Del amor y otras decisiones, desde la Psicología.
Sólo observo sus miradas, como
queriendo explicarme que la vida, en las cuestiones del amor, es más sencilla
que la testarudez de una moral absurda, basada en grupos de poder, deseando
controlar el más mínimo movimiento de todos.
Pero, la sabiduría del cerebro va más allá de unas normas consensuadas y
manipuladas, sobre las decisiones personales del amor. ¿Qué me quieren decir los jóvenes
universitarios de lengua-literatura, informática, ciencias matemáticas e
ingeniería civil?
Me dicen que las decisiones
personales son una cuestión de química cerebral, basada en algoritmos de
cálculos matemáticos en nuestro sistema nervioso. Al igual que el enamoramiento. De no ser así, la psicología no tendría
sentido. ¿Cómo así?
Desde que Liebowitz y Walsh nos
dijeron que cuando se juntan cuatro elementos psicológicos entre dos personas,
generando una energía de atracción intensa, nuestro cerebro comienza a segregar
unas sustancias químicas, llamadas neurotransmisores, que producen efectos
increíblemente maravillosos en los seres humanos. Tanto así, que el cuerpo tiene que desarrollar
tolerancia para no perder el control.
Caso contrario, no se puede soportar tanto placer de felicidad. ¿Desde qué edad se produce esta sensación y cuáles
son esos cuatro elementos psicológicos?
El cerebro, que comienza a
formarse desde poco antes de nacer, acumula una serie de información sensorial
de nuestro cuerpo. Hoy sabemos, que
cuando éramos fetos, no solo nos chupábamos el dedo, sino que también nos
tocábamos los genitales. Mientras
hacíamos eso, nuestro cuerpo se movía intensamente, que hasta nuestra madre se
estremecía por los movimientos en su vientre.
Nuestra palpitación cardiaca aumentaba, para terminar en una sensación
de sosiego, hasta quedarnos totalmente tranquilos y dormidos. Esta sensación placentera, fue guardada en
nuestro cerebro con mucha precisión, como un proceso de conocer las partes de
nuestro cuerpo, de manera especial el sentimiento de placer que surge en el
sistema reproductivo, tan necesario para que en la edad adulta, no nos quepa la
menor duda, de darnos cuenta que amamos a alguien. Reproduciendo este patrón, como garantía de
la intensidad necesaria, para conectar a dos seres humanos en la química del
amor. Años de evolución, que se repiten
en cada embrión. Nuevos estímulos, como
la caricia de una madre en su vientre, la música, las palabras, el silencio y
el ruido evolucionado en miles de años, han hecho de esta experiencia neuropsíquica,
una suma matemática de elementos, en el algoritmo cerebral que produzca el
efecto de nuestras decisiones amorosas y cualquier otro tipo de
decisiones. En el caso del
enamoramiento, a través de cuatro elementos psicológicos: proximidad,
semejanza, reciprocidad y atracción física.
¿Cómo se da este proceso?
PROXIMIDAD.
Cuando tomo la decisión de cruzarme, en el camino, con alguien. Siempre coincidimos en un mismo lugar físico
o virtual. Mi cerebro hace que busque a
esa persona constantemente. Por eso,
vamos al mismo lugar, adrede. Buscamos
en cualquier red social, por si está conectada esa misma persona. Nuestros cerebros no entienden de seres
humanos, solo actúan para activarse los neurotransmisores y calmar los efectos
psicológicos que estos producen.
SEMEJANZA. Cuando ambos
compartimos los mismos gustos. Al menos
intentamos que me agrade lo que a la otra persona le agrada. Buscamos a toda costa moldear nuestras preferencias
hacia esa persona, con la que nos cruzamos adrede en el camino. Nuestro cerebro, necesita de ese estímulo de
asemejarnos en nuestros gustos, para aumentar las dosis de estas sustancias que
nos haga explotar de placer.
RECIPROCIDAD. Es decir, cuando
esa persona nos responde el saludo o cualquier gesto. Por muy mínimo que sea, se convierte en una
fuente activadora para el registro cerebral y completar el algoritmo necesario,
para conectarnos, con una intensidad indescriptible de placer. ATRACTIVO FÍSICO. Nuestro cerebro no ve lo mismo que nuestros
ojos. Simplemente se mueve por elementos
electroquímicos. No ve un cuerpo físico,
sino que percibe impulsos de ondas que llegan al sistema límbico, convirtiendo
esos impulsos, en un proceso de retroalimentación placentera, que sumado con
las sustancias químicas, nos hacen percibir un cuerpo maravillosamente
exagerado, de la persona que buscamos en la proximidad, semejanza y
reciprocidad. Así, afirmamos que esa
persona tiene el mejor rostro, piernas y cuerpo, de cualquier otro ser humano
en el mundo. Y todo este efecto
psicológico logra activar tres sustancias cerebrales, o neurotransmisores:
norepinefrina, dopamina y feniletilamina.
Al activar estas sustancias, genera en el ser humano sensaciones de
júbilo y euforia, muy intensos hasta llegar al aturdimiento total. Son los mismos efectos producidos por la
dependencia a las drogas. El cerebro va
a pedir más siempre, porque las sensaciones que genera son inmensamente
placenteras. Por ello, produce
tolerancia. A este proceso, los
psicólogos denominamos pasión.
Nuestro cerebro, sabe lo que nos
gusta, porque desde el vientre de la madre grabó todo este proceso, asociando
todo los estímulos que me dieron antes y después de nacer. Capta los ruidos que escuché, las palabras que
pronunciaron y las que yo mismo pronuncié.
Las lecturas que escogí. Las
páginas web que visité. Los rostros que
vi. Todos los estímulos juntos, como
para buscar otro cerebro con esos mismos gustos. Antes que yo tome conciencia de mis
decisiones, mi cerebro ya las tomó por mí, en fracción de milésimas de segundos. Antes que me de cuenta, ya estoy atraído por
alguien o he emprendido un rumbo para ser feliz, por las emociones que producen
estas reacciones químicas cerebrales.
Por ello, todo tiene sentido, cuando las decisiones nacen del “corazón”,
como dicen nuestros antiguos. Nuestra
intuición tiene miles de años de trabajo perfeccionado. La manera de consolidar ese proceso pasional,
es generando otros neurotransmisores, como las endorfinas, que nosotros los
psicólogos denominamos compromiso. ¡Gracias
por sus miradas, jóvenes universitarios!, porque me generan esa sustancia que mi
cerebro necesita, para no aturdirme.
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CROOKS, Robert y BAUR, Karla. (2000). Nuestra
Sexualidad. México D.F.: Opsis, S.A.
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MATURANA ROMESÍN, H.
(2008). El sentido de lo humano. Buenos Aires: GRANICA.
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