Reciprocidad, psicología de la Conquista y esperanza.
Más de 400 miembros del último
ejército, no son suficientes para consumar la victoria. Las guerras no se ganan por la cantidad de
soldados, sino por las estrategias que se usan.
Los Sapiens sabemos perfectamente que esa sentencia es una verdad
histórica de nuestra evolución. Este ejército de personas y el último Inca,
están entrando a la ciudad de Cajamarca.
Van camino a enfrentarse con otro ejército, venido de un mundo
desconocido, a quienes ya lo tienen derrotado.
No por el pequeño contingente de soldados que tienen ellos, sino por la
estrategia que han empleado en las negociaciones previas, propias de una
psicología de reciprocidad conocida solo por nosotros, los del Incanato.
Unos hombres aparecen en el mar
con jinetes. Vestidos de forma
inusual. Llevando instrumentos
totalmente desconocidos en nuestra población.
Se les ve de lejos. Acercándose
con temor. Por varios días. Asimismo, desaparecen totalmente en las
profundidades del Pacífico. En la mentalidad
mágica, sólo se puede hablar de apariciones y desapariciones. Entorno a esos relatos, por mucho tiempo se
contaría las leyendas de aquellos personajes que aparecen y desaparecen de la
nada. Nos miran y nosotros también. Nosotros numerosos y ellos desgastados de los
viajes, muchos muertos en la travesía.
Es la primera vez, que llegan de otros mundos a visitarnos. Nos regalan material para nuestra imaginación. Somos hijos del Sol. Ellos ¿hijos de quién serán? Es el paradigma mental, alrededor de los mitos
que se van tejiendo.
Atahualpa es nuestro referente de
victorias. Descansando en el norte para
volver al Gobierno central de Cusco, con todas las victorias en su haber. En el transcurso de las batallas ganadas, en
pueblos conquistados, de vez en cuando salía aquella historia de apariciones en
el mar. El misterio no develado
aún. La conquista de los pueblos del norte es sencilla, por nuestro imperio incaico.
Una táctica que hasta hoy llevamos en la psique de nuestro pueblo: la
reciprocidad. Llevamos regalos al que
gobierna una población. Aceptada la
ofrenda, aceptada la superioridad de quien ofrece. Entra al pueblo y es suyo. Sin enfrentamientos bélicos. Ambos mantienen el poder asimétrico, pero
sometidos al gran Tahuantinsuyo. No hay derrota. Hay conquista, como quien atrae con “lazos de
amor” de quien se enamora. La
reciprocidad como estrategia para pueblos conquistados es nuestra identidad
psicológica como pueblo aguerrido y desconcertante para otros mundos. Así somos. Es nuestro método de ganar grandes
batallas.
Por tercera vez, después de mucho
tiempo, llegan noticias a Atahualpa que aquellos hombres venidos de mundos
extraños, de alguna deidad, vuelven a aparecer y desaparecer en el mar. Él está pensando en su viaje a Cusco para
consolidar su victoria y coronación formal.
Allí todo el Imperio lo espera.
Aquellos hombres en el mar, deciden bajar a la orilla y fundar el
pueblo de San Miguel, en Tangarará.
Reciben noticias del Inca sobre sus victorias, conquistas y el gran
referente. Esos hombres no entienden el
por qué no se les pone ninguna resistencia en el camino. Se enteran de la contienda entre los hermanos
por la herencia del trono del Incanato.
También tejen sus propios mitos.
Deciden ir al encuentro del Inca.
Mensajeros van y vienen. La psicología de reciprocidad contiene
relaciones de poder, por ello, la guerra es una conquista para nosotros. Hasta en el plano interpersonal de los
latinoamericanos. Atahualpa le regala
camélidos a Pizarro. Éste retorna el
regalo con otros presentes. Ambos se
miden en esta psicología de guerra.
