Ancianidad, desde la psicología del enfoque de género
Estoy mirando los ojos de doña
Maclovia y don David. 77 y 91 años
respectivamente. No puedo ocultar el inmenso cariño que les tengo a ellos, y a
todos los de su edad, que se han acercado para depositar en mí, lo que queda al
caer la tarde en sus vidas. En nuestras vidas. Por ello, pienso en los gemidos de ambos: “Yo
no pensé en el amor, solo me dediqué a cuidar a mis padres…” “Me crié con mi abuela, hasta que murió,
luego mi padre me llevó a vivir con su familia, porque yo soy hijo natural…” Es la realidad latinoamericana de miles de
nuestros abuelos, al ocultarse el sol.
La Comisión Económica para
América Latina (CEPAL) da su grito al cielo, diciendo que dentro de 25 años
seremos más adultos mayores que niños.
Esto lo dijo en México D.F., en el 2012.
Entonces pienso en doña Maclovia que conocí en la sierra de Piura,
viviendo con la pensión 65, después de haber agotado todas sus fuerzas en
atender a sus padres, que fueron muriendo uno después del otro, hasta dejarla
anciana. Sin nadie a su cargo, ni como
sostenerse. No tuvo tiempo para eso que
la psicología llama amor de pareja, y que la sociedad se encarga de arrimar
obligatoriamente a todas en determinadas etapas de su vida, como si fuera la
única opción de sobrevivencia.
Psicología y sociedad, emparejadas en un pacto trastornado de sus
prejuicios #ConMisHijosNoTeMetas. A las Maclovias que conozco, no les interesa
si son hijas legítimas o no. Les
interesa cuidar a sus padres, si son solteras, o terminar de criar a sus nietos
si se casaron. Nadie les ha preguntado
si se arrepienten de tener hijos, porque dan por sentado que amándolos es
suficiente a costa de desvencijarse por ellos.
Como si la capacidad psicológica de amarlos estuviera contradiciendo la
emoción psicológica de sentirse arrepentidas de haberlo tenido. En cambio, para don David, su preocupación es
otra, muy distinta.
Don David, no deja de explicarme
avergonzado su historia. Aquella que quiere
contar, solo para llorar juntos. Es hijo
natural. Cuando el honor de nacimiento
era un negocio rentable para la sociedad que se tramitaba desde los procesos
gubernamentales hasta los ritos eclesiásticos.
Ser de origen bastardo, significaba ser adulterino, ilegítimo,
incestuoso, espurio, de padres desconocidos.
Todos esos adjetivos fueron insultos graves, en las historias de su vida.
No podían ser llamados “don” o “doña”. Por
eso, se tenía que agachar la cabeza el resto de su vida. Esto que parece un relato de la época
colonial, no deja de estar presente en los David a quienes quiero y escucho
continuamente, a las puertas de la tarde en su existencia. Porque eso pesaba en
los varones, no en las mujeres. Somos
una sociedad con estos orígenes en América Latina. Somos el resultado de las Maclovias y David
de nuestro entorno, con toda la carga psicológica que ello implica. Por eso, en nuestros países se dan las evoluciones
modernas con todas las tradiciones posibles, incluidas las perversidades de
origen, importadas de Europa. Aquel que
no diga don y doña a un adulto mayor en América Latina, está insultando en el
alma a nuestros abuelos, con toda la carga emocional que se pueda trasmitir a
las nuevas generaciones y la humillación de recuerdos con que se puedan
despedir de casa, para siempre, al caer la tarde.
