El grito de Rosaura: sexualidad, trauma y dignidad
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| Barco de papel - Luizinho Timoteo |
“Una amiga me contó que había visto a mi esposo entrar al burdel. Cuando regresó, lo enfrenté. Tenía lápiz labial en el cuello. Lo aceptó. Me sentí sucia, humillada. Desde ese momento tuve un buen pretexto para dejarlo. Me dijo que iba allí porque yo no le cumplía como mujer…”
La
sexualidad, cuando es vivida sin respeto ni consentimiento, puede convertirse
en un espacio de trauma. Comprenderla exige integrar el desarrollo moral
(Kohlberg, 1992; Gilligan, 2025), la ética del cuidado y el reconocimiento de
la dignidad del otro. La psicología escucha con empatía, sin juicio, y acompaña desde una postura ética que proteje la vulnerabilidad del paciente. La frase
“no le cumplía como mujer” marcó el inicio de una etapa de violencia sexual
sistemática en la vida de Rosaura. Aunque compartían un emprendimiento y tenían
tres hijos, la dependencia económica la obligó a mantener el vínculo. Su esposo
se volvió más agresivo, imponiéndole prácticas sexuales no consentidas,
mientras ella fingía deseo para evitar más daño.
La distancia geográfica —vivían a más de mil kilómetros de
su tierra natal— dificultaba su salida. Tras un episodio de violencia física
frente a sus hijos, logró huir con ayuda de la policía. Tomó lo necesario y
emprendió un viaje de más de 20 horas en bus, dejando atrás el encierro
pandémico y el infierno conyugal.
Al escuchar a Rosaura, pensé en cómo la
psicología —y la cultura en general— suele abordar las relaciones sexuales
desde una lógica de “razón natural”. Esta visión, heredera del pensamiento
aristotélico, sostiene que lo natural (physis) es ordenado y bueno, mientras
que lo antinatural es desordenado y malo. En este marco ético, se espera que la
razón domine las pasiones humanas, imitando a los dioses que ejercen templanza
sobre sus deseos (Foucault, 2006). Rosaura, influida por este paradigma, creía
que como esposa debía responder a los apetitos sexuales de su marido. No
comprendía por qué ella lograba ejercer templanza, mientras él se apoyaba en su
cuerpo para satisfacer todo lo que su imaginación genital le exigía. Pensaba
que era “natural” que el esposo consumiera sus deseos con su mujer (Hite,
2001).
Este modelo mental sigue justificando violencias extremas en
las relaciones amorosas. Se convierte en pretexto para marginar, someter y
encarcelar emocionalmente a las personas en vínculos tormentosos consigo mismas
y con los demás (Foucault, 2019; Croks & Bauer, 2010; Preciado, 2020). Pero
Rosaura no estaba atormentada por el sexo. Entonces, ¿qué era lo que realmente
la hería?
“Después de siete meses, me reencontré con Adrián, un antiguo enamorado de mi adolescencia. También estaba separado. Se le notaba feliz. Comenzamos a salir durante algunos meses, compartiendo nuestras historias, nuestras heridas. Un día se me declaró. Yo pensé que nunca más un hombre volvería a quererme. La primera vez que fuimos juntos a un hotel fue especial. Me había regalado flores. Nos besamos. Me desnudó con ternura, y yo también a él. Nos acostamos. Pero tuve que interrumpir el momento: necesitaba ir al baño. Fue entonces cuando mi cuerpo comenzó a hablar por sí solo, a recordar lo que había callado durante años. Empecé a temblar. Lloré sin control. Recordé cómo me encerraba en el baño para protegerme, y cómo mi esposo rompía la cerradura a golpes. Me arrastraba. Se reía mientras decía que me gustaba hacerlo con dolor. Me obligaba a realizar cosas que no quería. Cuando estaba detrás de mí, me jalaba del cabello. Me dolía, pero apretaba la boca para no gritar, por mis hijos. Decía que eso lo excitaba más. Al día siguiente, amanecía con moretones en los brazos, marcas de sus dedos en el cuello, y un dolor espantoso en todo el cuerpo. Todo eso volvió a mí, allí encerrada en el baño del hotel. Estuve bastante tiempo. Adrián tocó la puerta. Yo no podía levantar la cabeza. Temblaba. Lloraba. Me abrazó. Me consoló. No pudimos hacer el amor. Solo me abrazó, y nos quedamos dormidos juntos. Le pedí disculpas, pero él me dijo que no era necesario. Que comprendía. En la denuncia policial contra mi esposo, no pude contar esto. ¿Cómo decirlo, si yo era su mujer?”
