Psicología de un post trauma. Cuerpo de mujer en tiempos de cuarentena.
Aún tenía menos de siete años,
cuando escuchabas los gritos de su madre, por intentar defenderse del familiar
del patrón que la entraba al cuarto.
Mechita, a su tierna edad, comprendía perfectamente lo que sucedía,
cuando veía salir a “ese” hombre y luego a su madre. Las dos se ponían hacer sus quehaceres de
casa, como todos los días, inmediatamente después. Aunque este relato es del pasado de Meche, no
puedo dejar de pensar en las más de mil mujeres desaparecidas en plena pandemia
del 2020 en mi país. Escribo estas
líneas, desde una de las regiones más afectadas por esa pandemia paralela al
coronavirus. La escribo desde las
palabras del cuerpo de Meche, con rabia, dolor y esperanza, propios de los sentimientos
de la relación psicoterapéutica.
…jugaba con los hijos de la patrona. Fueron días muy felices. Incluso mi madre hizo que la patrona sea mi madrina. Recuerdo que me ponía la ropa de sus hijos y correteábamos por el patio, casi todo el día. Hasta que un día, el cuñado de mi madrina, llegó a casa y nos regaló caramelos a todos. Me llevó aparte y me sentó en sus faldas. Me hacía juegos y acariciaba mi cuerpo. Al comienzo me sentía muy querida. Después de varias veces, ya no me gustaba porque lo hacía con fuerza sobre mi cuerpo, hasta que mi madre nos vio. Ese día mi madre me llevó al cuarto, y me pegó. Después de eso, ya no me dejaron jugar con los niños y me obligaban a comportarme como niña. Me daba miedo cuando sonaba el timbre de la casa y tenía que ir abrir, porque llegaba ese señor y me empujaba a la pared a sobar mi cuerpo…
Puedo sentir como el cuerpo de
Meche se estremece mientras relata esta historia de su vida, que aflora en
pleno confinamiento como una sombra que le hace daño. Escucho el grito silencioso de un poco más de
342 violaciones a niñas durante la pandemia, hasta el mes pasado. Entonces
traigo a la conciencia que el confinamiento para la mitad de seres humanos en
mi país, ha significado cuidarse de dos amenazas mortales. Ambas no son naturales, sino descuidos de un
sistema que no protege a la humanidad porque su prioridad es la acumulación de
riqueza a través de la producción directa.
Así leo en el cuerpo que me habla de Meche.
…Tiempo después mi madre le contó a su pareja lo que me pasaba en la casa de su patrona. Él me llamó para interrogarme a solas. Me abrazó y me dijo cómo me hacía ese señor. Comenzó hacer lo mismo conmigo, para verificar que así me había hecho. No le dije nada a mi madre, porque tenía miedo. Solo intentaba cuidar a mi hermana menor, que había nacido con una discapacidad. A los doce años, conocí una iglesia cristiana, que se reunían todos los sábados para la prédica. El Pastor era muy bueno y pude entender muchas cosas de mi vida…
En ese momento del relato me
preparo para entrar en el peor de los sentimientos ambiguos de la opresión sobre
el cuerpo de una mujer. Porque veo
temblar los labios de Meche y la voz resquebrajada para narrar lo indescriptible. Ella se enamoró del Pastor por su “sabiduría”
y cercanía afectiva. Dos aspectos que
utilizan para manipular las personas que practican una religiosidad funcional,
aquellas que ponen mucho énfasis en el pecado. El Pastor la llevó a vivir a su
casa, porque también se había enamorado.
Le llevaba 22 años. El cuerpo de
Meche habla por si solo. La encerraba en
aquella casa. La maltrataba cuando algo
no le parecía que hacía bien, con insultos y golpes. Hasta que logra huir y seguir en su trabajo
de vendedora ambulante, con ayuda de otras mujeres de barrio. Cada lágrima que veo en el rostro de Meche,
es la palabra de su cuerpo con rabia y sufrimiento. El bloqueo de pensamientos automáticos se
hace urgente en mi labor terapéutica, para aliviar las marcas de un cuerpo
literalmente torturado, mientras escapamos de un virus mortal en el mundo.
