Nicolasa; entre la bioética y la psicología
Quieres que sea tu testigo. Sabes que lo acepto, sin que me lo
pidas. Pero tu personalidad no permite
medias tintas, por eso insistes en explicitar que sea yo también quien
garantice lo que estás haciendo, diciendo y viviendo. Me invitas una ensalada que aprendiste hacer
en Francia. Pero aquí, no estamos en
Europa. Estamos en Potosí (Bolivia) en
2012. En un cuarto alquilado. Un espacio reducido, sentados cada uno en su
banco, frente a frente, separados por una mesa pequeña de madera. Tu riéndote como si el mundo que nos rodea
fuera tan simple como el gozo de tus carcajadas. Este cuarto, donde vives, lo pagas con las
ventas de la gelatina que vendes en el mercado.
Hablamos de tantos sueños. Nos
quejamos de cuánto nos complicamos la vida, por cuestiones tan sencillas. Yo tengo que volver al salón, para reunirme
con la gente que habías juntado, para entrenarlos en acompañarse mutuamente, en
el objetivo de ayudarse a seguir adelante en sus vidas. Nunca voy a olvidar, Nicolasa, el frío de
Potosí, donde tuve que volver varias veces más, para entenderme a mí mismo más
que para ayudar a los demás.
Cuando me quedo solo pienso como
psicólogo, en aquel “Yo” que tanto impulso ha dado a mi práctica profesional y
a entender la ética desde la autonomía de los seres humanos. Comprendo que no puedo entender el “Yo”,
desde la perspectiva de varón. De lo
que tú me hablas no es desde una dimensión psicológica de varón, sino del ser
humano. Mis prejuicios profesionales,
siguen sin entender que el “Yo”, pueda ser diferente a la representación
cognitiva de varón. Entonces tengo que
descartar esa dimensión psicológica, para entender pensando en tu vida Nicolasa
y poder regalar algo de mi profesión que valga el esfuerzo académico en la
práctica clínica.
Entonces caigo en la cuenta,
cuando te desplomas de debilidad, que somos una estructura psicológica
indigente totalmente. Tenemos muchas
necesidades para seguir viviendo. 2013,
el año que llevamos compartiendo, para llegar a esta afirmación. Por eso, el “Yo” de nuestra personalidad, no
puede entenderse como un varón autónomo, que comanda nuestra vida, sino como la
interdependencia humana, que se construye en cada contexto de manera
diferente. Tienes que desplomarte de
esta manera para entender, algo tan elemental de la psicología y de la
ética. Entonces decido volver a Potosí
para experimentar tu ausencia.
El largo viaje agotador desde el
sur de Perú hasta Potosí. En ese
trayecto pienso en tu trabajo con los mineros.
En las semejanzas de tu relato con la lucha de la juventud obrera
francesa, que me cuentas con mucha emoción, de vez en cuando. Aun cuando tú eres Belga, pero gran parte de
tu vida estuvo en Francia. Y, lo mejor
de tu vida, en Bolivia con las comunidades campesinas. Pienso en tu frase ética: “Los pobres no nos
necesitan. Nosotros los necesitamos a
ellos…” Una frase sarcástica, que resume
las relaciones políticas de opresión expresadas en mi trabajo clínico, en la
relación vertical médico-paciente. Algo
que la bioética aún sigue luchando y que la psicología no se da por
vencida. Llego a Potosí y noto tu
presencia en otros y otras. Nada es ausencia tuya. El cuarto donde almorzamos
lo tienen otros, que me saludan con afecto.
Converso con tu gente. Nos reímos
de algunas anécdotas. Paseo el mercado y
te imagino vendiendo tus gelatinas. Escucho
a cada uno, como una actitud ética ineludible en realidades como las
nuestras. Vuelvo a conectarme en mi
pensamiento contigo, para volver a Arequipa, donde te estás levantado de tu
primera caída, y contarte todo lo vivido.
Insistes que sea tu testigo del
Documento de Voluntades Anticipadas (DVA).
Sin darme cuenta, tú ya eres la testigo de mis decisiones y
voluntades. Lo que me solicitas es una
reciprocidad. Ese documento contiene tu
personalidad, para decir al mundo que no deseas que prolonguen tu vida de
manera artificial mediante técnicas de soporte vital. Eso jamás hubieras querido para las personas
que pasan por tu vida. Lo has vivido ya,
y por eso no lo deseas ahora. Esa vida
artificial, dolorosa y agónica, que llevan los pobres que me has presentado a
lo largo de estos años, que se sintetiza en el decreto de muerte cuando se
encuentra frente a frente con su médico, en la relación vertical tan opresora,
como nuestra historia latinoamericana.
Eso que ahora, estás gestionando con tu propio cuerpo, querida
Nicolasa. Confieso, que mi miedo
psicológico, me hace firmar este documento temblando la mano, no solo por el
inmenso cariño egocéntrico que te tengo, sino por el hecho de ser parte de esta
estructura patriarcal, tan vertical por la que estamos luchando desde
posiciones diferentes.

____
CAMPS, V. (2011). El gobierno de las emociones.
Barcelona: Herder.
LUNA, Florencia –
SALLES, L.F. Arleen. (2008). Bioética: nuevas relfexiones sobre debates
clásicos. Buenos Aires: Fondo de Cultura económica.
MARISCO, G. (2003). Bioética:
voces de mujeres. Madrid: Narcea ediciones S.A.
MULET, J. (2015). Medicina
sin engaños. Barcelona: Planeta.
Comentarios