El censo de Ecuador en el 2009,
sobre el adulto mayor, en uno de sus resultados arrojó que el sentimiento de
una vida vacía lo tenía el 44% mujeres y 34% varones. Mientras en el Perú, en
el 2015, otro censo arrojaba que las enfermedades crónicas la padecían 81.3%
mujeres y el 70.1% varones. Las mujeres
ancianas siguen llevando un peso indecible de agonía y sensación de vacío, con
una carga emocional de culpabilidad por no estar cumpliendo su rol de
cuidadoras en la familia, como “debe ser”, según la sociedad y nuestra cultura
patriarcal. Al tener un mayor tiempo de
vida las mujeres, se les hace notar que tienen el “deber” de cuidar a los
nietos. Cuestión que no sucede con los
varones. Al no cumplir en totalidad su
rol, por los impedimentos físicos propios del paso de los años y los arduos
trabajos infringidos, asumen una autoculpabilidad de impotencia a sus
quehaceres, que contradicen con su modelo religioso o cultural, de la nobleza
de una “madre”. Otra imposición machista
de la “madre bondadosa”.
La salud psicológica de las
Maclovias con los David de nuestro entorno, es el silencio más espeluznante de
los Gobiernos de turno. Aún sabiendo,
que su aportación a la economía, desde que engendraron hasta el caer de la
tarde de sus vidas, es incalculable en números.
No existe una red de apoyo socio-económico, que no sea visto como una
caridad hacia quienes se desvencijaron por sacar adelante una familia, a su
país, en consecuencia. Los que se
resistieron a engendrar hijos, tienen otro aporte a la economía cuidando a los
ancianos o sobrinos. Soportando la carga
emocional de solterones, bonachones o renegados sociales. La perversidad del paradigma mental, ejercido
en la presión social en una estructura patriarcal al servicio de la economía
del Estado, enriqueciendo a entidades inventadas (Empresas, dinero y Nación) y
a élites de poder. Todo lo que estoy
diciendo, se expresa a través de la somatización psicológica en el cuerpo.
Ese mismo año, la CEPAL,
informaba que en México, en una escala del 0 al 9, la depresión geriátrica era
4.7 para las mujeres y para los varones 4.0.
Una carga emocional que no está siendo trabajada para evitarla en los
próximos años, cuando hayamos llegado, dentro de poquitos años a ser adulto
mayor, junto a nuestros amigos y amigas de generación. En Ecuador, la osteoporosis la padecen el
29.5% de mujeres y 7.7 varones. Esto demuestra, que si la desigualdad de
mujeres y varones es alta en países Europeos, en América Latina es 65%
mayor. No se arregla con la construcción
de residencia para ancianos, como en Europa, sino con un trabajo conjunto y
multidisciplinario, de sinceramiento en quienes hicieron de nuestra economía
familiar y nacional, una fortaleza. Para
tener una idea, que los estilos de vida, desde un enfoque psicológico de
género, tiene repercusiones que va más allá de los prejuicios desinformados de
grupos de poder religiosos conservadores, solapados en agrupaciones como #ConMisHijosNoTeMetas
quienes intentan solapar cifras y rasgos psicológicos perversos, que vienen
inculcados desde que nacemos, pisamos las escuelas, hasta mucho después de
haber sido jubilados, para quienes tuvieron un trabajo formal. La jubilación es un invento tal, que no
termina en las mujeres. En los varones,
es la causa de su extinción.
Una psicoterapia de la
reminiscencia tendría que ayudarnos a tomar conciencia en la vejez que se
avecina, para vivirla con esplendor, si es que, nos unimos a la causa de los
jóvenes que están revelándose contra un sistema que nos prepara para el descarte. En el nombre de doña Maclovia y don Davíd.
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ALEIXANDRE, D. (2007). Las puertas de la tarde.
Envejecer con esplendor. Santander: Sal Térrae.
FERICGLA, J. M. (2002).
Envejecer; Una antropología de la ancianidad. Barcelona: Herder.
HUENCHUAN, SANDRA
(Editores). (2012). Los Derechos de las personas mayores en el siglo XXI:
situación, experiencias y desafíos. México D.F.: CEPAL.
TWINAN, A. (2008). Vidas
públicas, secretos privados. México D.F.: Fondo de Cultura económica.
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