Volar y sus implicancias psicológicas: manifiesto desde mi cuerpo.

 Hoy, en mi cumpleaños, celebro el vuelo. No el vuelo triunfal de las aves rapaces, ni el de los ángeles imposibles. Celebro el vuelo que nace desde el cuerpo herido, desde la ciencia que cuida, desde la comunidad que sostiene. Celebro el vuelo que desafía la gravedad de la exclusión, del dolor, de la indiferencia.

Volar, nos dice la biología, es una hazaña. Huesos huecos, músculos potentes, pulmones que respiran sin pausa. Las aves invierten todo su cuerpo en el aire (Dawkins, 2023).

Y yo, desde mi cuerpo anémico, desde mis visitas constantes a emergencia, también vuelo. No por encima de los demás, sino junto a ellos. Con cada transfusión, con cada mirada médica que se llena de urgencia, con cada decisión que me obliga a elegir entre el riesgo y la dignidad. ¿Es mejor no volar?

Los pingüinos dejaron de hacerlo. Transformaron sus alas en aletas. Aprendieron a moverse en otro medio, a resistir desde otra forma. Su evolución no fue derrota, fue adaptación. Y yo, como ellos, he aprendido a vivir con menos energía, pero con más conciencia.

En la sala de emergencia de Essalud, cuando la sangre compatible apenas tiene una cruz, cuando los corticoides amenazan con destruir lo que queda de mí, yo elijo. Elijo no volar por encima de mi cuerpo, sino volar con él, con sus límites, con su historia. Elijo la ciencia que escucha, no la que impone. Elijo la medicina que cuida, no la que castiga. Elijo el declive de la violencia contra nosotros mismos y sus implicancias (Pinker, 2015).

El kiwi, en Nueva Zelanda, también dejó de volar. No lo necesitaba. Y fue suficiente. Nosotros, los sapiens, aún no aprendemos a vivir con lo suficiente. Preferimos volar con máquinas, olvidando que la verdadera evolución es la que cuida, no la que conquista.

Hoy, en mi cumpleaños, celebro el vuelo de los que no tienen alas. De los que donan sangre sin saber a quién. De los que trabajan en hospitales sin descanso. De los que lloran en las salas de espera. De los que sobreviven con una cruz en el hemograma, pero con mil razones para seguir. Celebro el vuelo de los que, como yo, han aprendido a contar los pasos entre la cama y el baño, a leer en la oscuridad, a ver el mundo de nuevo después de una operación a los ojos en plena peste de la COVID 19.  Celebro el vuelo de los que no se rinden, aunque el cielo esté lejos.

Porque volar no es elevarse por encima de los demás. Volar es adaptarse, resistir, cuidar. Volar es construir una casa común donde todos tengamos aire. Volar es celebrar la vida, incluso cuando el cuerpo duele. Volar es compartir el oxígeno, la sangre, la esperanza.

¡Feliz cumpleaños para mí, por celebrarlo con ustedes! Y feliz vuelo para todos los que, desde sus cuerpos, sus luchas y sus convicciones, siguen creyendo que otro país, otra ciencia, otra vida, es posible.

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Dawkins, R. (2023). La fantasía de volar; La apasionante victoria contra la gravedad. (P. P. Gonzáles, Trad.) Madrid: Ariel.

Pinker, S. (2015). Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicancias. Barcelona: Paidós.

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