Ambos están confundidos por la estrategia. Ellos por pensar en la sumisión ininteligible
en su mundo marcada por la violencia extrema de los reyes, hasta el exterminio
total. Nosotros marcados por los pueblos
conquistados con idiomas diferentes, mezclados. Arrancados de nuestros lugares de origen y llevados a
tierras lejanas, trabajando para nuestros Incas, hijos del Sol. Psicología de largos peregrinajes y combinaciones
raciales, que marcan nuestros odios disimulados en las relaciones
interpersonales. Silencios sumisos
frente a esta manera de subyugación. ¡Así
somos, pues!
Cuando estos hombres misteriosos
del mar llegan al lugar donde se habían citado con nuestro Inca, reciben el
regalo de de carne asada, maíz y chicha.
16 de noviembre de 1532. Al
recibirlos, nosotros sabemos que la guerra está ganada. Atahualpa puede entrar sin el menor temor a
verse cara a cara, con este hombre misterioso del mar. Allí están cara a cara. Ellos sin entender la estrategia de conquista
con la reciprocidad y nosotros, con 400 hombres, y nuestro Inca en hombros,
sosteniendo la victoria ante Pizarro, contra un grupito de hombres totalmente
desconocidos. Suena una trompeta, que
nos asusta a todos. Sonidos jamás
percibidos en la historia del gran Imperio Incaico. Nadie entiende nada. Nosotros no sabemos que es el llamado a una
masacre y el inicio de un exterminio total.
Ellos sabían que era un grito de guerra para atacar y masacrar. Nosotros pensando que un rayo de la divinidad
haría su aparición. Comienzan los
disparos. Nuestros contingentes
comienzan a huir. Disparan y matan a uno
a uno, de los que están sosteniendo a nuestro Inca. Los acuchillan y se
desploman. Otros, de los nuestros, corren
a sostener el anda de nuestro Inca, porque no se entiende nada, y corren la
misma suerte. Atahualpa sentando, que no
se entiende nada de lo que allí está pasando, como todos nosotros, en esta
escena macabra. La peor tragedia de nuestra historia. Pizarro da orden que no hagan daño a nuestro
Inca. Lo atan y lo llevan preso. Ninguno de nosotros entiende nada de lo que
ocurre. Sin resistencia alguna. En una guerra desigual por paradigmas
culturales imposibles de dialogar entre sí.
Hasta hoy.
Atahualpa insiste en la única
estrategia psicológica de guerra: la reciprocidad. Ofrece oro, al darse cuenta que les gusta el
metal, a cambio de la libertad. Pizarro
acepta la oferta. Atahualpa, igual que
nosotros, jamás entenderá este episodio.
Pizarro no cumple su palabra, porque para ellos hace mucho tiempo dejó
de tener crédito. Por eso, la religión
que traen esos hombres del mar tiene éxito, basados en la palabra sin valor
alguno. La corrupción se enquistó en la
genética psico-social de ambas culturas por esa palabra. Nuestro Inca tiene que escoger entre ser quemado
vivo o morir al garrote. El cuerpo, en
nuestra psicología tiene suma importancia, por ello la existencia de las momias. La muerte, en la psicología de la
reciprocidad, es otro modo de vivir entre nosotros. Algo que los venidos de otros mundos jamás
entenderán. No tiene nada que ver con
inferencias desacopladas infantiles de la religión que nos trajeron. Por ello, Atahualpa prefiere el garrote, para
ser momificado y seguir gobernando desde los Apus de nuestras punas. Esto no es una mentira. Es una verdad de la reciprocidad en la
transcendencia latinoamericana que nos une.
La esperanza que nuestros pueblos vencerán ante cualquier adversidad. Más tarde intentaría retomar este legado Túpac
Amaru.
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Charles, W. (2015). La rebelión de Túpac Amaru.
Lima: IEP.
QUIROZ, A. W. (2016). Historia
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ROSAS, F. (2009). Breve
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ROSTOROWSKI DE DIEZ
CANSECO, M. (2014). Historia del Tahuantinsuyo. Lima: IEP.
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