El TOC de Patricio y la entrevista a los internos de psicología
Me vi reflejado
en ellas, recordando mis primeros pasos frente a pacientes de salud mental.
Entonces vino a mi memoria Patricio, un paciente internado por trastorno
obsesivo compulsivo (TOC). La primera vez que lo vi me impactó profundamente:
no lograba comprender la magnitud de su sufrimiento. Torpemente intenté
interrumpir su ritual, mientras subía la cremallera de la bragueta de su
pantalón. Repetía esa conducta diez veces seguidas, sudando, con el torso
inclinado hacia adelante, atrapado en la compulsión de cerrar bien el cierre.
Nada podía detenerlo, porque la obsesión era intensa.
Pregunté a las
alumnas cuál sería el procedimiento frente a un paciente en crisis por TOC.
Ellas respondieron con el ejemplo clásico: el ritual de lavarse las manos de
manera impulsiva, tal como se enseña en la universidad. Sin embargo, existen
otros rituales que generan un sufrimiento igualmente devastador. Traté entonces
de ensayar otro ejemplo. Allí estaba Patricio en mi mente, emergiendo como un
maestro involuntario de aquellos años en el psiquiátrico “San Juan de Dios” de
Quito (Ecuador), a finales de la década de los ochenta.
Relaté el caso:
un paciente en crisis obsesiva, con angustia severa frente a la compulsión de
cerrar bien su bragueta. Lo hacía diez veces seguidas para asegurarse de que
estaba correcto. Mientras narraba, no podía dejar de evocar el rostro de
sufrimiento de Patricio y el contexto de mis primeros encuentros con la
psicopatología. El paciente sabía que era inútil, pero no podía detenerse. Era
consciente de que le robaba tiempo y energía, lo que intensificaba su angustia.
Las estudiantes
señalaron que lo adecuado sería realizar un análisis funcional de la conducta:
examinar los antecedentes, el contexto que rodea al paciente, la conducta misma
y las consecuencias que acarrea. En ese instante me vi a mí mismo, más de treinta
años atrás, intentando hacer lo mismo sin poder aliviar el sufrimiento de
Patricio, quien me repetía nervioso: “déjame, déjame, déjame…”.
Volví a la
realidad frente a las alumnas. Comprendí que la bragueta no era el ejemplo más
sensato en tiempos en que el abuso sexual se ha vuelto un problema cotidiano en
mi país. Les aclaré que existen cientos de formas de TOC que provocan un dolor
profundo: rituales de limpieza, rezos compulsivos, sentimientos de culpa frente
a la sexualidad, pensamientos recurrentes de carácter negativo… Todos ellos son
expresiones de un mismo padecimiento.
Por primera vez
sentí la necesidad de mostrar una técnica cognitiva. No suelo hacerlo en clase,
porque el impacto de resultados inmediatos puede eclipsar lo más importante: la
etiología, la epistemología y la hermenéutica del dolor psíquico. Al haber
constatado que los estudiantes son formados por todo el equipo docente de la
escuela de psicología, les expliqué el “candado mental”.
¿En qué consiste?
En mapear el pensamiento previo a la conducta compulsiva. Patricio pensaba que
su bragueta no estaba bien cerrada, que al caminar se abriría, que la gente se
burlaría de él, que sentiría vergüenza y culpa por el descuido. Este proceso mental
debe repetirse varias veces junto al paciente. Luego, se busca activar el
sistema parasimpático, es decir, las zonas de razonamiento que permiten tomar
conciencia de lo que se piensa. A mitad de la repetición, se da un golpe fuerte
sobre la mesa para interrumpir la cadena de intrusiones mentales. Después, se
repite el ejercicio, pero deteniendo la cadena en el pensamiento mismo, sin
necesidad del golpe físico. Es un recurso para salir de la crisis, al menos
hasta la siguiente sesión.
En la entrevista,
las estudiantes completaron la tarea con Patricio, realizando el análisis
funcional de la conducta una vez pasada la crisis. Crisis que, sin embargo, no
podría ser superada sin apoyo psiquiátrico para disminuir los signos de
ansiedad y depresión que suelen acompañar los pensamientos intrusivos del TOC.
Tras la pandemia,
el TOC se ha entrelazado con la angustia de la ansiedad y la depresión,
invadiendo nuestra forma de ser. Hacia ese horizonte se encaminan los internos
de psicología del 2026, llamados a enfrentar en la salud pública de nuestra
región el desafío de acompañar, comprender y aliviar el sufrimiento humano.
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