Psicología de la igualdad.
Dolor. Pasión.
No hay reproches. Solo sentimientos
encontrados frente a frente. No es un
abrazo lo que espera de mí, como varón.
Quisiera balbucear una palabra y no puedo. Mi piel frente a ella, está que habla por
mí. Ella me interrumpe, en ese diálogo
conmigo mismo, para decirme ¡Salud!
Antes que me dijera, lo que deseaba decir, recordé cuando no me atrevía a entrar al mar. Me enseñó a chapotear, a pesar de yo aparentar ser fuerte. Tomó mis manos para atreverme entrar. Fueron momentos intensos. Tan igual, como cuando escuchamos “La leyenda de los dos amantes” de Silvio Rodríguez. Todo eso recuerdo.
En tus palabras irrumpe la
añoranza por lo que no fue. La miro
fijamente, para no perderme ningún detalle de lo que no dicen sus palabras. Tus ojos están muy húmedos de emoción de aquellos
recuerdos que me estás relatando, como un reclamo. Mirándote, puedo entender que “somos sexistas
en proceso de recuperación”, cuando con tus preguntas inquietas mi ser, mi piel.
Me miraba como tú me estás mirando ahora. Con ternura. Como si leyera mis labios en cada palabra que pronunciaba. Como siempre me miró. Ese momento fue fabuloso. Era como antes. Seguía caminando a su lado, como si el mundo se hubiera detenido, en ese instante. Jamás imaginé lo que me iba a decir.
Quiero cambiar la mirada, para no
confundirte. Pero es inevitable. Estoy mirando, efectivamente, en tu interior,
a través de tu sonrisa, en tus ojos humedecidos por los recuerdos. Mientras tanto alguien canta en el karaoque,
para hacer más tragedia de este recuerdo de amor. No puedo y no debo abrazarte, hasta que
termines de decir todo lo que tu interior quiere explotar en palabras, como si
yo no estuviera aquí, frente a ti.
Tuvimos que parar en la heladería un momento. Pensé que le dolían las rodillas. Se lo pregunté. En el momento me aclaró que no. Comencé a preocuparme, pero no dije nada. No quería estropear el momento, en el que presentía una despedida de verdad. No como aquella, cuando nos separamos en la habitación de nuestro cuarto compartido en el tiempo que nos amamos de verdad. Aquella vez no fue una conversación, sino la aclaración de nuestros proyectos que no congeniaban. Gritos internos. Hablábamos sobre heridas del daño mutuo que nos habíamos hecho. Esta caminata era otra despedida. La última. No imaginé que ese taxi que tomamos iba a convertirse en el espacio elegido para que me dijera la verdad que nos separaría definitivamente.
Es en ese momento, cuando bebo un
sorbo de la cerveza, para no sentir el frío en mi piel, por lo que viene del
relato. Puedo sentir tu sufrimiento,
pero no debo hacer otra cosa, que estar quieto ante ti. Respetar tu ser femenino, para dejar que tu
pelo y tus labios rojos, no pierdan el brillo por lo que viene de tu
relato. Aquí no hay relación de
esclavitud, porque paso inadvertido frente a tus emociones y afectos, en ese
preciso momento. Saludo al barman que
nos está mirando fijamente, como si tratara de descifrar nuestra
conversación. Vuelvo a mirarte, para ver
la simplicidad, como siempre lo has sido como mujer. No puedo abrazarte como quisiera. Necesito que llegues al final. Sólo así podré comprender la intensidad del amor
que tienes guardado.
Quiero hacer cosas grandes. La representante del partido me ha llamado, para confirmar que soy quien tiene que liderar la campaña política que se nos viene. Eso me mantiene con energía. Sólo pido que no sea una organización corrupta en política. De lo contrario tendré que asumirlo. Cuando me reconfirmaron mi participación política, me acordé de aquel día, cuando anunciaron que hablara quien representaba a los profesionales esa noche. Mencionaron mi nombre. Ella estaba mirándome fijamente, en el momento que yo pronunciaba un breve discurso en el brindis. Hablé unas cuestiones técnicas, mirándola fijamente. Sonriendo. Como si ella y yo, sólo estuviéramos allí. Mi brindis era por ella. Estábamos de igual a igual, como lo que queríamos construir en armonía de nuestro amor, pero ahora distantes. Nunca imaginé que un tiempo después estuviéramos dentro de un taxi y me dijera lo que le pasaba.
Se que a estas alturas de tu
relato, te vas a parar abruptamente.
En ese momento, intentaré beber un sorbo mayor de cerveza. Estoy perplejo. Preguntándome mil veces por qué me duele
tanto lo que me cuentas. Estoy sentado
para lo que venga. Estoy dispuesto a
escuchar tus reproches. Tus gritos. El estallido de tus emociones. Estoy allí, esperando todo el derroche de tu
afectividad herida. No soy el
profesional. Allí soy el varón esperando
de una mujer, que explote todo su dolor de la herida afectiva.
Me quedé en silencio, esperando su respuesta. No esperé mucho. Me dijo que estaba embarazada y quería que lo supiera por su boca. No pude decir una palabra más. Pasé mi saliva. Miré a un costado, como mirando nada. Sabía que nos estábamos despidiendo para siempre. Por eso, tuve que responder con un gemido de lo más hondo de mi herida: “¡aquí bajo, pare!” Así fue. Ella siguió dentro del taxi. Yo me quedé de pie en la calle. Sin rumbo.
_
____B. NELSON, James. (2001). La conexión íntima; sexualidad del varón, espiritualidad masculina. Desclée de Brouwer. Bilbao.
STUART MILL, John & TAYLOR MILL, Harriet. (2000). Ensayos sobre la igualdad de los sexos. Mínimo Tránsito,
Madrid.
ZELIZER, Viviana A, (2009) La negociación de la intimidad, Fondo de cultura económica, México D.F.
Comentarios