Santidad vs Ética. El mito de la perfección (Mt. 18, 21-35). Una mirada desde Huancabamba
“No te digo
hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete…” Es la respuesta ante la pregunta de Pedro,
queriendo ajustarse a una vida perfecta, santa.
En otras palabras, lo que Jesús le está respondiendo, según el texto
bíblico, es que perdone siempre. Toda la
vida. A cada rato. Cuando leo esta recomendación de Jesús,
siento una profunda angustia.
Aparentemente, es una exigencia basada en la perfección, que tanto daño
ha hecho a la vida espiritual de todos los tiempos. Me escarapela el cuerpo, cuando pienso en
todas las personas que han hecho mucho daño en la Iglesia, en el mundo, y que
recurren a esta afirmación para no asumir su responsabilidad.
Cuando Mateo
escribe estas líneas, se está poniendo en la cosmovisión de los judíos. Para ellos la Santidad es la vida perfecta en
los caminos de Dios. Por ello, los ritos
son muy importantes, propio de una psicología funcional de la religión. Sin embargo, Mateo quiere argumentar mejor la
propuesta que pone en boca de Jesús. De
ahí, que propone una parábola archi conocida sobre el Rey que perdona a su
siervo. El siervo que no perdona a otro
siervo. Finalmente el Rey que se
encoleriza y sentencia, al siervo que había perdonado, entregándolo a los
verdugos “hasta que pagara toda la deuda…”.
Cuando termino de leer esta lectura, me quedo tranquilo, porque está
dentro de mi lógica. Así es como se debe
tratar a alguien, que no tiene compasión, y que sin embargo exige compasión
para él.
Al mismo tiempo,
se produce en mí una especie de disonancia espiritual, cuando Mateo concluye
que así es el Dios que Jesús nos enseñó.
Ósea, como ese Rey que encolerizado mandó a que los verdugos, gente que
hace mucho daño, presione al siervo hasta hacer pagar lo que debe. Pienso en ese Dios justiciero. El Dios del miedo. El Dios de la amenaza. El Dios del ritual nefasto de la
redención. El Dios que me exige la
perfección a todo trance, incluso a mi deshumanización completa. Ya sea golpeándome yo mismo o que me golpeen
otros, porque así lo merezco, por las deudas no canceladas. Este Dios, es un Ser totalmente espantoso, si
es eso lo que quiere explicar Mateo con este texto. Totalmente contradictorio al resto de su
propuesta.
Que Dios es el
Rey encolerizado, es verdad. Tal cual lo
manifiesta el texto. En eso nos
parecemos. Entonces comienzo a imaginar
a Mateo, escribiendo este texto, con una rabia profunda, frente a tanta
injusticia. Me alegro de ver así
Mateo. Porque nadie, en su sano juicio,
no se enfadaría por tanta maldad.
Porque, no basta conocer el mal, hay que despreciarlo (CAMPS, 2011, pág. 13). La compasión está asociada a este sentimiento. De lo contrario, no somos como este Rey de la
parábola. Si la injusticia no es razón
para estar encolerizados, entonces, No somos “santos”, como exige la espiritualidad. Así es Dios, sentencia Mateo, en boca de
Jesús.
Lo que mueve a
un comportamiento tal del “setenta veces siete”, es el daño que se ha infligido
a alguien debido a una situación injusta.
De manera especial, cuando esta situación está afectando al que no puede
pagar una deuda insignificante, porque no tiene más. Es decir, el más vulnerable por ser
completamente pobre. Desde allí, se
asume el criterio de “santidad” y el perdón “de corazón”. Para ser santos, se necesita la premisa
ética, sin la cual no se puede practicar una vida espiritual de santidad. Por ello, una Iglesia implicada en las grandes
cuestiones de la humanidad, nos muestra a Jesús bajo la cruz que crucifica a la
humanidad (CHITTISTER, 2000, pág. 184). Así las cosas, me acuesto pensando en que
quiero ser compasivo, como este Dios que me predica Mateo, el día de hoy.
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CAMPS, V. (2011). El gobierno de las emocioines.
Barcelona: Herder.
CHITTISTER, J. (2000). En busca de la fe.
Santander: Sal Térrea.
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