El espíritu del mal en Andrea. Experiencia psicoterapéutica
Andrea miraba cómo el equipo de fútbol, donde jugaba su
padre, definía el campeonato de la zona. Terminaron empates ambos equipos. Se definirían en penales. Solo faltaba
patear el último penal para terminar el campeonato. Un silencio estremecedor en la cancha. Todos mirando al papá de Andrea, que tenía
semejante responsabilidad. Ella se tapaba
la boca mirando fijamente a su padre cuando pateó la bola
al lado izquierdo. El arquero intentó
coger el balón, pero imposible no logra atraparla. Los gritos de alegría no se dejaron esperar y
Andrea gritaba a todo pulmón el nombre de su padre con orgullo, cuando lo vio correr
hacia la tribuna mirando a su familia. Atrás
quedaron los días en que Andrea terminaba en el hospital o con el grupo de vecinos
intentando ayudar a los afligidos padres, mientras veían a su única hija tirada
en el suelo con temblores epilépticos en todo el cuerpo. ¿Qué había pasado?
No sé qué hacer -decía su madre- cuando veo que en cualquier momento se pone las manos en los oídos y se desmaya. La primera vez gritaba a los vecinos para que me ayudaran, su papá estaba trabajando. Mi hija tirada en el piso inconsciente que se movía. Me ayudaron los vecinos a llevarla al hospital. Le tomaron un electroencefalograma y el neurólogo no encontraba nada. Igual indicó una tomografía. Mi esposo llegó al hospital asustado. La derivaron para neuropediatría en la siguiente semana. Al regresar vecinos y familiares dicen que un “espíritu malo” había entrado en mi hijita, porque cuando despierta no se acuerda de nada…
Nada podía consolar el llanto de la madre y el rostro
desesperado del padre, en la consulta. La
familia entera llevaba más de seis meses de haber vuelto a Piura. Andrea vivió en Lima casi toda su vida. La pandemia los obligó a regresar, junto al
resto de familiares. Al comienzo
vivieron con los abuelos. Luego
consiguieron una casa en un barrio muy conocido. El abuelo se recuperaba de la Covid-19 que lo
llevó a usar oxígeno por mucho tiempo. La
familia estaba asustada entre la pandemia, la búsqueda de trabajo y una casa
para vivir. Andrea también vivía a su
manera semejante presión y ansiedad, lo que en psicología se conoce como adaptación
y acomodación, en pleno proceso de desarrollo.
Incluso estaba haciendo un cuadro de regresión. Esto significa que volvió a orinarse en la
cama. Muy común en los niñxs cuando están a punto de dar un paso hacia otra
etapa de su madurez. En Andrea se
complicaba con las manifestaciones de convulsiones en sus desmayos
constantes. Su madre invocaba al
Espíritu Santo, como le sugirieron, pero la angustia se volvía más intensa:
Incluso el pastor de la iglesia cristiana se conectó en línea desde Lima para hacerle una oración de sanación. Los tíos de lima, que eran de esa iglesia, son muy cercanos, porque Andrea jugaba frecuentemente con sus dos primitas. Aquella tarde mientras el Pastor oraba, mi hijita se desmayó y comenzó a temblar. Mis vecinos y yo orábamos. Me dijeron que en esa casa los inquilinos anteriores tenían mala fama y esa casa estaba pesada. El pastor dijo que, efectivamente, un espíritu malo estaba en Andrea y que tenía que orar constantemente para luchar contra el mal…
Los niñxs aprenden a través del juego, con acontecimientos de la vida real. Andrea hablaba sola, algo muy normal a esa
edad. Inferencias desacopladas, le llamamos
en psicología, cuando hablan con amigos imaginarios: peluches, muñecas, entre
otros. Así madura su cerebro en la
lógica de apropiarse del mundo externo. Sus padres notaron que ella no se desprendía
de Pepito, su peluche preferido.
Comenzaron a sospechar hasta de las muñecas de Andrea. La creencia generalizada era una posesión del
mal en la pequeña. Desencadenaba
conductas regresivas como la enuresis (orinarse en la cama), olvidarse de los
acontecimientos, desmayarse, orar desesperadamente, ser llevada al hospital,
estar pendientes de que no se haga daño con un golpe. Evidentemente, un fenómeno
de anclaje psicológico se produjo en Andrea. ¿Cómo así? Se da cuando el último
impacto de juegos de un niño le dio resultado y se repite en cualquier situación,
distorsionando el pensamiento. En los
adultos también sucede frecuentemente este fenómeno mental. Sus padres comenzaron a cambiar el patrón de
comportamiento, dialogando con pepito, su peluche y evitar hablar de Dios de la
manera como lo estaban haciendo. ¿Cuál
fue el resultado?
Un día mi hija comenzó a taparse los oídos -decía su papá- entonces, como me había dicho, le quite las manos y le dije que no asustara a Pepito. Ella se calmó y seguimos haciendo nuestras cosas. La segunda vez que se desmayó, su mamá estaba sirviendo la comida cuando escuchó un golpe, dejó de hacer las cosas y fue a verla, estaba en el suelo, temblando. La abracé -relata su mamá- la puse en la cama para que no se golpeara y le encargué a Pepito que la cuidara y me fui a servir la mesa. Cuando la fui a ver, se había despertado le di un beso y la llevé a la mesa. Ni su padre ni yo, hablamos del tema. Ella nos miraba asombrada. Hasta hoy no ha vuelto ni a orinarse en la cama y tampoco a desmayarse…
Entonces, les pido una foto de Andrea para recordar a la
niña dulce e inteligente, que nos ayude a superar los miedos superando los
anclajes mentales de nuestro pasado.
Andrea había aprendido a desestresarse desde una psicología de la
religiosidad funcional en la familia de sus tíos cristianos, a través de los
rituales de sanación. Una manera de
superar los problemas de la casa, ante la presión de adaptación y acomodación
de sus padres: casa, economía, miedo a la covid-19.
El Carnaval de Narihualá - Juan Rodolfo López Ávila |
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HARARI, Y. N. (2017). Homo Deus.
Breve historia del mañana. Lima: Debate.
LEWIS, M. (2017). Deshaciendo
errores. Kahneman, Tversky y la amistad que nos enseñó cómo funciona la mente.
BARCELONA: DEBATE.
PINEDO, X. (14 de octubre de 2021). OJOPÚBLICO.
Obtenido de ojo-publico.com:
https://ojo-publico.com/3098/ansiedad-y-depresion-diagnosticos-mas-comunes-en-menores
PINKER, S. (2015). Los ángeles que
llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicancias. Barcelona:
Paidós.
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