Psicoterapia de la reminiscencia
Tres horas estuvimos parados en la carretera antes de llegar a Santa Lucía. Estaban arreglando un tramo de la vía. Aún no salía del impacto de haber llegado el
día anterior al lugar donde comenzó la historia de mi vida religiosa. Las mismas habitaciones. La capilla…
Mientras tanto, la cola de autos y buses era larguísima esperando que
abran un tramo para seguir nuestro camino, pero nada. Recordaba la conversación con los aspirantes
a la vida religiosa que nos recibieron…
Conozco Piura. Allí fuimos cuando quería iniciar la vida religiosa. Vino el Provincial a visitarnos. Estaban tres hermanos: uno de la selva, otro de Piura y el tercero de Huancavelica. Hacía mucho calor. Por la mañana trabajábamos con los pacientes psiquiátricos. Por la tarde descansábamos. No había más. Después de dos meses, nos dijeron que volviéramos para la siguiente etapa. No pudimos volver. Eso fue hace 15 años más o menos…
Notaba mi respiración más agitada y aguda. ¿Cómo es posible haber tomado la decisión de
emprender el camino sabiendo que el nivel de mi hemoglobina está por la mitad? Me animaba ver a Yemira. Le debía el abrazo tras la muerte del amigo Edgar,
su esposo. Pero ocurrió algo más, cuando
mi amigo Yoel decidió desviar el auto por otro camino para llegar a nuestro
destino…
No volvimos por unos asuntos familiares a la Orden. Después de un año quisimos hacerlo, pero habían cambiado a los hermanos. Nunca logramos contactarnos con el encargado de las vocaciones. Entonces decidí estudiar Ingeniería y mi hermano, que también había ido, decidió buscar a los sacerdotes de mi pueblo. Eran los numerarios del Opus Dei. Tocó la puerta del seminario, pero le dijeron que el director estaba en España. Decidió irse a Huancayo. Ahí había otro seminario, pero otros sacerdotes. Él creía que era lo mismo…
Entramos a Mañazo. El lugar más corto para llegar a nuestro objetivo. Me estaba golpeando la altura. Pero la fuerza de ver a Yemira, Sonia y los amigos del Monasterio era tan fuerte que oculté mi malestar. Por ese lugar pasé con Nicolasa, hace once años atrás. La conocí en Potosí. Vivía sola. Vendía gelatina en el mercado. Ese día cocinó para recibirme en su cuarto. Era su forma de expresar la vida religiosa al estilo de Foucauld en Argelia. Desde que me enteré de su cáncer, no dejé de pensar que algo tenía que hacer. Vinimos a Arequipa y pasamos por Mañazo. El lugar por donde jamás volvería. Fueron casi seis meses que vivimos juntos, en la comunidad de Arequipa. Allí escribió su documento de voluntades anticipadas, de la forma cómo quería ser tratada durante los últimos momentos de su vida. Aprendí a despojarme de la vida como un regalo que solo encuentra su sentido en la muerte. Fue ese episodio, que me ayudó a salir de la Vida Religiosa. “Los pobres no nos necesitan, Billy” -me dijo-. La teología de la liberación se vino abajo desde aquel momento. La lucha por la justicia perdió su horizonte en mí. Porque ni Dios mismo nos necesita. Allí estaba Mañazo desafiando mi reminiscencia…
Cuando toqué la puerta del seminario de Huancayo, pensaba que vivían ángeles dentro. Ese pensamiento tenía. Pero es diferente a la vida religiosa. Dios nos llama para otro estilo de vida…
Pensaba en las mil veces que me insistieron que lo mío
era una llamada de Dios también. Nunca
escuché a Dios ni se apareció jamás para decirme que entrara a la Vida
Religiosa. Entré porque me gustaba esa
vida de “ángeles”: Fraternidad. Amor mutuo.
Comprensión. Nada de eso
sucedió. Fue una decisión personal y
como toda decisión hay que asumir lo que venga.
Hasta no entender eso, ningún tipo de vida tiene sentido. Aquí la pasión e intimidad juegan un papel importante,
como en toda psicología de la reminiscencia.
Quizá la espiritualidad tenga que pisar esos tres pilares para brillar
como antorcha ante el mundo. Dudo mucho
que esa luz venga de la vida religiosa o sacerdotal, porque la espiritualidad
no necesita de sólo esos estilos de vida, hartamente quemados en nuestra
realidad…
Sí. Asumir la responsabilidad de decidir. Después que estudié ingeniería llamamos nuevamente para ver si nos aceptaban y aquí estamos intentando nuevamente. Estamos aquí porque se nos da la gana, porque hemos decidido -nuevamente nos hemos reído, como si los argumentos ya no dan para más-.
Llegamos con tres horas de tardanza a la casa de Yemira. La abracé fuertemente, mientras llorábamos
juntos de emoción. El amigo Edgar ya no
está entre nosotros. Sonia, su hermana, también
estaba allí. Las abracé como si Edgar
quisiera abrazarlas a través mío. Mi corazón
latía a mil. Tenía sueño y
cansancio. Eso es muy natural en mí,
desde hace algunos años. Pedí permiso
para salir de la mesa en dos ocasiones.
Tenía mareos y mi cabeza comenzaba a latir, como si la tierra me jalara. Dejé a propósito mi casaca para volver por
ella, en cualquier momento. Estrategias que
uno aprende para disimular lo que nos pasa por dentro…
La orden que recibimos del superior, cuando nos dejaron, es que no llegáramos borrachos si salimos. Que nos portemos bien, en la rutina de siempre. Nada de mujeres ni hombres en la casa -Volvimos a reír por tercera vez-. Por eso, sí podemos salir a almorzar fuera y luego ir al cine, como dices…
En este restaurante no hay mujeres que atiendan -dijo el aspirante-
En la mesa donde almorzábamos tampoco. En la estructura clerical tampoco. Quizá por
allí debí comenzar el relato de esta reminiscencia. Mi vieja amiga y colega, Patricia,
me desafió a brindar con un vaso de whisky por esa libertad, por el cariño de
los nuestros, pero, sobre todo, por estar viviendo tanto. No podía más al
volver al cuarto a descansar y decidí retornar a Piura y no continuar con la
agenda. Rafa vino a verme para decirme que la ética le ayudó a romper los límites
de las normas y leyes. A la falta de
deseo del bien y la falta de desprecio al mal, tenemos que
poner el cuerpo en la práctica política.
Nos abrazamos para despedirnos, como sellando el compromiso político por
la amistad, por las convicciones y el sueño en que las normas no nos
encarcelarán dentro de la corrupción para seguir adelante. Seguir siendo.
No hay citas hasta el próximo mes con el hematólogo -Me dicen al llegar a Piura. Entonces pienso que sigo en la cola de tres horas, antes de llegar a Mañazo, nuevamente-.
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