Mientras Rosaura narraba su historia, temblaba y lloraba
entre silencios. En esos momentos, pensé en cómo la psicología moral ha
evolucionado: de la ética natural aristotélica —que asocia lo natural con lo
bueno— hacia la ética racional de Kant, donde la humanidad debe decidir
libremente su conducta, superando los impulsos (Mulet, 2015; Foucault, 2006). Kant
afirma que el bien solo existe si es elegido. Esta idea fue desarrollada por
Kohlberg (2010), quien propuso que el carácter se forja a través de elecciones
éticas. Sin embargo, seguimos arrastrando razonamientos primitivos que
justifican violencia en nombre de lo “natural” (Kohlberg, 1992).
En el caso de Rosaura, lo que la atormentaba no era el sexo,
sino la negación de su libertad. Su cuerpo fue usado como instrumento, no como
sujeto. Y eso, desde la psicología clínica y la bioética, es una herida
profunda que exige reparación.
“Solo podía mostrarle a la policía mis marcas. Las huellas en mi cuerpo eran la única prueba que tenía para que creyeran que él me golpeaba. Me hacía daño físico, sí, pero también psicológico. No podía decir más.” —¿Qué no podías decir, Rosaura? —le pregunté con cuidado. “No podía contar que me sacaba del baño jalándome del cabello. Que me obligaba a tener sexo de mil formas, sin que yo lo deseara. Que me humillaba con palabras que dolían más que los golpes. Que me apretaba el cuello hasta ahogarme, mientras me tapaba la boca con la almohada para que gritara de terror sin que nadie escuchara.” —¿Y qué significa todo eso, Rosaura? —volví a preguntar, en voz baja. “Si decía todo eso a la policía, me mandaban de vuelta a casa. Porque él era mi esposo. Y como esposa, yo ´tenía que cumplir’. —Pero si un hombre le hace eso a una mujer, ¿qué significa, Rosaura? — “Significa que la está violando. Que está abusando de ella.”
El silencio se apoderó de la sala terapéutica. Un silencio denso, como si el aire se hubiera detenido. Hasta que, de pronto, Rosaura lo rompió con un grito que desgarró el espacio:
“¡Fui abusada por mi exesposo!”
Ese grito no fue solo una confesión. Fue una ruptura. Un
acto de verdad. Un paso hacia la libertad. Ni Aristóteles ni Kant imaginaron
que la ética debía avanzar aún más cuando se trata de sexualidad. El derecho
distingue entre deberes perfectos —normas universales y exigibles— y deberes
imperfectos —acuerdos privados entre personas. Ambos buscan la felicidad, pero
solo si están basados en respeto y consentimiento (UNESCO, 2022). La
sexualidad, vivida libremente entre adultos, debe ser protegida por la razón
jurídica y promovida por la psicología clínica. El abuso sexual no es una
patología ni un error: es un delito. Deja marcas físicas y psicológicas, y no
puede ser justificado por vínculos familiares ni por roles conyugales ni de
cualquier otra diversidad sexual
El grito de Rosaura —“¡Fui abusada por mi exesposo!”— fue más que una confesión. Fue un acto de verdad, una ruptura con el silencio, y una exigencia ética. Porque toda relación sexual debe ser libre, respetuosa y humana. Y cuando no lo es, la justicia debe escuchar ese grito.
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Croks, Robert - Bauer, Karla. (2010). Nuestra
sexualidad (12ava. ed.). (M. A. Estrada, Ed.) México D.F.: CENGAGE
Learning.
Foucault, M. (2006). Historia de la Sexualidad 1.
La voluntad del saber. Buenos Aires: Siglo XXI.
Foucault, M. (2019). Historia de la sexualidad IV.
Las confesiones de la carne. Madrid: Siglo XXI.
Gilligan, C. (2025). En una voz humana. Madrid:
Taurus. doi:9789566275268
Hite, S. (2001). Informe Hite. Estudio sobre la
sexualidad femenina. México D.F.: Paidós.
Kohlberg, L. (1992). Psicología del desarrollo
moral. Bilbao: Desclée de Brower.
Kohlberg, L.
(2010). De lo que es a lo que debe
ser. Cómo cometer la falacia naturalista y vencerla en el estudio del
desarrollo moral. Buenos Aires:
prometeo.
Mulet, J. (2015). Medicina sin engaños. Todo lo que
necesitas saber sobre los peligros de la medicina alternativa. Barcelona:
Planeta.
Preciado, P. B. (2020). Manifiesto Contrasexual.
Edición del 20° aniversariocon una nueva introducción del autor. Barcelona:
ANAGRAMA.
Preciado, P. B. (2022). Dysphoria mundi.
Barcelona: Anagrama.
UNESCO. (2022). Manual de educación en Bioética.
Fundamentar la bioética: conocimientos, valores y visiones desde América Latina
y El Caribe. Volumen 2. México: Maria Luisa Pfeiffer - Camilo
Manchola-Castillo.

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