Ella, él; ellos y sus sexos.
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ELLA:
No podía olvidar aquel amor de sus primeros años universitarios. Soñaron juntos. Hicieron su empresa. Los conocían. Los miraban con envidia. Ella administraba cada movimiento de la empresa. El ideal soñado de toda pareja. Sus dolores en las articulaciones pasaban desapercibidos. Tenía consciencia plena que no podría tener sexo, porque se lo había prohibido el médico. Además, su formación como miembro numeraria del Opus Dei no le permitiría hacerlo antes del matrimonio… ¿Qué pasó con ellos?
ÉL:
Su sonrisa era un sí absoluto a los besos apasionados que se dieron esa noche. Se desnudó, mostrando todo lo que era y tenía. Habían esperado más de seis años para ese momento. Se besaron hasta quedar extasiados de sus propios olores corporales: “…¿Que quizá soñando estoy aunque despierto me veo? No sueño, pues toco y creo lo que he sido y soy. Y aunque ahora te arrepientas, poco remedio tendrás; sé quién soy, y no podrás aunque suspires y sientas,…” recitaba mientras le hacía sexo oral, con una voz salida de los más hondo de sí en susurros de placer… ¿Por qué hacia el amor de esa manera?
Ella:
Tiraba el cojín de la sala terapéutica contra la pared. Mientras lo tiraba con fuerza decía: “vagina”, con voz tímida. Poco a poco, el cojín que tocaba, era tirado con más fuerza a la pared, pronunciaba con voz más elevada la palabra “vagina”. Apretaba fuerte el cojín con sus dos manos, antes de tirarlo contra la pared. No había llanto. No expresaba vergüenza alguna. A sus más de 29 años, recién pronunciaba la palabra “vagina”, tantas veces.
ÉL:
“… Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza, como charcos de culpa, en la mirada.” escuchaba con gemidos que le respondía, mientras él le hacía sexo oral y sus cuerpos se estiraban de placer. Se miraron con pasión, por una cuestión de segundos. No podía creer lo que estaban viviendo, en ese sagrado momento… ¿Por qué decían esos poemas haciendo el amor?
Ella:
Estaba admirada, mientras narraba el primer contacto visual que había tenido con su vagina. “No sé por qué había sentido tanta culpa, tanta suciedad, rechazo el mirar esta parte de mi cuerpo…” Mientras me narraba sus sentimientos, no dejaba de pensar en la frase que leí: la verdadera perestroika, en el pensamiento de una mujer, se había librado entre su vagina y la convulsión de sus hormonas en la adolescencia. Allí se libró La perestroika maldita y traicionera. Yo estaba admirado de ese relato, así como ella con el contacto que tuvo con su propio cuerpo. Su enamorado la terminó. Ella pensó que fue por no haberle permitido tener sexo. Pero ¿Se terminó la relación para siempre?
Él:
Mientras sentía en su pecho el rostro extasiado relajado después del sexo oral, hablaba de la vida es sueño, para seguir con el placer de expresar sus ideas, ante los cuerpos desnudos. Sudando juntos. Atrás quedó el miedo de decir su palabra, acariciando con la mirada, con las manos, con sus olores corporales, el humo del cigarro y mucha agua. Mucha agua para beber. Se miraron, reían, y su gato jugaba con los pies de ambos para separarlos. ¿Se quedarán a dormir juntos o partirán cada uno por su lado como dos amantes?
Ella:
Se volvieron a encontrar después de algunos años. Ella recibía los halagos, pero no lograba descifrar si aún quería seguir la relación de enamorados. Quería escuchar explícitamente ese deseo, que jamás llega a pronunciar. Había guardado la virginidad para ese momento, pero ahora descubría que eso no existía más. Se sentía mujer, aún con sus dolores en las articulaciones, sentía la fuerza de su sexo. La fuerza del placer de que su cuerpo le regalaba cuando pensaba en ese amor, que jamás pronuncia un estar de nuevo. Su mirada se pierde buscando un rostro para contarle esta bella experiencia de su cuerpo, mientras narra a su terapeuta la necesidad de sentirse ella misma…
Él:
Le promete nada. Le regala su desnudez total. Sus miedos a ser sometido por la lujuriosa necesidad de sexo. Se besan, porque se van a despedir. No se prometen nada. Clama de placer: “¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? una ilusión, una sombra, una ficción…” mientras le da un beso profundo para terminar besándole el cuello. En ese momento escucha:” …son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema…” mientras se van quedando en silencio, porque el taxi ha llegado y tiene que partir…
Ellos
son mirados por mí. No puedo dejar de reírme y disfrutar con ellos el regalo del sexo. Me muero de risa, como cuando terminaba mi lectura de la denuncia policiaca que le hacían a unas mujeres donde todas se hacían llamar Rita, por convicciones políticas para no ser descubiertas. El informe policiaco terminaba con una advertencia. Que tal vez estaban hablando en códigos porque una alpaca escribe y habla en ese relato. Me río de placer mientras leo. La gente me mira y siento que él y ella también se han reído con sus cuerpos contagiando el placer de la piel que somos…
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1. |
Calderon de la Barca P. La vida es sueño Madrid: Cátedra; 2015. |
2. |
Vallejo C. Los heraldos negros. Primera edición ed. Lima: Perú Nuevo; 1959. |
3. |
Wiener G. Atusparia Lima: Fondo de Cultura económica; 2024. |
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