Psicología del "silencio a voces"
Escribo para el Zambo Garcés. Tengo necesidad de contarle lo que los
alumnos de psicología hablaron sobre don Luis Federico, “El Gaucho”. Han callado también todo sobre Nicolasa,
aquella mujer donde nace esta historia.
Sencillamente porque ella forma parte de las estadísticas de ancianas
cuyas cifras en América Latina siguen sin ser importantes. Las desigualdades las siguen golpeando, hasta
dejarlas en el olvido a través de la falta de normas para las mujeres
ancianas. Solo el Zambo comprende este
silencio. ¿Cuál es ese silencio?
“El Gaucho” no nació para descansar en sus años de
vejez. Tampoco para dedicarse a la meditación
profunda de su historia. Mucho menos,
haber estado totalmente satisfecho con lo que hizo durante su vida. Como todo en la vejez, panorama injusto del
ciclo vital, son prejuicios, que él se encargó de desenmascarar al igual que
Maddox (1968). Ningún anciano de
nuestras tierras latinoamericanas desea descansar, meditar ni está totalmente
satisfecho de la vida. Don Luis
Federico, tampoco. Él se hizo
militar. En esa institución es más fácil
guardar los secretos de origen, porque se impone el respeto y honor. Se puede expresar el rigor y autoridad, sin
que nadie se atreva a preguntar los detalles de la vida familiar. El militar tiene un aire imponente, que
esconde toda vulnerabilidad humana.
Aquella que sólo expresó en la intimidad con el hijo menor, no con los “otros”
hijos. Una historia socio cultural muy
repetida en las familias de países como los nuestros. El cariño, enternecimiento en la historia de “El
Gaucho”, tiene un nombre: bastardo. Aquella
situación filial compartida por todos los peruanos y latinoamericanos, donde el
honor juega un papel importante en los roles familiares, sociales y
públicos. Psicología de las relaciones
humanas desiguales, cuyos vínculos están marcados por límites muy definidos,
hasta hace 20 años aproximadamente, cuando las leyes comenzaron a combatirlo,
pero que aún perduran en nuestro cerebro, para recordarnos insistentemente que
somos colonias de una nación poderosa.
La vejez es la muestra clara de ese silencio ensordecedor, cuando ya no
se entiende lo que pasa con esta generación.
Es la edad del rosario de sufrimientos en la historia personal de cada
anciano. No es la enfermedad que lo hizo
vulnerable, en los últimos días, a don Luis Federico. ¿Qué fue entonces?
La falta de metas, ansiedad y soledad. Eso lo hizo vulnerable, hasta sentir el
cariño y ternura en los cuidados del amor de su vida y el hijo menor. El honor militar ya no pudo esconder la
fragilidad de una historia compartida con todos los ninguneados de la historia
de nuestros pueblos. La vejez representa
esta lucha psicológica, por eso su presencia necia y silenciosa, cuestiona
nuestras vidas. Ellos más que nadie
saben el “valor” que dieron a sus apellidos y lo que tuvieron que lidiar por un
autoconcepto, que no manchara la honra y ofuscara sus metas en la vida. Marca de un colonialismo que no se ha
despejado de nuestra manera de ser y comportarnos. El carácter autoritario era necesario
expresarlo frente a lo vulnerable de manera pública. Porque ocultar la vulnerabilidad de ser
bastardo era una lucha constante en la vida de los que nos precedieron. Se jugaba algo más que un simple
apellido. Se jugaba la muerte social
implacable con el rompimiento del equilibrio entre la conducta y las emociones,
para enrolar la fila de los “nacimientos defectuosos”, escritos como tal, en
las partidas de bautismo. Documento
legal que modelaba las existencias de cada persona y que la ancianidad se
encargaba de recordarlo en cada paso lento, cuando las fuerzas del cuerpo ya no
son las mimas y comienza el inevitable atardecer. “El Gaucho” define muy bien la vejez en la
psicología de América Latina. ¿Cómo así?
Cuando se está postrado y sin posibilidad de nada, entonces,
comenzamos a entender que el colonialismo iluso y perverso, en nuestra mentalidad, que aún maneja
nuestras relaciones no tiene ningún sentido.
Nos quedan tres opciones: 1. Quedarnos callados. Para que nadie más pueda fastidiar la armonía
interior, y que digan lo que digan, ya nada podrá cambiar. 2. Gritar y hablar sin restricciones
morales. De esta manera poder pronunciar
las palabras que se guardaron en la ira contenida del estado de oprimido,
independientemente de la clase social en la que se vivió. 3. Reírse de uno mismo, sin vergüenza
alguna. De esta manera no solo se rompe
el hielo de relaciones verticales innecesarias, sino que nos sentamos juntos
para vernos los rostros, cara a cara.
Don Luis Federico escogió esta última opción para su vejez. Se hizo uno de nosotros. Luchar contra todo sufrimiento silencioso como el de Nicolasa. Allí donde la psicología de varones y mujeres se unen para combatir nuestras iniquidades de sufrimientos indecibles y el ropaje militar del autoritarismo que no tiene sentido.
Esto quería que leas Zambo Garcés. Sin embargo, “El Gaucho” sabía que cuando lo
hayas hecho, esta “información comprometedora se desintegraría automáticamente.”
Solo espero que esto no ocurra con los alumnos que me contaron esta historia
psicológica del adulto mayor en Perú.
-----
CISNEROS, Renato, La distancia que nos separa, Planeta,
Lima, 2015.
KRASSOIEVITCH, Miguel, Psicoterapia geriátrica, Fondo de Cultura
económica, México D.F., 2014.
TWINAN, Ann, Vidas públicas, secretos privados. Género, honor,
sexualidad e ilegitimidad en la Hispanoamérica colonial. Fondo de Cultura económica.
México D.F. 2008, p.439.
Comentarios