¿El amor como propuesta?

Desde que Michael Liebowitz (1983) y Anthony Walsh (1991) nos dijeron que algunos neurotransmisores como la norepinefrina, dopamina, feniletilamina y endorfinas, se activan en nuestro cerebro, con algunos componentes psicológicos en cada ser humano, no he dejado de predicar esta gran capacidad humana, para construir un mundo mejor. ¿Cuáles son esos componentes que sirven para activarlos?

La proximidad.  Es decir, tener alguien presente en mi pensamiento.  Por ello, la palabra prójimo.  Esto significa incluir a alguien en mi vida.  No se puede activar estos elementos químicos, en el cerebro, si el "otro" no está presente en mí.  Es lo que se conoce como el efecto de la simple exposición.  Cuando se ignora a alguna persona, o grupo humano, estemos seguros que estos neurotransmisores no funcionaran en el cerebro.  ¿Por qué es importante que se active?  porque, sencillamente, motiva nuestra vida para llenarnos de energía de júbilo, de ganas de vivir, alegría desbordante, que hasta puede aturdirnos. Tal es así, que nuestro cuerpo genera tolerancia, para encontrar un equilibrio. Es lo que se conoce como pasión.  Puede hacer, por ejemplo, que camine por el agua para alcanzar a los que amo; besar a un enfermo de lepra, encolerizarme si hacen un negocio con el sufrimiento de lxs que amo, defender hasta dar mi vida por alguien.  La proximidad, como elemento psicológico, no es un espacio geográfico, aunque no lo descarta, sino una conexión emocional.  Jamás un racista, que establece lejanía, podría activar estos neurotransmisores.  El proceso de exclusión a cualquier persona o grupo humano, no activa en el cerebro de nadie, esta química.  Allí no podríamos hablar de conexión alguna, tal y como Liebowitz y Walsh, lo plantean.  Otro elemento, es la semejanza. Digámoslo de otra manera, la manera de mirar juntos una realidad.  Encontrar el punto común de nuestras opiniones y percepciones de la vida.  Por eso mismo, la Reciprocidad, es otro elemento psicológico clave.  El intercambio de afecto, ternura, puntos de vista.  Todo ello implica inclusión.  Incluir a alguien, o algunxs, en un mismo espacio y preocupación de nuestro interés.  Todo ello, conlleva a que, incluso, la percepción física que tengamos de los "otros", que concentran nuestra atención, sea de lo mejor, y hasta exagerada.  Es decir, no existe ningún rasgo que me aleje.  Por ello, puedo besar a alguien que esté totalmente enfermo o desfigurado por la lepra, desfigurado por el maltrato del clima o, simplemente, por otro ser humano.  Si no deseo que se activen estos neurotransmisores, entonces excluyo e ignoro.

Finalmente, estos dos neuroquímicos, hablan de las endorfinas.  Cuando se activan, producen efectos psicológicos de tranquilidad, paz, seguridad.  Es lo que comúnmente se conoce como morfina, que sirve para soportar dolores indecibles.  Las endorfinas se activan, cuando hay aceptación personal, aprecio mutuo, decisión de estar con los que he decidido estar, excelente comunicación, expectativas realistas, intereses compartidos y, sobre todo, capacidad para hacer frente a los conflictos.  Por ello, se puede dar la vida con tranquilidad, por las personas que amo.  Si la ausencia, de alguien que amo, o algunxs, es permanente, no se activa este elemento químico en el cerebro y produce experiencias con sensaciones terribles de sufrimiento y dolor.

Por ello, el amarnos no es una propuesta o sugerencia.  Es un deber.  Un mandamiento.  Porque es la única vía que nos hace humanos: "ámense los unos a los otros..."  Esto significa un proyecto político, espiritual, social, interpersonal y, aunque no quieran aceptar muchas veces,  es un estilo de vida, cuya opción es vital.  Porque depende de cada uno activarlos en el cerebro, o dejarlo allí, inerte como fiel narcisista patológico.  Por eso, las conductas de exclusión y marginación son producto de esa muerte cerebral o patología neuropsicológica.  ¿Nos atrevemos a activar esta química cerebral? (Jn. 13, 31-33a.34-35)


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