…esas amigas me enseñaron a vender. Nos divertíamos mucho. Ayudaba a mi familia. Conocí a un grupo de otra religión. La coordinadora era una mujer muy buena. Nos hicimos grandes amigas. Ya era grande. Le conté mis proyectos de estudiar enfermería. Juntas hicimos planes. Ella se enamoró de mí. Era muy feliz, porque me sentía querida…
Lo que Meche no sospechó que
entre mujeres también hay violencia e interiorización de abuso machista. Herencia de la psicología de un patriarcado
que hasta hoy no podemos vencer del todo.
La relación se volvió enfermiza cuando comenzó a vigilarla y
celarla. Esto nos conecta con la
situación de confinamiento y alguna de sus características. Motivo por el cual vuelven estos recuerdos a
su memoria, para permitirle abrir camino y salir del propio confinamiento de su
cuerpo maltratado.
…he tenido algunos amores en mi vida luego. Rafael, Toño… me dolió terminar esas relaciones cuando me enterqué por entrar a un estilo de vida religioso. Tuvo que pasar, para darme cuenta que no era mi camino. Es tan igual que el mundo de afuera, que me confundía más…
En este momento, cuando ya no veo
ninguna lágrima en sus ojos, solo queda el temblor de su cuerpo. El mismo que percibí el primer día de la
consulta, cuando decía que era muy feliz con su actual pareja a quien amaba con
todas sus fuerzas. En esa relación había
encontrado toda la energía para salir adelante.
Pero algo había sucedido en este confinamiento que:
…cuando estamos en la intimidad de la cama, siento mucho dolor en mi cuerpo. Es como si rasgaran mi vagina por dentro con una navaja. Aunque tenga todo el deseo del mundo de abrazar y sentirme arropada por el amor de mi vida, pero el dolor que siento en el cuerpo es insoportable… Me confunde tanto que hasta los vecinos del barrio me caen mal. Siento que me miran como un ser cochino. Me hacen sentir asquerosa. Ya no miro como antes ni saludo con cortesía…
El lavarse las manos
constantemente, cubriéndonos totalmente para salir a la calle y defendernos del
virus, se asemeja mucho a los recuerdos del trauma de miles de mujeres
maltratadas psicológicamente, que las han hecho sentir no valoradas, sucias e
ignorantes. El cuerpo recuerda aquellas
heridas de su sexualidad dañada y despojada de todo erotismo de la experiencia
de amar sin límites. Y es que entre el
virus y el machismo, hay una semejanza aterradora de los daños que
produce. Comienzo a imaginar que el
cuerpo de Meche es una expresión del post trauma de la pandemia, vivida en el
propio recorrido de la existencia de su cuerpo de mujer, del cual en algún
momento puede renegar, porque nosotros los varones no solemos pasar por ese
camino. 21 mujeres han sido asesinadas
hasta el mes pasado, en el confinamiento impuesto. Cifras que se suman a las desaparecidas y
violadas. Desde mi condición de
psicólogo varón, no puedo dejar de seguir viendo a través del cuerpo de Meche,
su relato pronunciado y silencioso, la potencia sanadora de alguien que puede
amar intensamente, para vencer la adversidad de una vida golpeada y
maltratada. Veo a mi pueblo resurgir e
intento que su testimonio contagie a la humanidad entera, para doblegar
esfuerzos para que la masculinidad no siga siendo golpeada por la sinrazón de
la violencia, pandemia que es apoyada por un sistema que no le importa la salud
de la humanidad. Estamos juntos Meche en
esta lucha. Esa es mi esperanza. ¡Nuestra esperanza!
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