende con
esperanza y con el bienestar comunitario. ¿Haremos caso a esta pedagogía popular en tiempos de miedo y
aislamiento? Quizá esta canción nos ayude a dar una respuesta:
#YoMeQuedoEnCasa
#EmergenciaNacional
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