Psicosexualidad como desafío a la "teología moral".
Desde que se está en el útero, el
cerebro necesita tener toda la geografía del cuerpo tatuado en sus redes
neurales. De manera especial, aquellas
partes de nuestro cuerpo que producen inmensas sensaciones de placer, para
sostener la relajación y capacidad de ternura, afecto y seguridad, como
sentimientos asociados a la emoción de la mutualidad amorosa entre seres
humanos. ¿Cómo se realiza este
algoritmo, proceso, cerebral? A través
de la autoexploración de los genitales en el útero materno. Según los especialistas, en el caso de los
varones acariciarse el pene y, lo mismo, en el caso de las mujeres con su
vagina. Ambos, acompañados con signos
evidentes: movimientos pélvicos de vaivén, cada vez más rápidos; palpitaciones
cardiacas más intensas de lo normal; erección peneana o vulva hinchada, según
el caso; finalmente, una quietud intensa sin movimiento hasta quedarse
dormido. Por ello, las madres
embarazadas, sienten movimientos del feto y luego una quietud parecida al “gran
silencio” monacal. Todo ese proceso de
placer, queda grabado en el cerebro. Una
conducta sexo-afectiva, que muchas veces va acompañada con las caricias y el
agrado de la madre que cobija en su útero.
O tal vez, la voz dulce de la madre o el padre. A veces, acompañada del susto cuando la madre
comienza una gran discusión con alguien e interrumpe este proceso de
placer. Este automatismo de placer sexo
genital, será la música de fondo de toda la vida erótica de los seres humanos,
después de nacer y lo acompañará el resto de su ciclo vital. ¿Por qué Dios instaló este algoritmo de
placer, como compañero de viaje de la vida sexual de cada ser humano?
La capacidad explorativa de los
genitales, procurándose placer, se repite en la niñez. La masturbación infantil es tan frecuente,
que las personas que cuidan de niños, encienden la alarma morbosa, pensando que
el infante acompaña esa masturbación con fantasías sexuales precoces, como un
adulto. Entonces, se piensa que el niño
puede convertirse en un perverso sexual.
Por ello, hay la tendencia a quitarle la mano, incluso castigarle si repite
esta conducta. Cuando esto sucede, se le
quita al niño o niña, la capacidad de gestionar su capacidad erótica y
reconocimiento corporal. No puede
manejar su sentimiento de excitación frente a otra persona, ni dar un comienzo
y poner un fin a su placer sexo genital.
Lo hace vulnerable al abuso sexual, porque junta el placer al miedo y su
cuerpo, que no lo gestionó, no sabe cómo responder. Por ello, la expresión de “estar aguantado/a”
se convierte como un impulso propicio para violar o ser violado sexualmente,
como algo que no se puede contener. No
existe este mecanismo en su red neuronal de placer sexual. Su respuesta sexogenital va a depender del
ejercicio de poder de otro/a, sobre todo, de quien tenga autoridad sobre la
persona. ¿Qué hacer con una moral que
impide que los niños completen este algoritmo placer sexual, tan beneficioso
para el resto de su vida?
Más adelante, esta
autoexploración personal, se realiza en el juego con otros niños y niñas. La socialización de la sexualidad. Lo mismo que se hacía de manera individual,
ahora extendido a la relación con otro/a.
Los niños/as, juegan desnudos, observándose sus genitales, tocándose,
frotándose entre ellos y ellas. Cuando
esto sucede, en condiciones adecuadas, los niños van descubriendo que el placer
que envuelve el sexo, es relacional. Está
hecho para comunicarse entre sí y experimentarse en mutualidad. Este juego sociosexual se da entre niños de
la misma edad. La evolución del
sentimiento de placer, se vuelve intensa, como un ensayo para el amor
adulto. Lo perverso de este proceso de
crecimiento, es cuando este juego sociosexual se da entre niños de diferentes
edades, en su ciclo vital. Por ejemplo,
un niño con un/a adolescente, o adulto, o anciano/a. Mientras el niño puede estar jugando, el
adolescente o adulto está en otra etapa de su ciclo vial, que nada tiene que
ver con un juego. Por ello, los niños suelen tener esta experiencia con niños o
niñas, que les gustan. Ellos mismo ponen
un fin a este juego, cuando lo creen necesario y ninguno de ellos fuerza al
otro a seguir jugando. ¿Cómo explica la
teología moral esta capacidad de relacionarse, entre los niños, para completar
su algoritmo de placer sexual de mutualidad erótica?
