Amistad: Psicología de la intimidad
Recorro las miradas. Siento los abrazos. Huelo la ternura,
mientras doy pasos por los caminos de siempre, como estos días por el sur y la
capital de mi país. Lo mismo que sentí,
cuando escribí aquel e-mail a dos amigos, diciendo que dejaba atrás una historia de
23 años. Les decía el dolor que sentía por la separación de un proyecto que abracé con inmenso cariño durante toda mi
juventud. Todo eso viene a mi memoria al
escuchar diferentes historias de los amigos y amigas:
El movimiento político quiero que lleve mi identidad cristiana. No aquella que me ha brindado la Iglesia, por muchos años, sino aquella que he vivido con ustedes. Libre de una doctrina que aparta a los cristianos de su origen. Que sea de izquierda, porque no comprendo la competencia voraz y excluyente de la derecha…
En ese e-mail decía que dejaba
ese estilo de vida de tantos años, porque ya no era el amor a los pobres por el
que giraba mi vida, sino a la Institución.
Me sentía infiel conmigo mismo, pero que no podía negar el cariño, el
inmenso cariño, que tantas personas me prodigaron en ella. Lloré toda la noche, como si el mundo se viniera
abajo. Como cuando se quemó la casa
donde vivía y estaba asustado porque pudieron haber muerto todos los que vivíamos
en ella. Recordé ese e-mail a mis amigos,
mientras seguía escuchando cada historia:
Necesitaba la opinión de mi jefe, aquella vez, cuando una postulante que ganó el concurso de selección de personal, me había ocultado que estaba encinta. ¿Te acuerdas lo que me dijiste? Que si el concurso había sido para medir habilidades o para saber quién estaba encinta o no. Ese día salí de tu oficina pasmada de asombro, porque yo soy mujer. En la Universidad no me dijeron eso…
Dolor era lo que sentía por dejar
tantos años de vivencias. Tantas
ilusiones que se fueron esfumando con el tiempo y los trabajos administrativos
que tuve que desempeñar. Estaba
decepcionado de mí mismo. Era miedo lo
que pasaba por mi cuerpo y quería expresarlo.
Estaba muy viejo para iniciar una nueva etapa en la vida. Toda la ilusión de vivir con los pobres y
hacer algo por mí mismo, a través de ellos, se venía abajo. Estaba encolerizado conmigo mismo y
necesitaba morir esa última noche de despedida, en la soledad absoluta de las
cuatro paredes de mi cuarto, mientras escribía el e-mail a mis dos amigos. Por eso, cada uno de los relatos que escucho
este fin de semana, también me parecen desgarradores:
Mi madre me dijo que era una p... Me dolió en el alma. No entendía por qué no podía seguir utilizando las píldoras diarias, sino el diu hormonal. La enfermera tuvo que explicarle. Mi madre es tan mujer como yo. ¿Por qué entre mujeres no podemos pensar de manera diferente? Yo la vi a ella, cuando tenía las marcas en su cuerpo por su relaciones tormentosas. Cómo tú sabes, a mi padre lo conocí en mi adolescencia. Lo mío era una cuestión de salud femenina y ella, en ese momento sólo me juzgaba de lo peor. Después me pidió disculpas...
Ya tenía preparada las maletas,
cuando escribía el e-mail. Partía al día
siguiente, para nunca más volver. Dejaba
atrás una gran parte de mi vida. Había
sido muy feliz. Quizá eso hacía más
dolorosa la partida y por eso, no pude partir antes. No era una cuestión de fe. Eran las convicciones de haber amado mucho a
los míos, que hacían insoportable un minuto más sin tomar decisiones que me
volcaran a experimentar el salto al vacío, como tantos otros en mi país. Era el amor de tantos amigos míos,
convencidos en sus luchas diarias por sobrevivir, en mi nación del
ninguneo. Rabia contenida. Dolor sostenido por ustedes, mis amigos de
este camino. Sus relatos, hacían que vuelva a ese momento tan crucial en mi vida:
Yo pensaba que lo principal era formar una familia, como la que ahora tenemos. Los hijos están bien. Hemos proyectado lo mejor para ellos, para que no les falte nada. Estamos saliendo adelante todos. No imaginé que el sexo, en nuestra relación fuera importante y que podía hacer tambalear todo lo que hemos logrado. Me equivoqué. Estoy confundido y temo que no pueda hacer nada. Estoy angustiado y no sé qué más hacer…
Seguía llorando al terminar de
escribir ese e-mail. Quería enterrar esos
23 años, con un gemido que salía de lo más hondo de mi ser. Sólo lo podía hacer con ustedes dos, mis
amigos de ruta. En este momento estoy
haciendo lo mismo, con una gran diferencia: Esos años no fueron enterrados, viven conmigo, como un rayo de luz
en cada túnel que tengo que pasar. Y
allí están ustedes, para volver a escuchar mi historia, para sostenernos en nuestros hombros, para abrazar nuestros miedos y besar nuestras heridas. Develando nuestras historias, mutuamente. Celebrar los triunfos. Nuestros triunfos. ¡Aquí están siempre!
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EL SAHILI GONZÁLEZ, L. (2015). Psicoogía de
Facebook. México D.F.: Trillas.
WATZLAWICK, P. (2019). El arte de amargarse la
vida. Barcelona: Herder.
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