“Hay que ponerse las botas de jebe, para bajar. El agua está por todo el primer piso…” Te digo, casi susurrando. Nos miramos consternados. Te dejas guiar. Me inclino para ayudarte a poner las
botas. Comprendo como te sientes. Yo mismo no logro ver la magnitud del
acontecimiento. Esta mañana desperté
espantado, viendo como mucha gente corría desesperada por el río desbordado
sobre la ciudad.

“Jamás se ha viso semejante cosa…” me dices, mientras
bajamos las escaleras. Ya nuestros zapatos
comienzan a sentir el agua que sigue corriendo, desde afuera hacia la
cocina. Me detengo, porque te has
quedado mirando las fotos de la pared, que colinda a tu consultorio. Las mismas que colgó la tía Coco. Allí están los primos: Luis, con una sonrisa
infantil. Karla, luce como siempre bien
bonita. Leslie, con la misma soltura de
siempre. Heidy, mirando fijamente con
una sonrisa sin disimular. Miras con
ternura la foto de Mayra y demás nietos.
Con mucha ternura. Como siempre te siento, tío. Miras el consultorio, totalmente
inundado. Un aire de tristeza pasa por
tu rostro, pero disimulas, tratando que no lo perciba. Mientras nuestros pies se van hundiendo en el
agua, hasta las rodillas, dentro de casa.
Sabía que las botas no servirían de nada. Avanzamos a la calle. Caigo en la cuenta, que es la primera vez que
camino protegiéndote y devolviendo tu cariño de toda una vida. Tenemos que esforzarnos para salir de la
casa. El agua del río correo aún fuerte
por la calle Arequipa, como si fuera el dueño de la ciudad, pero no decimos
nada. ¡Te siento sorprendido! Sin creer lo que estamos viendo.

Aquí estoy nuevamente tío Lucho. En la misma habitación donde te ayudé a poner
las botas. Viendo contigo el partido, de
las eliminatoria para el Mundial de Fútbol en Rusia: Perú vs Argentina. Tú has organizado la fiesta. Has enviado a comprar Whisky y algunos
bocaditos. Aunque ya no bebes licor,
pero sigues contando chistes, y se nota que quieres ver el partido con Dennis, Rafael,
Heidy y yo. ¡No nos gusta el fútbol!,
eso lo tienes claro. Pero estar allí, es
tan apasionante como jugar para clasificarnos al Mundial. Te pones de pie, juntas tus manos, como
rezando, frente a la pantalla, cuando se va terminando el segundo tiempo. Suplicando que Perú meta un gol. Te abrazamos.
Nos sentamos en tu cama y en el suelo.
Nos tomamos una foto. Tú mirando
el fútbol y nosotros mirando la pantalla de la cámara. En ese instante, como toda fotografía, se
volvió pasado esa felicidad. Es la gran
tragedia de los selfies o cualquier fotografía.
En ese instante, se graba en mí, la felicidad de Heydi y la tuya, por
ser familia. Ese es tu deseo, como
siempre, tío. Para siempre y por
siempre. Estamos con el traje de fiesta
hoy. (Cf. Mt. 22, 1-14).
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