Más adelante, en la adolescencia,
esta capacidad autoexplorativa o de mutualidad, está asociada a la fantasía
sexual. Como una dimensión humana que es plurirrelacional. En el caso de las fantasías sexuales, asaltan
nuestro cerebro cada cinco o siete minutos, sin que uno las provoque. Su carga erótica va en aumento, a lo largo
del día, cuando ésta es interrumpida constantemente. A esta dimensión de relacionarse se le
denomina noética (no-ética), porque solo existe en el cerebro humano y viene
sin que se le llame. De forma automática. Más aún, en nuestros tiempos donde
todo está culturalmente erotizado. Será la compañera de viaje el resto de
nuestra existencia. En palabras vulgares
del lenguaje religioso se le ha denominado: pensamientos impuros. Las recomendaciones clásicas, que se han
proporcionado van contra toda salud psicológica: baños de agua fría, deporte,
rezos u oraciones, confesiones compulsivas y un largo etcétera. ¿Por qué va contra la salud psicológica? Porque al interrumpirlas con esos
recomendaciones, cuando se vuelve a un estado de relajación, la carga erótica
del contenido de la fantasía se viene con más intensidad. El sujeto comienza a sentirse ansioso, que
nada de lo que hace le da resultado para evitar esos “pensamientos impuros”. No disfruta de esta dimensión de relacionarse
con este mundo noético, como ensayo para el amor adulto. Se le corta la creatividad en su expresión
sexo-afectiva con su pareja o los suyos.
Se torna ansioso y vulnerable a la depresión, por el falso sentimiento
de sentirse sucio y pecador. Así las
cosas, el ser humano se ve impedido de tomar decisiones en base a imaginarse no
sólo en su relación de pareja y familia, sino también en otros ámbitos de
realización personal. ¿Puede la teología
moral librarse de estos prejuicios, tabú, para invitar a las personas a
disfrutar de esta capacidad de su plurirrelación, promoviendo el desarrollo
personal y experiencia de placer sexo-afectiva?
Finalmente, está la capacidad de
respuesta sexo genital en el adulto mayor, con todo lo trabajado desde antes de
nacer. El anciano/a que tiene esta
capacidad autoexplorativa, sociosexual, fantasías sexuales y relaciones
sexo-genitales con otro/a. Porque el ciclo
vital del adulto mayor, se convierte en la etapa más intensa de la experiencia
sexo-genital. Más intensa que las etapas
anteriores. Porque tanto las caricias,
como las relaciones sexuales, son experimentadas con una libertad
increíblemente más profunda, cuando la salud no lo impide experimentar como
tal. Las preguntas para establecer la
salud psicológica radican en la constatación de un profundo dolor y
sufrimiento: ¿Aún siente deseo de estar sexualmente con su pareja? En caso de las mujeres, que a lo largo de su
vida, han tenido que fingir orgasmos, para que el marido no se vaya de sus
vidas, han perdido dicho deseo. Esperan
llegar al ciclo del adulto mayor para separar a su pareja de su lecho. Por la libertad, que les otorga su edad. Genera un profundo dolor en la vida de
ambos. Esa frigidez, no solo se expresa
en el sexo sino en sus relaciones con otros y otras. El sentimiento de soledad se hace patológico. En el caso de los varones, la respuesta es la
misma: “Siento deseo por mi mujer, pero prefiero no decir nada…” y suelen
hacerlo con otros u otras, incluso adolescentes o niños. Todo esto sucede, no solo por el tabú,
entorno al sexo a lo largo del ciclo vital, anterior, sino también al pensar que
el adulto mayor ya no tiene deseo y no responde sexualmente. Se insiste en un estado de “pureza” que le
prepara para el bien morir. Creando
sufrimiento relacionales indecibles. ¿Qué hacer con esa teología moral injusta
y desproporcionada con la salud psicológica del adulto mayor, plagada de tabú y
prejuicios?
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Eva. Imagen de archivo personal. |
El texto está dirigido a un gran amigo sociólogo y
doctor en comunicación social, Simón Pedro Arnold. Monje benedictino. Reside en Chucuito-Puno-Perú. Co-director de la Escuela de espiritualidades
Emaús, con quien trabajo desde hace más de 10 años en la dinámica de escucha,
como proceso terapéutico. Actualmente,
han pasado por este entrenamiento muchos/as profesionales de Latinoamérica. Así
como se ha beneficiado a cientos de personas, en situaciones vulnerables. He
obviado las citas bibliográficas adrede, puesto que se encuentran en otros
artículos de este blog.
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