La desnudez psicológica de la religiosidad: El placer sexual.
Estoy observando tus ojos,
estimado Martin, mientras me hablas de Dios, la muerte y la salvación. Los tres elementos del bullying religioso que
has recibido durante tu vida y la única alternativa, desde tu fe, para explorar
el universo de tu intimidad, sexo y género.
Entonces, me sumerjo en los mitos, que la religiosidad ha puesto a tu
alcance, intentando descifrar tus experiencias sexo genital. Abro los ojos, lo más que puedo, como si a
través de ellos estuviera escuchándote.
Sabiendo que ya no volveré a ser el mismo después de tus conclusiones:
¿Por qué nadie se pregunta sobre el deseo de Dios antes del fruto prohibido?,
me preguntas como si fuera yo un experto de la teología. Soy tu psicólogo, no tu pastor ni tu “director”
espiritual. Pero, tú respondes, como si
yo fuera el que he preguntado esa barbaridad.
Antes del fruto prohibido, él y
ella vivían disfrutando del paraíso que Dios les regaló. De la naturaleza. Esto incluía el regalo de su desnudez. Dios los pensó naturales, desnudos a él y
ella. Cuenta el mito que los dos
disfrutaban verse así. Disfrutaban de
sus cuerpos. Del placer de la desnudez:
intimidad, sexo, género y sexualidad.
Elementos sin los cuales el mito carece de todo sentido. El deseo de Dios no era la reproducción, sino
el disfrute total del placer de ser él y ella en su desnudez total. El deseo que todos tenemos cuando nos vemos
desnudos frente a frente. Entonces entiendo que alguien que no se ve desnudo
totalmente, carece de religiosidad funcional y de encuentro. El tema de la reproducción en los seres
humanos, no es el deseo primigenio de Dios.
¿Desde cuándo el mito se contagió con la perversidad de la procreación? Me
pregunto en silencio.
Ni Dios se había imaginado que la
mujer “diera a luz”. Ese no fue su deseo
primigenio. Fue una consecuencia, cuando
él y ella, decidieron hacer uso de su capacidad de trascendencia. Tan habitual y natural en el ser humano. Romper el límite del placer sobre la desnudez
de su naturaleza. La vergüenza, humillación,
la mirada baja, el dolor, parir y trabajar con sudor, se impuso como algo
natural cuando no se dejaron encontrar, después de haber descubierto su
capacidad psicológica de trascender. Este
segundo deseo de la divinidad, fue un pensamiento rápido, confuso e inesperado,
en esta historia mitológica del placer.
Por eso, la maternidad no es un instinto natural, sino una opción en la
mujer. El placer sigue estando
protegido. No existe culpabilidad por ningún lado. Hay opciones que asumir. Llegados a aquí, estimado Martin, intento
disimular el espanto que me produce tu relato, para que no te des cuenta que me
estás interpelando. He pasado a ser
objeto de tu psicoterapia.
Pero la masculinidad, ¿Dónde
queda? Pregunto, sin mirarte a los ojos, estimado Martin. Sin titubear mencionas que otro mito
recompone esta figura, cuando es obligado a respetar la decisión de otra mujer. Entonces entiendo a María dándose permiso, a
sí misma, para quedar encinta de otra relación, fuera de su prometido. Entiendo la masculinidad herida de José, sin
sentido alguno. En el pensamiento
masculino de José no es ella su preocupación, sino la presión social de su
compromiso de pareja. Así se entiende el
mito. Ambos deciden un nuevo pacto:
acoger su capacidad de decidir siempre, asumiendo las consecuencias de su
desnudez primigenia. El primer deseo de
Dios, disfrutar del placer de estar juntos, con nuestras decisiones
personales. Eso es la “sagrada familia”. No el falso impulso instintivo de la
reproducción. Somos homo sapiens, no
homo demens. O una combinación de ambos. El placer sigue siendo nuestra mejor
manera de comunicarnos entre nosotros, sin la preocupación de la reproducción
como una violencia de nuestra naturaleza descontrolada y perversa, camino a la
autodestrucción.
Fuera del mito, solo queda la
verdad de nuestros cuerpos desnudos frente a frente. En la psicoterapia de la religiosidad funcional
y de encuentro, para recomponer nuestra intimidad, sexo y género. Sin miedo a la culpabilidad impuesta a la
ciencia, pero que respeta la espiritualidad, cuando llega a su madurez de
vida.
En este momento, recuerdo la
mirada de los alumnos de las diferentes ciencias, con las que me encuentro
semanalmente. Siento su libertad para
decir su palabra y decidir alzar la mano para objetar, reivindicar su voz y
pensamiento. Entonces, comienzo a
caminar en al ritmo de sus sentimientos, afectos y emociones, remodelando mi
propia vida hacia la desnudez que me propone la investigación científica.
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CÁCERES GUINET, H. (2011). Jesús el varón.
Aproximación biblica a su masculinidad. Navarra: Verbo Divino.
GILLIGAN, C. (2003). El
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MURARO M. Rose – BOFF,
Leonardo. (2004). Femenino y masculino. Una nueva conciencia para el
encuentro de las diferencias. Madrid: TROTTA.
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