Psicología del autocontrol, desde la #SeñoraK
Cuando nos enseñaron a controlar
los esfínteres, pasó un tiempo prolongado de ensayos, para lograrlo. Nos decían que pidiéramos ir al baño, siempre
que necesitáramos. Teníamos que hacer esfuerzos para retener la incomodidad que sentíamos dentro de nosotros mismos, hasta decirle a alguien y nos lleve al baño y expulsar lo que nos molestaba interiormente. Cuando estaban ocupados y nos hacían esperar
un ratito más, nos esforzamos por aguantar otro tiempo añadido lo que
nos molestaba. A veces no podíamos más y
lo expulsamos. Sentíamos un gran alivio:
el placer de expulsar algo que nos molesta.
Inmediatamente, el rostro molesto de las personas, que renegaban o nos
cambiaban bruscamente de pantalones. Nos
sentíamos placenteramente aliviados y al mismo tiempo culpables. Pero, aprendimos a controlar e ir al baño.
Nuestro cerebro grabó ese proceso (algoritmo): placer-culpa-miedo. Pero, ¿Qué
tiene que ver esto con nuestra vida adulta, #SeñoraK?
Los expertos le denominan locus
de control interno. Es decir, que cada
uno logra interiorizar que las causas de lo que suceda, depende de cada
uno. Es decir, del esfuerzo que hagamos
para controlar determinadas situaciones.
Sin embargo, también existe un locus de control externo. Se da cuando las causas se les atribuyen a
factores que no dependen de nosotros mismos.
Depende de factores cuyo control está en otros u otras. Entonces se dedica toda la energía a lograr
que los demás cambien determinadas circunstancias, porque uno mismo no puede
hacerlo. Cuando el equilibrio entre este
locus de control interno y externo, no está resuelto, para analizar con
tranquilidad las situaciones que pasan, entonces existe una confusión interna
que nos hace dudar de las experiencias que nos pasan en la vida. ¿Quiere un ejemplo #SeñoraK?
Cuando hiciste el mayor esfuerzo
por controlar y expulsar algo que te molestaba, en tu interior, y las personas
no pudieron atender tu demanda inmediatamente, sientes que la culpa no es tuya sino de esas
personas que no te hicieron caso de manera rápida. El que hayas expulsado en un lugar
incorrecto, dependía de los otros no de ti.
Sin embargo, las personas te hicieron sentir que tú debiste
esperar. Entonces, te comienzas a sentir
culpable, porque debiste haber esforzado más.
Peor aún, cuando la persona te castigó con un gesto desagradable o con
un manotazo, que es desproporcionado a la capacidad de control interno que
podías tener. Ese locus de control
genera ambigüedad ante tus sensaciones por cambiar el entorno o las
circunstancias. Te sientes culpable de todo y por más esfuerzo que hagas, a
veces cambia y otras veces no. Porque depende de un entrenamiento. Aprendiste, con
mucha confusión, a sentirte culpable por luchar contigo misma o con los demás,
a intentar controlar el entorno. El
placer y el miedo, estarán asociados como un algoritmo cerebral asumido,
automático, para cualquier experiencia similar.
De ahí que, a medida que se
aprende a elaborar los juicios morales, de lo que está bien o mal, va a
depender del entrenamiento que, los cuidadores, ejerzan sobre alguien. Por ejemplo, si desde muy pequeños nos dan un
caramelo cada vez que controlamos esa situación, entonces aprendemos que si nos
portamos bien, recibimos otro bien. Si
no logramos controlar la situación, recibimos un gesto fruncido o un
castigo. Cada vez que queremos castigar
a las personas, porque no nos dan caramelos, quitamos nuestro autocontrol y
ensuciamos los pantalones con los esfínteres.
De tal manera que, si ellos se portan mal, nosotros también. Ellos nos castigan, nosotros también los castigamos. Así aprendemos, de manera primitiva, a
elaborar nuestros juicios morales: “tú me pegas, yo te pego”. Es un esquema heterónomo, porque aprendemos a
través del intercambio instrumental o castigos recíprocos, a elaborar nuestros
pensamientos del juicio moral. De lo que
está bien o mal. No está centrado en el
bien del otro, sino solamente en uno mismo. Los
expertos dicen, que cuando se es adulto y esta manera de pensar sigue siendo la
forma como se elabora los juicios morales. Podrán haber pasado los años y
habernos convertido en adultos, pero nuestros pensamientos son infantiles. Normalmente, los delincuentes tienen este
tipo de pensamiento, porque no evolucionan a otras etapas de desarrollo
mental. Para ellos es justo devolver “ojo
por ojo”; roban porque los otros se dejan robar; castigan o matan, porque los otros no se dejan
robar. La violencia es un círculo
vicioso que no sale de este esquema mental infantil. El locus de control interno y externo está
totalmente desequilibrado.
Llegados aquí, #SeñoraK, nos
podemos convertir en víctimas de la violencia, porque no logramos ejercer
control alguno sobre la situación. O
tal vez, convertirnos en victimarios, intentando controlar situaciones con
nuestro propio esfuerzo violento, para someter, manipular y lograr objetivos
personales. Este desequilibrio es fácil
revertirlo con entrenamiento y programas que permitan evolucionar el
pensamiento hacia otras etapas adultas de razonar. ¿Es posible lograrlo?. Por supuesto que si. ¿Cómo?
Si nos enseñan con suavidad y en
armonía, desde muy pequeños, entre lo que podemos controlar internamente,
permitiendo los retrocesos, propios del ritmo de aprendizaje, entonces, las experiencias
de placer se contagian mutuamente. Si
aprendemos que las personas aumentaran su felicidad cuando nos esforzamos por
controlar situaciones incómodas, nos contagiamos todos de los logros obtenidos:
relajación, paz, seguridad. Propio de
las endorfinas que se activan ante las experiencias psicológicas de afecto y ternura a los otros.
Por eso, #SeñoraK, dígale a su
papá que las heridas causadas con violencia, generan
desequilibrio en este locus de control, haciendo infeliz la vida de todos los
que estamos alrededor. Tiene que pedir perdón, al igual que usted #SeñoraK. Porque, a partir
de ese perdón a sí misma, y el perdón hacia los que hizo daño, es el primer
paso, para comenzar este proceso de sanación que su familia y la sociedad
necesitamos.
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HARARI, Y. N. (2017). Homo Deus. Lima: DEBATE.
PINKER, S. (2015). Los
ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicancias.
Barcelona: Paidós.
SELIGMAN, M. E. (2000).
Indefensión. Barcelona: DEBATE.
SIBILIA, P. (2008). La
intimidad como espectáculo. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económico.
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